Tragedia en línea 12; Ni “incidente”, ni bandera electoral
En este momento tenemos el corazón convulso por el dolor y la rabia. La catarsis colectiva es legítima, y necesaria. Se entiende y hay que ejercerla y respetarla. Claro: siempre y cuando sea catarsis y no cinismo. Aplaudo a los que hoy priorizan, con su silencio o con el auto control declamativo, el respeto a las víctimas.
Comparto solo dos cosas (mi propia catarsis, desde luego):
Cuidado con sumar el insulto a la tragedia. Que no se intente mal usar el lenguaje para moderar lo ocurrido: esto no es un “lamentable incidente”. Esta es una tragedia indignante. Y así hay que llamarla, con todas las letras. Y es indignante porque no es producto de un evento natural o de la mala suerte; no es, a todas luces, un “accidente fortuito”. La sociedad tiene todo el derecho a exigir y conocer hasta la última gota de responsabilidad, por acción u omisión, de empresarios y funcionarios de todos los órdenes de gobierno, actuales y pasados. Y exigir a las autoridades, hasta que se ofrezcan resultados convincentes, la mayor humildad. Esa humildad obliga a no parapetarse detrás de ningún lenguaje suavizado. Estaremos atentos no solo al resultado de las investigaciones y peritajes, sino a la calidad y credibilidad de estos.
Por otro lado, hay que denunciar la porquería oportunista de los que ya, mientras aun hay gente debatiéndose entre la vida y la muerte, están sacando un rédito electoral de la tragedia. Es una inmoralidad que se emparenta con la negligencia administrativa en este punto: desprecia al otro, al “ciudadano de a pie”. Significa ver a las personas como medios para fines propios. Es sacar ganancia política con el sufrimiento de esos “otros” a los que deshumanizaron hace rato, y de los que solo se ocupan cuando pueden ser vehículos para su regocijo ideológico o su botín partidista. Causan náuseas. Debería estar tipificado en el código penal el uso proselitista del dolor ajeno.