La pandemia digital; el otro virus del que nadie habla
Wulfrano Arturo Luna Ramírez wluna@correo.cua.uam.mx
Actualmente las empresas en diversos sectores se han volcado al teletrabajo, las escuelas han emprendido una transición desigual, con mucha frecuencia difícil y también costosa, hacia los contenidos total o parcialmente en línea y la enseñanza remota. En medio de esta crisis, llama la atención que muchas de las instituciones públicas, que abarcan desde el nivel elemental, hasta la educación superior, se hayan entregado de manera casi refleja (e irreflexiva) a la compra o uso de servicios digitales a las grandes empresas tecnológicas mayormente extranjeras.
Los negocios de las plataformas
Para aclarar por qué esto debería ser discutido, hay que entender que las empresas proveedoras de tales servicios sólo buscan ganancia, y por lo tanto se rigen bajo ciertos principios como la competencia y la obtención del máximo beneficio, para lo cual instrumentan políticas con varios ejes:
a) el cambio tecnológico constante
b) la reducción de costos y tiempos muertos
c) la eliminación de competidores
d) la diversificación de sus procesos laborales
e) la búsqueda de mayor participación en el mercado
Una característica importante es que tales empresas han desarrollado un elemento clave para la competencia: las “plataformas”, esto es, una sofisticación de los anteriores modelos de portales y sistemas web, aunados al desarrollo de tecnologías móviles y la explosión de la Web 2.0, que hace partícipe a los usuarios en la producción de contenidos, llamados prosumidores. Las plataformas, en tanto medios digitales que permiten la interacción provocan un reconfiguración del comercio electrónico y convencional: a) proveen un espacio digital donde confluyen oferentes y demandantes de productos y servicios; b) este espacio es diseñado conforme a los intereses de las compañías que las desarrollan para ayudarse a sí mismas a tener mayor cantidad de usuarios; c) llevan un registro de las actividades de sus usuarios con distinta granularidad; d) sirven como espacios para ofertar publicidad dirigida y e) dan a sus usuarios la posibilidad de extenderlas (crear nuevas funcionalidades compatibles en la plataforma).
Esto conforma un modelo de negocio autorecurrente de tendencia monopólica basado en la masificación, la recomendación y la dependencia. La plataforma se posiciona a sí misma vía el registro de usuarios y actividades, les permite desarrollar nuevas funcionalidades ejecutables sólo en ella, y con ello los hace dependientes de su uso. Se vuelven una aspiradora de datos de los usuarios, a quienes el acceso a la plataforma se les ofrece incluso supuestamente gratis (sus datos se monetizan, pero los usuarios no lo saben). Gracias a la recopilación masiva de datos y su análisis, las plataformas pueden refinar sus servicios y vender publicidad estratificada, crear usuarios leales y posteriormente dependientes.
El negocio de las plataformas usa mecanismos como la subvención cruzada: ofertar ciertos productos/servicios al costo o incluso con pérdida (a precio bajo o gratis para el usuario) y cobrar un sobreprecio por otro tipo de productos que compensan las pérdidas. Otra característica es que generalmente promocionan el uso de productos y servicios digitales de forma tercerizada, esto es, intentan reemplazar los procesos tecnológicos que se desarrollan en la organizaciones vía el uso de su plataforma, sus atractivas prestaciones y avanzado diseño.
La pandemia digital
La tercerización desde luego es interesante para ciertas organizaciones que no pueden mantener un departamento de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), ni mucho menos desarrollar tecnología avanzada (dispositivos electrónicos, Inteligencia Artificial y Ciencia de Datos, entre otros).
Sin embargo, refuerza su estrategia de penetración en el mercado de corte monopólico. En las instituciones que podrían y deberían invertir en el desarrollo de tecnología y no tercerizarla (como las universidades e institutos) esto representa la extirpación de su capacidad tecnológica y no una simple adquisición de productos/servicios tecnológicos “de punta”. Es muy difícil librarse de la dependencia del uso de las plataformas, lo que incluye sus contratos que en ocasiones son de un costo bastante alto.
La actuación de la SEP y muchas de nuestras universidades públicas se asemeja mucho a las prácticas gubernamentales de privatización de la actividad de sectores clave. Esto no es nuevo, simplemente aceleró –tal como la tasa de contagio de la COVID-19– las prácticas del pasado.
