La 4T. Crónica de un proyecto que avanza a pesar de todo
Hace varios años asistí a una cita de trabajo en la colonia Roma en la Ciudad de México. Yo me encontraba a la mitad de mi licenciatura en Ciencias Políticas en la UNAM.
La persona con la que iba trabajar me pidió esperar un momento, pues iba llegar un importante político de Morena con quien tendría que arreglar unas cuestiones de trabajo. Aquella persona ingresó al lugar acompañado de dos asistentes. Hasta ese momento yo desconocía de quien se trataba.
Paso un largo rato conversando con mi futuro jefe. Recuerdo que, entre los inmensos temas que tocaron, estaba sobre qué harían en el momento en que por fin lograran sacar al PRI del gobierno del Estado de México.
“Lo primero que haremos será ir a Atlacomulco y, al igual que la estatua de Husein fue derrumbada, así lo haremos con la de Carlos Hank González”, indicó el caballero.
Para ese entonces, una tía comenzó a inmiscuirse en la política. Pero un día, un poco decepcionada, me comentó que sentía que nada cambiaría, que todos estaban arreglados y que de nada serviría apoyar a X o Y partido.
Entonces le conté aquella conversación que yo mismo había escuchado. Con esto se motivó para apoyar a quien propusiera un posible un cambio de régimen en este estado, donde no se ha conocido la alternancia porque, en las elecciones pasadas, no lo logramos.
Años después yo me encontraba trabajando para una agencia internacional de noticias, pero me pidieron sumarme a una nueva campaña a nivel local. Mi interés por formar parte del llamado de López Obrador y participar en el proyecto “Juntos haremos historia”, me hizo sumarme a la campaña.
La situación no fue muy distinta. Nosotros íbamos a competir contra una campaña millonaria. Contra una mujer que deseaba mantener el control de ese territorio a través de la violencia y la compra descarada de votos.
Sin embargo, esta vez logramos vencer esa situación, fue una tarea agotadora e incluso peligrosa, pues nos tuvimos que inmiscuir en lugares donde los grupos de choque del Partido de la Revolución Democrática representaban todo, menos revolución y democracia.
El motivo por el que deje de trabajar allí es cuestión de otro texto, pero debo de decir que me sentía satisfecho por haber formado parte de la cimentación de la llamada 4ta transformación.
Pasé algún tiempo sin trabajo, pero tuve la oportunidad de ingresar a uno de los programas estrellas del Gobierno Federal en una de las zonas más pobres del Estado de México.
Allí pude ver que los programas sociales implementados por el presidente Andrés Manuel López Obrador, realmente ayudaban a quienes más lo necesitaban sin importar el color partidista. Al cacique político, quien ya había gobernado el municipio en dos ocasiones, esto no le gustaba nada.
Sin embargo, también noté cómo, pese a que el representante del ejecutivo había llamado a terminar con el amiguismo y el uso faccioso de los programas sociales, esto aún continúa. Claro, no se puede arrancar en unos meses, un problema tan grave como lo es este tipo de corrupción.
Y tampoco podemos terminar tan fácilmente con estas costumbres, tan arraigadas aún en nuestra clase política, quienes, aunque en el discurso se dicen apoyar al nuevo régimen, en el fondo mantienen las prácticas del antiguo.
Me considero fiel seguidor de esta 4ta transformación, porque nadie como el presidente López Obrador, conoce lo que el pueblo necesita. Porque no es lo mismo conocer de paso las comunidades pobres, como lo es inmiscuirse en ellas.
Pero también considero que es necesario mantener nuestra postura crítica hacía esta administración, porque muchos no deseamos que se continúe con el “gatopardismo”, que es que “cambie todo, para que nada cambie”.