¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo?
Este título es prestado. Es el nombre de un artículo escrito por el historiador argentino Ezequiel Adamovsky en la Revista Anfibia. Con él se propondrá una aproximación distinta para acercarse al estudio del populismo. En este sentido, es necesario que el lector se aleje un poco de las prenociones y prejuicios que tiene respecto a lo que le han dicho que caracteriza a este concepto: líderes, en su mayoría carismáticos, que embelesan con cantos de sirena a las masas proclives a seguir a cualquier individuo que les diga lo que quieren escuchar; líderes, en su mayoría autoritarios, que buscan a cualquier costo deshacerse de las instituciones democráticas; líderes, en su mayoría con una alta capacidad retórica, que buscan dividir a la sociedad entre buenos y malos.
Populismo según los medios
Estas descripciones sobre el populismo, potenciadas y reproducidas por los medios de comunicación e intelectuales “de prestigio”, como Enrique Krauze con su “Decálogo del populismo”, generalmente es la punta de lanza para criticar a cualquier proyecto político que busque, en mayor o en menor medida, alejarse de las políticas neoliberales. Los llamados gobiernos progresistas de izquierda, generalmente son caracterizados como proyectos populistas, ya que guardan ciertos rasgos de lo que nos han dicho que es el populismo. En este sentido, cabría preguntarse por qué sucede esto y cuáles son las consecuencias de utilizar un concepto que poco dice de la realidad particular de cada país, pero dice mucho de quien se posiciona como un crítico del populismo.
Más allá de tratar de encontrar el estado más puro de la definición del populismo, cabría situarse en aquello que Chantal Mouffe llamó “momento populista” en el libro Por un populismo de izquierda, es decir, partir del hecho de que actualmente nos encontramos en una coyuntura en donde distintos gobiernos populistas han emergido debido al resquebrajamiento del neoliberalismo. En este sentido, el ejercicio reflexivo iniciaría con aquello que la filósofa argentina Luciana Cadahia, en El populismo es el fantasma del neoliberalismo, ha entendido como el nivel óntico y el nivel ontológico, es decir, dejar del lado el momento óntico en el que únicamente se estudia al populismo como aquello que ya está dado y es susceptible a las peores críticas de aquellos que ven en éste un síntoma de una democracia frágil, para pasar al momento ontológico en el que se estudia al populismo como una dimensión más de la política, es decir, como una categoría de análisis que da cuenta de problemas anclados en un contexto en específico.
Al acercarse al estudio del populismo desde un nivel óntico, la intención se vuelca en hallar la definición más pura y generalizable de populismo y, por tanto, convierte a los interesados en este fenómeno en meros “catadores” de lo que para ellos es el fenómeno, porque se adecúa a una definición personal y, de tal suerte, deja abierta la posibilidad de estirar tanto el concepto, que da lo mismo caracterizar a Hugo Chávez como un populista, que caracterizar a Trump o a Bolsonaro de la misma manera. De este modo, habría que preguntarse qué utilidad teórica tendría un concepto que es incapaz de diferenciar a proyectos políticos que buscan aumentar derechos sociales y ampliar la justicia social, que aquellos que únicamente por tener líderes carismáticos y ser anti-establishment ya entran en la misma conceptualización.
Populismo: ¿la respuesta al neoliberalismo?
La propuesta de la filósofa Cadahia va encaminada a dejar de lado el reduccionismo esquemático respecto a lo que algunos medios nos han dicho sobre el populismo, para comenzar a plantear una reflexión teórica distinta, capaz de entender a los gobiernos populistas en su justa dimensión y en clave latinoamericana. En este sentido, junto con los planteamientos realizados por Mouffe, el populismo adquiriría una lógica en sí misma que debe ser estudiada como un mecanismo capaz de articular demandas y exigencias por parte de un sector históricamente excluido por la oligarquía, junto con un gobierno capaz de hacer del Estado un lugar y un instrumento en beneficio de los ciudadanos.
Esta propuesta sin duda no es una aproximación novedosa, ya que Ernesto Laclau, en La razón populista, había planteado la posibilidad de comenzar a teorizar de manera distinta el fenómeno del populismo, sin embargo, lo que sí resulta novedoso es distanciarse de aquellas concepciones que ven en el populismo un aspecto negativo de la política y, más aún, de la democracia en sí misma. Así, una mirada que permite estudiar al populismo como un mecanismo que busca la unificación de demandas en un solo proyecto político, visto éste como la respuesta de un sistema neoliberal que dio paso a la oligarquización de los Estados, permite dar cuenta de la existencia de proyectos políticos con un alto valor ético en beneficio de unas mayorías dejadas a su suerte , en contraposición con aquellos proyectos que sólo buscan establecer el orden político y económico existente en pro de la democracia.
Finalmente, no se está planteando la ineficacia de un concepto que, en primera instancia, resulta ser polisémico y moldeable según las exigencias de cada estudioso, ya que es evidente cómo este concepto ha permitido construir ciertas coordenadas capaces de acercarse a fenómenos socio-políticos, sin embargo, lo que se plantea es que existe la posibilidad de recrear una visión distinta que no sea únicamente una mera descripción de hechos, sino una profundización de fenómenos que en ocasiones la academia –o, en algunos casos, la supuesta neutralidad– obstaculiza ver y comprender en su totalidad.