¿Está mal celebrar el video del asalto a la combi?
Hace algunos días se hizo viral un video en donde se muestra cómo usuarios de una unidad de transporte público frustran un robo. Los hechos sucedieron en una combi que recorre la ruta México-Texcoco. El video se viralizó en redes sociales y desencadenó una serie de memes, burlas y, lo que es más importante, una fuerte discusión acerca de qué tan “correcto” fue que los usuarios de la combi golpearan al asaltante.
¿A favor de la justicia por propia mano?
Como en la mayoría de las discusiones que se vuelven tendencia en redes sociales –pero que tan sólo duran un par de días–, se formaron dos bandos: quienes apoyaron el linchamiento hacia el asaltante abogando que se lo merece y, por otro lado, quienes no están a favor y apelan que es un ser humano más, el cual seguramente roba por necesidad y por una ausencia del sistema de justicia de nuestro país.
Ambas posiciones guardan argumentos de gran importancia, sin embargo, y como un fiel defensor de posicionarse y dejar a un lado las neutralidades, estar a favor de la “violencia” ejercida hacía el individuo no quiere decir que se ignoren las condiciones sociales y económicas en las que vive el asaltante de la combi. Este argumento es usado para hacernos ver que el sujeto sólo responde a un entorno social en el que creció: carencias económicas, una precaria educación, etc.
En un primer momento, quienes están en contra de la violencia ejercida hacia el asaltante dan por hecho que este individuo creció con estas problemáticas y que las mismas lo obligaron a asaltar para llevar comida a su familia o, al menos, satisfacer medianamente sus necesidades del día a día. Suponiendo que esto es así, ¿estamos obligados a tolerar robos los cuales, en su mayoría, son ejercidos con violencia física en el mejor de los casos? Este argumento apela a la empatía hacia quien roba, aduciendo que “él no quiere robar, pero la necesidad lo obliga”, pero esto es un completo reduccionismo porque, de ser así, basta que cada uno de nosotros se vea con la mínima necesidad económica para decidir dedicarse al robo.
Tolerar lo intolerable
Esta discusión se vuelve interesante porque nuevamente emerge la tolerancia hacia el intolerante, es decir, que al ser victimas de un despojo de nuestros bienes materiales tal parece que lo primero que debemos hacer es tranquilizarnos, ponernos nuestro traje de sociólogo o antropólogo y justificar por qué el asaltante hace lo que hace. Podrán decirnos quienes estudian este tipo de fenómenos –el linchamiento o la justicia por propia mano–, que no es justificar la acción sino tratar de entender las causas, el porqué de la situación y demás explicaciones que, para el ámbito de la academia y las conferencias están muy bien, pero que en la vida real no tienen mayor impacto dado que el robo a mano armada es el pan de cada día de los ciudadanos.
Lo que desencadenó toda la discusión en redes sociales fue la corrección es violentar a quien violenta. Para quienes están en contra de la violencia ejercida hacia el asaltante, parece ser que no hay diferencia alguna entre quien ejerce la violencia y quien se defiende de la violencia con violencia. Para quienes desean estirar su moralidad y sus principios de modo que estos logren abarcar absolutamente todo lo que pasa en su vida, encuentran en la autodefensa un símil con quien decide robar.
Decir que el sistema de justicia en México no funciona desde hace muchos años no es nada nuevo; asimismo, el actual gobierno no ha podido resolver el problema de inseguridad que nos aqueja todos los días a quienes utilizamos el transporte público; también, está claro que la impunidad juega un papel importante en el deterioro de este país. Todos estos elementos sumados han empujado a los ciudadanos a ejercer un poco de justicia por propia mano. Si es correcto o no, depende de cómo lo perciba quien fue victima del asalto.
¿Empatía con los asaltantes?
Apelar a la empatía hacia quien asalta es el argumento más simple porque, ¿quién, con un poco de sentido común, estaría a favor de la violencia? El problema radica en que no se está hablando de violencia a secas, sin contexto, sin adjetivos, sino que se está hablando de la violencia ejercida hacia quien decide robar sin tentarse el corazón y sin sentir un poco de empatía hacia los usuarios del transporte, hacia sus víctimas. De seguir con la tolerancia hacia el intolerante, en un futuro no debería extrañarnos que seamos empáticos hacia quien violenta a la mujer, por ejemplo, arguyendo que “creció en un contexto con padres ausentes y carencias, así que entendámoslo”.
Quienes estamos a favor de lo sucedido en la combi no es porque estemos sedientos de venganza y de violencia como lo quieren hacer ver Teresa Rodríguez y Elisa Godínez, académicas entrevistadas para un video en “AJ+Español”–quienes sostienen sus argumentos con títulos de sociología y antropología, respectivamente–. Ellas afirman que esa “violencia se ejerce hacia otros lados” o que “ese mismo tipo de violencia es la que afecta a las mujeres en su casa”. Estas afirmaciones son tan absurdas porque se cree que quienes celebramos el asalto frustrado es porque nos encanta ejercer nuestra masculinidad de la única manera que pareciera ser posible: la violencia.
La violencia en contextos específicos: ¿a favor?
Para ser claros: se entiende que al asaltante le den su merecido, así como se celebrará cuando se frustre la violencia hacia una mujer, un anciano, un menor y hasta un animal. No es apoyar la violencia sólo porque sí, es apoyarla en contextos específicos y bajo las condiciones de un gobierno que aún no da resultados en esa materia.
Las ciencias sociales nos sirven para entender y darle un poco de sentido a los fenómenos de nuestra vida diaria, sin embargo, antes que científicos sociales somos individuos con problemas reales. Las explicaciones académicas que se dan desde un escritorio, convirtiendo el fenómeno y al asaltante en un objeto de estudio más, no sirven de mucho si no tienen un impacto real en el ciudadano común de a pie que actúa por impulso y hartazgo. Lo políticamente correcto es no estar a favor de la violencia, eso está claro, pero, ¿hasta dónde podemos estirar esa liga?