Ahora tenemos una pandemia digital, cuyos orígenes son la tradición gubernamental entreguista y privatizadora, permeada a lo largo y ancho de la esfera pública, donde es claro que los ejecutivos de ventas de las empresas implicadas han sido clave: su éxito es notorio en las universidades públicas. Sin exagerar, con ello se ha cedido gran parte de la autonomía de éstas, sí, esa que por ejemplo conquistara la UNAM en 1929 y se reafirmara en 1945 como “el derecho de auto administrarse y de decidir sus políticas académicas sin intervención del Estado” que se consideraba como el poder más influyente para dicha institución (y cualquier otra dentro de su jurisdicción). Ahora tenemos a las grandes empresas transnacionales que con medidas como éstas se promueven de facto en transestatales.
La estrategia muy parecida a un virus de tipo troyano. Se asienta en un trípode bien cimentado: a) falta de inversión en el desarrollo de infraestructura y recursos humanos especializados; b) chatarrización de los servicios/infraestructura digitales; y c) sobrexposición de los usuarios a las alternativas que se quieren vender, muchas veces mediante el anzuelo de la donación de software (que después se cobrará en los permisos de actualización, entrega de datos y cambios por obsolescencia).
De tal manera, dentro de las instituciones, se logra el efecto de sobrevaloración de los servicios que se pretenden adquirir (buen diseño y usabilidad) y se denuestan los servicios domésticos (funcionales pero con usabilidad y estética de un estándar menor). Con ello se pierde toda noción de lo que implica tener infraestructura propia aunque al momento parezca precaria.
Como decía, la estrategia no es nueva, la mayor universidad del país hace tiempo que entregó el correo electrónico (insisto, con ello gran parte de su autonomía) a una empresa privada con la promesa de una mejor gestión y la garantía de la continuidad en el servicio. Este error se ha secundado en otras universidades recientemente.
Quizá no sea claro lo que esto implica y se dirá que muchas universidades en el extranjero han optado por esa misma vía. Sin que esto sea falso, también es cierto que muchas otras (con miles de usuarios activos) han optado por una soberanía digital que ayuda a preservar sus datos y los hace independientes de las decisiones comerciales que las empresas toman arbitrariamente (en tanto organizaciones privadas), quienes han sido acusadas en tribunales internacionales entre otras cosas por vender los datos a espaldas de los usuarios y ejercer prácticas de monopolio.
Otro caso, un poco anterior, se presentó en el llamado “sexenio del cambio” donde se dejara de lado el uso de software libre (ese sí gratuito en su adquisición) para la gestión de labores de oficina (ofimática) en pro de la compra institucionalizada de licencias del oligopolio del sector, liderado por el gigante de las ventanitas. En ese entonces incluso se aducían problemas con los sindicatos que podrían negarse a laborar argumentando que de acuerdo con su contrato colectio no se les podía exigir un cambio abrupto en sus equipos o sistemas de trabajo, o que la curva de aprendizaje de los nuevos sistemas implicaría muchos gastos en capacitación y consultoría (pese a su extrema similitud).
Pues bien, la empresa a cargo no pregunta ni se interesa por estas situaciones al lanzar una nueva versión, modifica la interfaz y funcionalidades sin que valgan reclamos sindicales. Tal parece que bajo esta fórmula el usuario se adapta más pacientemente a tales cambios que cuando se trata de productos domésticos.
Quizá no se trate de una forma de “malinchismo digital”, la estrategia referida fomenta la idea de la tecnología en constante evolución y que poseerla incluye ser parte de ese progreso (racionalismo tecnológico), a la par de las facilidades para comprarla en lugar de desarrollarla. El “no inventar la rueda o descubrir el hilo negro” se tergiversa en “esto ya lo desarrolló tal empresa, no podemos/queremos competir, adquirir la solución es más barato y nos hace la tarea” (silicolonialismo, se le ha llamado). Los departamentos de TIC deberían sentirse amenazados por ello, pero gracias a las plazas permanentes en las instituciones y sus arreglos sindicales, este peligro desaparece o se minimiza.
