Médicas, médicos, enfermeras y enfermeros: es un honor contar con ustedes
El honor del profesional de la salud
“En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad; brindar a mis maestros el respeto y el reconocimiento que merecen; desempeñar mi arte con dignidad y conciencia.
La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones.
Respetar el secreto de quien haya confiado en mí; mantener, en toda medida, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica; considerar a mis colegas como hermanos; no permitir que entre mi deber y el paciente vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase; tener absoluto respeto por la vida humana; y utilizar mis conocimientos conforme a las leyes de la humanidad.
Hago estas promesas solemne y libremente, por mi honor”.
El Juramento Hipocrático, la versión de 1948 redactada en la Convención de Ginebra, es el lineamiento ético que las y los graduados del área médica deben recitar y asumir al concluir los primeros estudios profesionales. Las breves líneas que lo conforman no sólo pretenden guiar a los nuevos practicantes en el camino de la profesión, sino que ponen de manifiesto el ancestral y profundo compromiso que ellos y ellas adquieren con nosotros, esa otredad llamada humanidad.
Del mismo modo, las enfermeras y los enfermeros, al graduarse, rinden homenaje a Florence Nightingale, precursora de la enfermería moderna, al pronunciar:
“Juro solemnemente llevar una vida digna y ejercer mi profesión honradamente. […] Haré todo lo que esté a mi alcance para elevar el nivel de la enfermería y consideraré como confidencial toda información que me sea revelada en el ejercicio de mi profesión, así como todos los asuntos familiares en mis pacientes.
Dedicaré mi vida al bienestar de las personas confiadas a mi cuidado”.
El débil sistema de salud
En México, el debilitado sistema nacional de salud debe hacer frente a la crisis epidémica mundial provocada por el SARS-CoV-2 no sólo a pesar del cuantioso déficit de materiales, infraestructura y personal —estimado en más de 200 mil profesionales del área de la salud—, sino también a pesar de la discriminación y la violencia a la que médicos, médicas, enfermeras y enfermeros han sido sometidos desde febrero pasado, cuando se registró el primer caso de coronavirus en nuestro país.
Medios de comunicación y redes sociales han dado cuenta de los diversos actos de agresión física y verbal contra dichos profesionales: desde negar la entrada a comercios y transporte público, rociarles cloro o líquidos desinfectantes, hasta insultos y amenazas de muerte, incluso con arma en la mano. Trágicamente, quienes juraron velar siempre por nuestras vidas, y trabajan en ello, hoy se han convertido en víctimas de la epidemia y en blanco de un miedo tan real como irracional. El diario El Economista, por ejemplo, registró, hasta la última semana de abril, casi 50 agresiones en 22 entidades del país.
Durante la conferencia vespertina del lunes 11 de mayo, las autoridades federales informaron que 8 mil 544 profesionales de la salud han contraído el nuevo coronavirus. De ese número, más de 2 mil se encuentran activos y 111 han fallecido. Casi 7 mil casos se encuentran en estudio por sospecha de Covid-19. Abundando en cifras: el 41 por ciento del personal contagiado son enfermeras y enfermeros; el 37 por ciento, médicos. El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y la Ciudad de México son la institución y la entidad con mayor número de casos positivos. Asimismo, las autoridades reconocieron que el contagio entre este grupo poblacional ocurrió en el cumplimiento de su trabajo.
Recién llegado el Covid-19 a México, la atención a los pacientes identificados fue temerosa y desprolija. Poco sabía la rama médica del nuevo enemigo que debía enfrentar y tuvo que empezar a hacerlo con los recursos a mano. Ha sido con el pasar de los días —y de los meses— como el enorme desconocimiento generalizado sobre la génesis del nuevo coronavirus, sus efectos en el cuerpo humano, las vías de contagio, las formas de prevención y sus efectos en la salud pública, ha mutado hasta convertirse en nueva normalidad en la que cohabitan las pocas certezas sobre el futuro, la ansiedad que provoca el encierro, el oportunismo político, los sentidos intereses del sector empresarial, un caótico flujo informativo cargado de verdades igual que de errores y confusiones, y el temor latente a respirar una bocanada equívoca.
Hipnotizados por la “heroica” —pero cuestionable— eficacia de las naciones del “primer mundo” para combatir esta enfermedad, los mexicanos, sobre todo los líderes y simpatizantes de oposición, le exigen al gobierno en turno que resuelva de inmediato el atraso y la carestía en el que nos han sumergido las políticas neoliberales de explotación, mercantilización y libre comercio instrumentadas desde hace décadas. Olvidan quienes ya gobernaron que la responsabilidad de lo que vivimos hoy es compartida, e ignoran todos los que descargan su dolor, su falta de comprensión y su rabia en la figura que pone la cara frente a la desgracia que ellos son el motor de este barco en el que navegamos todos.
¡No están solas! ¡No están solos!
Mi madre es médica. Mi hermana es médica. Ellas decidieron dedicar su vida a salvaguardar las vidas de los demás. Y como ellas, miles en este país; millones en el mundo. Conozco de primera mano los dilemas éticos que de forma casi cotidiana deben enfrentar en la lucha por preservar la vida o mejorar la calidad de la misma, a pesar de la enfermedad, y también sé que es un esfuerzo titánico el de sobreponerse a los miedos propios y luego vestirse con el uniforme de una profesión que en estos tiempos se considera de alto riesgo.
Es condenable desde cualquier perspectiva que se cuestione la ética profesional y se amenace la labor de médicas y médicos, enfermeras y enfermeros, que se encuentran en la primera línea de defensa contra la epidemia. El miedo, el dolor o el desconocimiento no son ni pueden ser justificaciones que validen la criminalización, la discriminación y la violencia contra los artífices de la esperanza que nos mueve.
Muchas han sido ya las víctimas de este virus en el mundo. No abonemos a la ya de por sí profunda división social y al flagelo del individualismo. Reconstruyámonos, juntos y organizados, como una sociedad mejor, fuerte y solidaria. Mejor sumemos voluntades para que una vez superada la contingencia y quizá pasados los meses y los años, cuando volteemos a mirar “la dichosa curva” que nos regaló el 2020, recordemos que salimos adelante como sabemos hacerlo: unidos. Hagamos comunidad y recordemos que ellas y ellos, médicos y enfermeras, fueron nuestro escudo en la batalla y nosotros fuimos el aliento de apoyo y gratitud que necesitaron para no decaer.
A todas las médicas y a todos los médicos; a todas las enfermeras y a todos los enfermeros; a todos los profesionales de la salud: gracias. ¡No están solas; no están solos!
Ana María Canseco Dávila
Mis respetos para las Médicas y Médicos igualmente para las Enfermeras y Enferneros unos héroes