Fotografía y guerra en Medio Oriente
Después de haber fotografiado diversos conflictos en Medio Oriente como la guerra en Siria (2012) y el golpe de Estado en Egipto (2013), el filósofo y fotoperiodista mexicano Narciso Contreras (Premio Pulitzer Breaking news photography 2013) nos comparte en este diálogo con Raciel Rivas su experiencia de retratar la guerra medio oriental en un universo donde el discurso político se vuelve ambiguo dados los intereses propios de los medios de comunicación. Así mismo nos comparte su reflexión sobre la ética del fotoperiodismo en tiempos de guerra.
-Raciel Rivas: “En el presente y en el futuro todo el tesoro de las palabras ya no es suficiente para pintar correctamente la infame carnicería”. Esta frase de Ernst Friedrich que motivó al filósofo Ernst Jünger a dejar la pluma para fotografiar personalmente los conflictos mundiales de su época, resulta muy similar a un escrito tuyo describiendo la guerra en Siria.
Frente a esta similitud ¿Qué poder tiene la imagen – en este caso la fotografía de guerra- que no tengan las palabras?
–Narciso Contreras: La diferencia reside, quizás, en que la imagen es un universo mucho más amplio. La fotografía, en este caso, es un proceso de interpretación de la realidad, y como proceso de interpretación tiene momentos de observación, de análisis, de reflexión y de construcción: es todo un proceso muy completo de entendimiento. De este modo, la fotografía hace posible entender, explicar y comunicar un fenómeno de la realidad. Ahora, en este sentido, la imagen tiene el poder de crear o de afectar la percepción, que pueda tener de la realidad, aquel que observa la fotografía.
En el caso de la fotografía de guerra o de conflicto se trata de ir, entender lo que sucede y explicarlo: tiene una carga muy poderosa para comunicar la experiencia del mundo. Y al hacerlo la percepción del conflicto se vuelve un acto colectivo, un acto de conciencia, de solidaridad, de entendimiento, un acto de comprensión y un acto de reconocimiento en el otro, a partir del sufrimiento y de todas las cosas que están involucradas en la guerra. Eso es lo increíble que tiene la fotografía.
Ahora, en ese sentido la fotografía ha afectado de manera positiva y negativa todo ese proceso de comprensión y entendimiento del mundo. Por un lado, puede provocar una invasión, intervenciones, despojo; pero, al mismo tiempo puede provocar entendimiento, que ese es uno de los aspectos más nobles del oficio. La fotografía puede ser un puente entre una realidad ajena y una realidad completamente humana. Al momento de fotografiar estás evocando ese sentido de humanidad frente a lo que fotografías: te vuelves un instrumento en ese proceso; un instrumento que sirve para comunicar esos dos aspectos de la realidad y unirlos en un punto común de entendimiento.
En este sentido la imagen es poderosa y creo que los que la venden o la comercializan lo saben. Por eso tiene la capacidad de provocar guerras. Una imagen tiene ese poder y frente a ese poder, al mismo tiempo, el discurso como lo hemos vivido. La experiencia del discurso, me atrevo a decirlo, en los últimos cien años ha ido teniendo una transformación continua. Las palabras dejaron de ser lo que eran, dejaron de expresar o comunicar lo que podían expresar o comunicar. Se han puesto en duda a sí mismas. El tema es que las palabras pueden mentir profundamente -y esto no significa que la imagen sea verdadera al cien por ciento- ya que es perfectamente manipulable el hecho de interpretar el mundo y comunicarlo es un proceso de manipulación infinita. Pero también, al mismo tiempo, las palabras han perdido esa carga de conexión que permitía en algún momento explicar el mundo que veías.
Y frente a las imágenes tan terribles que pueda representar un conflicto, la realidad de un conflicto: la muerte, el sufrimiento, las víctimas, la destrucción, las palabras dejan de tener la fuerza suficiente para transmitir la experiencia de esos eventos, de esa situación. Creo que en algún punto esa es la debilidad que tienen pues si no ves, es muy difícil que puedas transmitir; si no experimentas el hambre, es muy difícil saber qué se siente tener hambre; si no experimentas el dolor, es muy difícil saber que significa que algo duela. Entonces, las palabras nos han engañado. Aunque, tristemente, todos los días tenemos una ola de discursos, no solamente textos sino de imágenes: discursos gráficos, que se vuelven también una construcción hiperdramática de la realidad; que excede el sentido que la realidad misma tiene.
-RR: Tú hablas de que el fotógrafo de guerra, al captar el conflicto, es una especie de instrumento para la producción de entendimiento. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad del fotógrafo, cuándo el discurso visual está siempre apoyado sobre un discurso textual? Sobre todo, considerando que éste último depende muchas veces de los intereses políticos y de la prensa.
