Sin dejar a “nadien” atrás
Pavel Lima Martínez
Mi abuelita materna solía preguntarnos a nietos e hijos por igual cuando algo no lo quedaba claro -¿qué “diijites”? DI-JIS-TE, mamá- la corregían generalmente sus dos hijas, las más prescriptivistas (probablemente sin saber que lo eran) de la lengua; a los varones, no les causaba problema alguno (supongo que ellos se habrían identificado con el descriptivismo lingüístico).
Tras cada corrección a su manera de conjugar a la segunda persona del singular en pasado, mi abuela ponía fin a la discusión con un -Bueno, me “entendites”, ¿no?- Estos cambios lingüísticos presentes en toda comunidad en cada momento de la historia fueron categorizados y convertidos en objeto de estudios formales, quizá los lingüistas más avezados dirían que en el habla de mi abuela había una evidente epéntesis o una metátesis (ambos fenómenos comunes en el uso de las lenguas) o afirmarían que sencillamente ambas estaban presentes.
Este recuerdo vino a mi mente tras escuchar y leer, una vez más, después de cuatro años de la elección a gobernadora (a veces en lugar de usar el denominado lenguaje inclusivo, prefiero echar mano del género femenino para generalizar) en el Estado de México, las voraces críticas, todas ellas o la mayoría al menos, cargadas de clasismo y racismo, voces que se infartaban -desde la arrogancia de una supuesta superioridad moral o intelectual- por la designación de la maestra, y hoy senadora con licencia Delfina Gómez Álvarez, como la nueva Secretaria de Educación Pública, ¡Cómo es posible que una señora que dice “nadien” va a ser la encargada de conducir la política nacional en materia educativa! -vociferaban muchos de los “publicistas” que desde hace algunos lustros se han autoerigido comunicadores y/o periodistas, pero que en la práctica han dejado de manifiesto que no son otra cosa que propagandistas de muy bajos vuelos, lo cual -por cierto- no es de ninguna forma algo indebido o ilegal, pero sí poco ético, pues esas prácticas no son propias de un auténtico y honorable periodismo.
Desde el 21 de diciembre, día en que el presidente López Obrador comunicó su intención de que la maestra Delfina ocupara el cargo de Secretaria de Educación Pública, transcurrieron casi dos meses, y finalmente el lunes 15 de febrero en la conferencia matutina del presidente, la maestra leyó un discurso, aceptando formalmente el cargo. Fue un texto sincero, transparente, generoso, un discurso que pinta de cuerpo entero a la maestra Delfina.
Aproximadamente en el minuto 7:00 del texto, la maestra expuso una cuestión fundamental que debe acompañar este proceso de transformación educativa en el país: ̈El secretario Moctezuma deja un legado importante que retomaremos para hacer posible que los aprendizajes continúen sin dejar a nadien atrás, ya que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador marcó a la inclusión como uno de los ejes de la cuarta transformación desde un principio…”
Así lo pronunció: a nadien, con “ene”. Y qué bueno que lo hizo así, qué bueno que las críticas clasistas y racistas no hicieron mella en el código lingüístico de la maestra Delfina. La consecuencia natural del arraigo a su código lingüístico, representa una reivindicación a diversos grupos sociales que no acudieron a escuelas donde, por tradición, ha habido un evidente énfasis a favor del denominado prescriptivismo lingüístico, que si bien representa una corriente legítima dentro de las disciplinas del lenguaje, ha traído como consecuencia y ha fomentado, quizá sin proponérselo, discriminación negativa, entendiendo éste último adjetivo como lo opuesto a la reivindicación, dignificación o incluso el reconocimiento de la otredad.
