Capitalizar la desgracia nacional; la única bandera de la oposición
¡Fuera máscaras!
El malinchismo que permeó en la sociedad en los años ochenta y que acompañó la apertura económica con Miguel de la Madrid, también justificó el enriquecimiento de algunas familias, pero principalmente, legitimó el éxito de un proyecto empresarial de nación en discreta gestación.
1982 fue un año duro: Las medidas “dolorosas pero necesarias” dictadas desde el extranjero por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Mundial (BM), obedecieron al dogma neoliberal impulsado por Estados Unidos y Gran Bretaña, e indicaron los términos económicos que México debía seguir:
Disminución del gasto público, recortes a programas de asistencia social, disminución o condonación de impuestos a grandes empresas, pero principalmente, lograr posicionar al sector privado como motor de desarrollo económico interno que iría “hacia afuera”, por lo que se requería que grandes industrias con capacidad exportadora tuvieran incidencia en ámbitos que antes estaban reservados para el Estado.
Lo anterior facilitó argumentos para ganar una vieja cuenta pendiente del empresariado contra el Gobierno: la reprivatización de la banca. Lo que además de fortalecer al sector financiero, hasta ese momento un actor secundario, el sector pasó a tomar un papel muy importante en la restructuración económica de acuerdo a intereses internacionales de corte industrial, comercial y financiero.
A partir del momento que actividades económicas propias del Estado fueron cedidas a ventajosos empresarios, además de las clásicas formas de presión política como la fuga de capitales y la poca inversión en el país, los empresarios ganaban terreno en el control de importantes espacios estratégicos nacionales.
Pero todo a su favor no era suficiente. La demanda empresarial constantemente exigía la desregulación a la inversión extranjera y la venta de las empresas estatales que aun quedaban, pero principalmente, la entrada al Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio Exterior (GATT) termina de golpe con la protección de la economía nacional y señaló el inicio de su apertura hacia los mercados internacionales en 1985.
El arribo del espurio Carlos Salinas de Gortari
En ese sentido no es casual que el tecnócrata financiero Carlos Salinas de Gortari llegara al poder en 1988 después de una muy cuestionada elección. Sin credibilidad que perder, aplicó el criterio de mercado propio del modelo neoliberal al pie de la letra en la economía nacional:
La oferta y demanda regiría por completo la economía; la productividad y eficiencia se impondrían a criterios distributivos; además se priorizó la muy conveniente institucionalización de autonomía de relaciones entre empresarios y gobierno para legitimar el sistema de mercado; además de mantener en control a los sindicatos, pues fueron presionados para reducir la participación en colectivo sobre las relaciones obrero-patronales.
Durante las privatizaciones del sexenio de Carlos Salinas, de acuerdo al fundamentalismo de mercado, también se afectó la relación del empresariado con el gobierno. En franca oposición a los intereses de los trabajadores, se hizo posible el control de la inflación a partir de bajos salarios, pues decían que eso estabilizaba la deuda nacional, y preparó el terreno para la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá.
La mesa estaba servida para la apertura económica total. Existía una pretensión más o menos pública de llevar a México a la modernización como anhelo nacional. La inversión extranjera tenía garantías bastante “propicias para la inversión” necesarias para la propiedad privada y su reproducción.
En esos momentos, en 1990, la banca iniciaba un proceso de re-privatización total, por lo que el sector financiero se alineaba con los intereses de su sector en América Latina que apuntaba a deudas impagables y gobiernos inestables.
Ernesto Cedillo apenas entró para enfrentar una grave crisis económica, y de paso, entregar lo que faltaba a los banqueros con el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA). La facción tecnócrata-financiera podía apuntarse una nueva victoria con la ejecución de las reformas las neoliberales de su antecesor, pues posibilitaba convertir una deuda bancaria entre privados en deuda pública. El famoso rescate a banqueros.
Tras la quiebra del Estado en los años ochenta, los empresarios nacionales se articularon a los intereses económicos a nivel internacional, en el momento que el modelo capitalista de Estado en detrimento, dio paso al capitalismo financiero internacional.
La transición fallida con Vicente Fox
Para cuando llega al cargo Vicente Fox en el año 2000, los tecnócratas financieros ya habían logrado imponer un nuevo modelo de desarrollo a través de la estructura vertical y autoritaria del Estado mexicano. Ya no había necesidad de mentir. Los empresarios podían quitarse las mascaras.
Poquísimas familias se enriquecieron; los poderes fácticos demostraban su poder e influencia un día sí, y el otro también. Pero la principal característica distinta al empresariado del pasado, es que ahora aceptarían su vocación política. Sin acumular experiencia, sin lucha social ni programa político. Los empresarios aprendieron a subirse en la ola de la desgracia para conseguir votos. Negocio redondo: dinero al amparo del poder.
Moralmente derrotados. Los empresarios que hoy defienden al sistema de privilegios construido a base de clasismo, racismo y explotación; recuerdan con melancolía los tiempos opacos de Felipe Calderón y los años de “pactos” con Peña Nieto.
Coparmex , Grupo Monterrey, empresarios como Claudio X. González, Gustavo de Oyos, y compañía, pueden pagar sin problemas los retazos que quedan del PRI, PAN y PRD. Su problema no es de dinero, es político; pero en esta ocasión no cuentan con un títere “alto y vacío” que lo disimule.
Simplones en sus críticas y vacíos en su discurso, no conocen más que ideología del dinero marcada por la desproporción y sin sentido de sus privilegios. Quieren vender a punta de berrinche un programa político a conveniencia que ya nadie quiere, ni debe comprar.
Aprendieron a capitalizar la desgracia, y se acostumbraron tanto a vivir de ella, que ahora su intención es provocarla a punta de infodemia con sus pregoneros del fatalismo a sueldo. Su forma de hacer política, en realidad es oportunismo carroñero. Ya lo decía Gramsci: “Cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, en ese claroscuro, surgen los monstruos”.
Hoy exhiben su proyecto empresarial de nación en decadencia, y nos reímos de su ceguera pero ¿a qué intereses internacionales corresponden? Preocupa el resurgimiento de la derecha radical en todo el mundo. Pero en México mientras continúen defendiendo a ciegas sus privilegios, no volverán. Espero