La nube de contagio
El ejemplo más característico, que agudiza la pandemia digital ya que atenta directamente contra la autonomía y la libertad de las universidades e institutos de educación e investigación públicos, es la estrategia de “la nube”, una de las principales ofertas de los gigantes tecnológicos de plataformas. Esta abstracción mercadotécnica, refiere a una infraestructura (software y hardware), es decir, una plataforma que almacena información de un cliente, adquiere el poder de sus datos y puede disponer de ellos a su antojo bajo supuestos contratos de privacidad.
Los servicios predilectos para integrarse a “la nube” son clave para el desarrollo de una institución, sobre todo de educación superior, como el correo electrónico (medio utilizado por excelencia para intercambiar información de proyectos de investigación), las plataformas para dar clases en línea, y sus materiales de enseñanza-aprendizaje. Alguien pudiera pensar en esto como un acceso de paranoia. Sin embargo, la realidad ha dado muestras en contrario: recordemos los sonados casos de venta de datos a escondidas de sus usuarios, tanto en nuestro país como en el extranjero, con Cambridge Analytica a la cabeza. No olvidemos la venta de padrones electorales o de dueños del parque vehicular en sexenios anteriores. A final de cuentas, la supuesta ley del mercado se impone: la demanda y se satisface (a veces con medios poco legítimos e incluso ilícitos).
Un posible antídoto
Por otro lado, el conocido movimiento del software libre, pugna por el desarrollo programas de cómputo que están a disposición del público, y sean susceptibles de ser modificados y utilizados sin requerir un pago, y cuyo desarrollo y mantenimiento se gestiona de manera colectiva. Mucho software muy valioso ha sido engendrado bajo este movimiento, desde sistemas operativos y lenguajes de programación, hasta sistemas de gestión empresarial e inteligencia artificial. La gestión de la información, el correo electrónico y valiosos ambientes de trabajo para la docencia han surgido de manera exitosa bajo este enfoque. Richard Stallman, uno de los principales impulsores de este movimiento, explica una de las causas de la pandemia del colonialismo digital al decir que nos ofrecen comodidad a costa de libertad (de acción y de disposición de datos). Conclusión
Si una de las posibilidades industriales del país es el desarrollo de software, la actitud de las instituciones educativas, sobre todo las universidades públicas deja mucho que desear, si ni siquiera son capaces de gestionar sus propios servicios e información digitales. En lugar de optar por el antídoto del software libre e impulsar el desarrollo doméstico, inducen un descuido de los servicios digitales, y transfieren así sus responsabilidades de gestión de información sensible a empresas de tendencia monopólica bajo la promesa de las bondades de sus productos y servicios.
Éstas disponen de altos estándares de usabilidad y disponibilidad (la comodidad prometida), pero se quedan con la preciada información que dócilmente se les entrega (la libertad comprometida y la autonomía en entredicho).
En lugar de desarrollar, comprar, pareciera la consigna: se opta por el contagio en lugar de desarrollar la vacuna. Claramente el tema va más allá de la comodidad y la conveniencia de tener sistemas con interfaces bien diseñadas y fáciles de usar, tiene que ver entre otras cosas, con la penetración monopólica del mercado y la complicidad o complacencia de autoridades y organizaciones.
Infectados de la pandemia digital sería lícito preguntarle a nuestras instituciones: ¿Secretaría de Plataformización Pública?, ¿Por qué plataforma chateará mi espíritu?, ¿La técnica al servicio de la ciber transnacional?, ¿La casa abierta al gigante de los buscadores?, ¿Arte, Ciencia y Luz, en la nube?
La pandemia digital; el otro virus del que nadie habla – Revista Consideraciones – Baúl de Noticias: Tecnología
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César de Rosas
Excelente texto, qué bueno que la revista abre espacios para la reflexión crítica sobre las nuevas tecnologías.
Hector Jiménez
Es increíble pensar que en un país donde se ha manifestado, muchas veces y desde hace tiempo, que se hace ciencia y tecnología no se tenga un pequeño avance para proponerse desarrollar un correo electrónico para los universitarios. Me pregunto si también están contaminadas profundamente la mayor parte de nuestros proyectos académicos, lo cual nos nublan la vista y otras capacidades!
Arturo Luna
Gracias Héctor, por tu comentario. Efectivamente, la academia sale a deber en cuanto a ello, creo que en cierto sentido el virus también están insuflado, tanto por las formas de evaluar el trabajo académico, como por la formación que se nos da en las universidades nacionales y extranjeras. Tenemos tarea y es mucha. Saludos!