–NC: La responsabilidad es como cargar el mundo sobre tu espalda. Precisamente, una de las grandes carencias que tiene el proceso de la imagen fotográfica, hoy en día, es la falta de esa perspectiva, la falta de profundidad ética en el proceso de interpretación; en hacer la imagen, en la selección de la imagen, en la historia misma, en el procedimiento de creación. Si tú interpretas la realidad para que otros la entiendan, eso que tú estás haciendo puede crear la percepción de lo que estás viendo en un sentido o en otro. Un ejemplo muy tangible es la guerra en Siria.
La experiencia que tuve o que he tenido trabajando ahí es que un gran porcentaje de los corresponsales, camarógrafos y reporteros que van a cubrir el conflicto, llevan una idea de lo que van a hacer o de lo que van a encontrar. La situación es la siguiente: “Queremos esta historia”, luego, llegan a construirla y la llevan de regreso al estudio, y esa es la historia que se cuenta del conflicto. Por el contrario, es muy distinto ir ahí para ver lo que está pasando, entender lo que está pasando y, entonces, explicarlo.
-RR: ¿En un sentido que no sea parcial?
-NC: Es muy difícil no ser parcial, es decir, ser neutral frente al sufrimiento, frente al dolor. Pero lo es importante es: ¿Para qué vas a cubrir? ¿A quién le vas a contar qué? eso es fundamental. Y creo que en eso radica el trasfondo ético del proceso fotográfico. Cuando tú eliges el ángulo o la perspectiva desde la cual interpretas el conflicto de la realidad para transmitirla, sabes que eso va afectar a miles de personas y ellos van a entender el conflicto de tal o cual forma, entonces la responsabilidad es infinita, gigantesca. Y creo que es el punto débil de todo este tema de la ética en el fotoperiodismo, sobre todo, la ética en los medios.
Evidenciar la realidad desde la redacción es muy distinto que evidenciar yendo al lugar donde el fenómeno está teniendo lugar. Una guerra, un conflicto es un universo muy complejo. No se reduce al tema del bueno y el malo. No es ver de forma maniquea al que está actuando en un sentido u otro, y dividir los bandos. Entender ese proceso complejo del conflicto implica comprender que ni las imágenes ni las palabras pueden fluir de manera gratuita.
No es ir a hacer la foto y mandarla, y luego: “Eso es lo que pasa”. En ese sentido radica la responsabilidad; cuando eliges de qué forma lo vas a cubrir, o eliges más bien observar, entender lo que está sucediendo para después poder explicarlo; crear un modo de cercanía con el fenómeno que estás tratando de entender, porque al final tú ves lo que otros verán también. Y al ser ese puente, ese instrumento, tú eres los ojos de los otros. Y en ese sentido puedes afectar de una manera bastante dramática o positiva el fenómeno fotografiado. Esa fue mi experiencia en Siria, por ejemplo. Yo no sé hasta qué punto la cobertura que se hizo durante el punto más álgido del conflicto -que fue este segundo semestre del 2012 al estallar la guerra en Alepo- afectó más a la gente que vivía el conflicto de lo que la ayudaba. Hasta qué punto las imágenes, o la cobertura que se estaba haciendo en ese momento, alimentaban más la máquina de guerra en lugar de llamar a un diálogo, en vez de frenar “la carnicería” que se estaba viviendo ahí.
-RR: Justo eso de lo que hablas recuerda un tanto a lo que Walter Benjamin, había observado en la guerra, a inicios del siglo XX: el problema del goce de la destrucción, el goce del sufrimiento a partir de la estetización de la guerra. Actualmente se nos muestra en los diarios una gran cantidad de imágenes sobre la muerte que pareciera que llegan a ser parte de un disfrute. Y no se ve el alcance o la repercusión que puedan tener estas en una sociedad que vive el conflicto, y otra que no lo padece, sino que lo ve desde lejos.
¿Hasta qué punto es necesario fotografiar el dolor y el sufrimiento? ¿Y cómo te ha transformado personalmente?
-NC: Creo que en algún momento se ha explicado, me parece que fue Jean Paul Sartre, quien decía que vivir la experiencia de la muerte a través de la muerte del otro es como si tú murieras. Al ser testigo de la muerte y del sufrimiento, de las masacres, de cosas que son o que están en este ámbito, por supuesto te afectan; te afecta en el sentido de que no te vuelves ajeno, y en ese sentido también tienes la responsabilidad de comunicarlo, de transmitirlo.