En el mismo orden de ideas, uno de los principios esenciales de la teoría de los derechos humanos, es la no discriminación. La Declaración Universal de Derechos Humanos estipula que “toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamadas en esta declaración sin distinción alguna de raza, color, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Es más o menos evidente que tal declaración pretendió taxatividad en plenitud, sin embargo, no es ningún secreto que el problema del lenguaje y la aprehensión de la realidad es un asunto que ha acompañado a los seres humanos como una sombra permanente; no podemos aprehenderlo todo, así que aunque en la declaración se hace referencia al idioma, no se explicita todo lo concerniente a un concepto tan amplio y profundo, no se evidencia la discriminación lingüísitca por razones de código, es decir, una discriminación cometida por hablantes de la misma lengua, pero que consideran que su manera de articular, de pronunciar, de emitir sonidos en general es “mejor” que la de otros, porque seamos sinceros, la mayor parte de los detractores de la maestra Delfina no parecieran estar auténticamente preocupados por mejorar la educación en el ámbito lingüístico, solamente se regodean en un discurso de supuesta superioridad.
Esto no puede seguir; y lo digo con toda claridad, es tiempo de dejar atrás la discriminación lingüística, de dejar de negar al otro como sujeto de diálogo, de sostener que el grado de instrucción, necesariamente debe cambiar la variante o el código del habla de nuestro entorno familiar. La forma de hablar de cada individuo no determina la preparación, es una marca más profunda, es carácter, es identidad, es alma. Las diversas disciplinas que estudian los fenómenos del habla, han expuesto con alguna contundencia que no existe razón cognitiva o lingüística para enjuiciar a algún hablante y determinar que es mejor o peor su manera de hablar.
A finales del siglo pasado, concretamente en 1986, una lingüista finlandesa de nombre Tove Skutnabb- Kangas, publicó, junto con Robert Phillipson un compendio de artículos titulado “Reglas lingüicistas en la Educación”. En uno de estos trabajos, la doctora emérita, definió el concepto lingüicismo como:
…ideologías, estructuras y prácticas que son utilizadas para legitimar, efectuar, regular y reproducir una división desigual de poder y de recursos (materiales e inmateriales) entre los grupos que se definen sobre la base de la lengua.
Esta definición nos remite al problema central: pretender pisotear, humillar y negar al otro. Probablemente algunos miembros de grupos privilegiados no estarían de acuerdo con estos planteamientos que comparto y seguirán vociferando, despreciando a una mujer trabajadora, hija de padre y madre igual de trabajadores, y serán incapaces de notar que la maestra Delfina no tiene aspiración de pertenecer a ese estrato “selecto” que se expresa y pronuncia de determinada forma.
La maestra es una mujer que quiere seguir sirviendo a su país, es una profesora que conoce las entrañas del sistema básico de educación, que comprende a las maestras y maestros, pero que también ha convivido con las niñas y niños y que conoce las preocupaciones y pesares de las madres y padres de familia. Otra cuestión que probablemente no logren dilucidar estos grupos de privilegio, es que en la profundidad de su discurso subyace una falta de reconocimiento al otro, una carencia de aceptación a ellos mismos; “yo no soy igual a ti”, “tú no eres igual a mí”, “yo sí sé hablar”, “yo sí estudié” “eres ignorante”, y un sinfín de formulismos tan erosionados como trillados que lo que dicen de fondo es simple y sencillamente “yo soy mejor que tú”.
Somos miles de mexicanos que compartimos la esperanza de que al tener a la primera mujer maestra de educación básica frente a la SEP, efectivamente, como dice la maestra Delfina, nadien se quede atrás, porque como ya lo señalaba Morelos en los “Sentimientos de la Nación” (parafraseo el precepto número 15) sólo distinguirá a las personas la virtud y el vicio. Señalar, discriminar, sentirnos moral, intelectual, o lingüísticamente superiores, es vicioso, no virtuoso. Procuremos ser virtuosos, sólo en esa medida será posible lograr que nadie se quede atrás, que nadien se quede atrás.
Por último, no quiero dejar de compartir que esa mujer, mi abuelita- que decía dijites, tenía un sueño. Como muchas otras mujeres de México quería ser maestra. No lo logró pero estoy seguro que de haber podido estudiar y estar frente a un grupo, habría sido una mujer comprometida, entregada e íntegra, una parte fundamental de un proceso de transformación, y, muy probablemente habría seguido diciendo ¿qué dijites? Hoy la maestra Delfina Gómez representa de algún modo esos sueños de miles y miles de mujeres que soñaron, que anhelaron, que lucharon para que algún día una señora llegara a decirnos a todos “que nadien se quede atrás”.