El silencio incómodo del Canciller
Frida López Rodríguez* @FridaLopRod
El actuar errático de la diplomacia cultural y, por consiguiente, de la cancillería de nuestro país en los últimos días ha sido evidente, resulta por lo menos extraño que esta área de la administración pública carezca de sentido común. Los errores cometidos no han surgido en un escenario de crisis, por ende su proceder resulta aún más sospechoso. ¿Cuáles han sido las razones para este actuar tan irregular y tan falto de consideración hacia la investidura presidencial?
Parte de la respuesta que brindó el presidente Andrés Manuel López Obrador ante la designación de la escritora Brenda Lozano como agregada cultural de la embajada de México en España se centró en señalar que el ámbito cultural aún está fuertemente influido por las élites intelectuales que hoy se definen como oposición. Con ello hizo énfasis en uno de los temas más espinosos en el debate público, no por su dificultad sino por los prejuicios ante los cuales se ha visto envuelto: la cultura no es propiamente una expresión neutral, ésta posee un sentido político como cualquier otra actividad social.
Estas tesis han sido postuladas por teóricos de la talla de Antonio Gramsci, Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron; incluso, entre los mexicanos podemos nombrar a Vicente Lombardo Toledano, quien fue de los primeros en señalar e insistir en las repercusiones políticas de la intelectualidad y la cultura en un país como el nuestro. En este sentido el presidente no está solo, le antecede una corriente teórica que avala su perspectiva, además de que un gran porcentaje de la sociedad le apoya dado que ha padecido las consecuencias de un ámbito cultural sumamente cerrado.
El conflicto innecesario que provocaron las decisiones de Enrique Márquez como todavía director ejecutivo de la diplomacia cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores hace tan sólo unos días, tiene sus raíces en un perfil ideológico que no ha sido del todo analizado. Enrique Márquez se ha definido a sí mismo como un escéptico de la transición democrática, su Diario de la decadencia, columna dominical publicada en el periódico Mileno, es un testimonio de sus ideas al respecto y de las limitaciones inherentes a ellas, lo cual desembocó en su renuncia, como consecuencia de un desfase entre sus ideas y los principios generales de la administración actual.
La transición democrática ha sido definida por él como un fracaso, en el que la partidocracia, el caudillismo, la publicidad y la economía son los factores decisivos en su visión pesimista. Sin embargo, ha estado ligado a figuras políticas relevantes del avance democrático que hoy se vive, entre ellos, destaca su relación con Marcelo Ebrard como asesor político durante su campaña por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Enrique Márquez es un personaje contradictorio, quien fue designado por el ahora canciller para cumplir con las obligaciones en la diplomacia mexicana sin percatarse de que sus coordenadas ideológicas no eran del todo adecuadas para desempeñar un cargo de tal magnitud en tiempos de la Cuarta Transformación, cuyo vigor democratizador es claro y contundente.
Al perfil ideológico de Enrique Márquez debe sumársele el silencio optado por el canciller Marcelo Ebrard sobre este tema: la designación de Brenda Lozano no sólo es inviable por su confrontación pública y pueril con el presidente, sino también porque su perfil es incompatible con los valores de la Cuarta Transformación. En este sentido, las razones que han llevado al canciller a una participación tan opaca respecto a este lío, son incomprensibles, puesto que las mujeres y los hombres con la capacidad para la diplomacia cultural son bastos. Entonces, ¿Qué visión de la cultura y la democracia tiene el Canciller?
Por ahora puede asegurarse que su visión no es tan clara y contundente como la del presidente, entre ambos existe una distancia ideológica que debe considerarse en las próximas elecciones presidenciales. Su silencio en un caso como éste, comparándolo con su rápida reacción ante el desafortunado accidente de la línea 12 del metro en la Ciudad de México, lleva a pensar que en el fondo de este asunto diplomático pueden hallarse convicciones y cálculos políticos que desentonan con la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
Teniendo en cuenta el perfil de Enrique Márquez y la connivencia hasta cierto punto del canciller Marcelo Ebrard es entendible la posición de la escritora Brenda Lozano: en este conflicto ella simboliza las contradicciones que existen al interior del gabinete, en específico, dentro del ala liderada por Marcelo Ebrard. La democratización de la cultura no puede satisfacerse con un perfil como el de ella, en el que las proclamas feministas y progresistas en tendencia están ancladas en una desigualdad real de la que ella ha sido beneficiaria.
Esta incongruencia fue imperceptible para Enrique Márquez que, de acuerdo a su desencanto democrático, es lógico que no mirase en el perfil de Brenda Lozano problema alguno. Parece ser que entre estas tres figuras, dos de ellas políticas, dado que Brenda Lozano es más cercana al ámbito de la cultura, existe una coincidencia: para ellos, la democracia es más liviana de lo que es para el presidente López Obrador. El presidente habló de las condiciones reales de desigualdad y del problema de corrupción en el ámbito cultural, con lo cual deja claro que quien desee representar la cultura mexicana debe hacerlo dentro del proyecto de democratización y no desde la simplicidad de un discurso que atiende más a intereses de grupos.
A su vez, ni Enrique Márquez ni Marcelo Ebrard han sido capaces de detectar que el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador no descansa en una intelectualidad que deba crear narrativas a su alrededor que le legitimen, dado que se sostiene en el apoyo popular ganado a pulso durante las últimas décadas con un proyecto que reivindica las necesidades de la mayoría de la población y no de las minorías elitistas que pretenden, ahora, enseñarle al pueblo cómo satisfacer las exigencias que fueron ignoradas por estas mismas élites y que continúan haciéndolas pasar por minoritarias.
El discurso demagógico de las minorías es incompatible con el proyecto de gran alcance de la Cuarta Transformación, por ello el presidente interfirió para hacer evidente las líneas esenciales de su proyecto, el cual es el que detenta la hegemonía hasta el día de hoy. El papel de los intelectuales debe dar un viraje y se esperaría que en el futuro cercano la cancillería haga lo propio desde la diplomacia cultural, de lo contrario habrá generado una ruptura anticipada.
* Tesista de la Licenciatura en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Integrante del Consejo Consultivo de Jóvenes de Cultura UNAM y del Consejo Editorial de la Revista de la Universidad. Fue representante estudiantil en el Consejo Académico del Área de las Humanidades y las Artes de la UNAM de 2016 a 2018.