En algún punto podría verse como una experiencia personal, como experiencia íntima. Pero la fotografía excede esa experiencia íntima, se vuelve un documento, un elemento de interpretación: un ancla profunda que evoca sentido de humanidad. Y eso es lo interesante de la foto. Lo que mencionas respecto al goce del sufrimiento, yo creo que una forma más matizada de verlo, sería que la imagen fotográfica, a partir del fenómeno gigantesco de la industria, ha servido para crear una percepción hiperdramática del mundo con imágenes del sufrimiento ilimitadas, imágenes del sufrimiento que se vuelven un discurso infinito.
Si revisas los últimos quince años de producción fotográfica en el mundo, a través de los concursos, de los medios impresos, te das cuenta como la imagen se ha ido alterando en un grado superlativo: el sufrimiento es cada vez más intenso, las imágenes son cada vez más dolorosas, aunque no sean gráficamente explícitas, es decir, que no se trate gráficamente de un mutilado. Esto crea una percepción de hiperrealidad, de hiperdramatismo. La fotografía o todo el proceso creativo de la imagen, y esto incluye al cine, las gráficas o la animación, han creado esta percepción de hiperrealidad e hiperdramatismo, y esto a su vez ha acentuado, no sé si una insensibilidad frente a la realidad, pero por lo menos ha provocado que muchas cosas pasen sin que gran parte de la sociedad se detenga a verlas: invasiones, saqueos, matanzas, violaciones, una serie de cosas que en el pasado podían verse con claridad en su sentido inhumano de suceder, de hacerse presente, hoy podemos incluso aceptarlo sin dudarlo, sin detenernos a pensar en ello.
No sé si esto último sea un fenómeno intencionado, pero sí es un efecto de esta producción y consumo masivo a partir de la industria de la imagen; de la producción de la información, etc. En algún sentido la realidad se explica a partir de este fenómeno de los medios, del cual la imagen fotográfica forma parte, pero en un sentido la realidad también subsiste por sí misma. ¿Dónde se ajusta ese discurso de la producción de la realidad con la realidad misma? ese es justo el tema de la ética.
-RR: Narciso y ¿hasta cuando piensas fotografiar el conflicto?
-NC: Jamás ha habido un momento en la historia documentada del hombre que se conozca, escrita o narrada, en que se haya vivido un momento sin conflicto, sin guerra. La guerra es inherente a la naturaleza del hombre. La guerra existe porque existe la paz y hay un proceso de construcción de la realidad donde la guerra es constante.
Y lo veíamos o lo platicabamos, la guerra se materializa también desde la lucha interna: el mundo como un escenario de conflicto donde el alma busca alcanzar su propia autorrealización; ese escenario de conflicto es constante. En mi caso yo nací entre guerras, tú naciste entre guerras, todos nacimos percibiendo un mundo en conflicto. Hace poco, escribiendo un texto, recordé mi primera experiencia con ello: cuando tenía como 10 años mi padre me dio mi primera lección de filosofía al decirme “El mundo es miserable y está dominado por el capitalismo”. Y al mismo tiempo, cuando iba a casa de mi abuela, ella tenía una colección de libros de la primera y segunda guerra mundial con fotografías impresionantes. Entonces, cada sábado que yo iba a casa de mi abuela mientras mis primos salían a jugar y corrían por todos lados, yo me metía a su pequeña biblioteca y pasaba horas hojeando sus libros de la guerra. Creo que esa fue mi primera experiencia de la guerra. No me había dado cuenta pero creo que eso fue lo que me hizo después de veinte, veinticinco años, entrar en este escenario.
El punto ¿Hasta dónde puede ser? ¿Hasta dónde cubrir el conflicto? En mi caso, es hasta donde siga teniendo dos piernas, dos brazos, la capacidad visual de ajustar un lente y hacer una foto. Hay muchas formas de explicarlo: hay quienes dicen que te vuelves que te vuelves adicto a la adrenalina; y yo vi colegas corriendo completamente fuera de sí, en medio de situaciones donde tiemblas para entrar, perdidos en la adrenalina.
Sí, es un tema complicado, pero yo creo que mientras tenga la capacidad de mantener cierta coherencia en lo que hago, por lo menos para mí, seguiré cubriendo el conflicto. Zonas de conflicto solo es una parte de este ejercicio de interpretación que es la fotografía. Hay una serie de temas más que me interesan. Pero también la fotografía no es el final de mi vida. No nací para ser fotógrafo, la fotografía apareció en mi camino como un ejercicio de entendimiento, de comunicación, de interpretación, pero un día puede terminarse; tal vez un día se me ocurra aprender a escribir y entonces decida dejar la cámara
Muchas cosas pueden suceder; la fotografía es ahora esta vía de comunicación que se ajusta o, mejor dicho, a la que yo me ajusto; nos entendemos bien, nos llevamos bien, hasta que ese matrimonio funcione va a estar correcto, luego quien sabe, después quizás dedique gran parte de mi tiempo a alimentar en un establo vacas.
(Risas)