La medicina no podrá sola; debemos hacer comunidad
Veinte días de cuarentena
Más de 3 mil casos positivos de Coronavirus. 174 muertes.
El silencio allá afuera es cada vez más profundo… y más prolongado. Temprano, a las cinco de la mañana, el par de avenidas que quedan cerca de casa solían ser de trajín, smog y escándalo rutinario. Hoy, esas vías, como muchas otras, no son más que el escenario en el que sucede la preocupante realidad de millones de personas que, a pesar de cualquier crisis mundial de salud, deben ocupar el espacio público para trabajar.
El plan de reactivación económica
Hace algunos días, el Presidente expuso un plan emergente para hacer frente a la crisis económica que también debemos librar. En él, el gobierno federal contempla la creación de dos millones de empleos en un plazo de nueve meses; el otorgamiento de créditos personales y de vivienda; reducir los salarios y eliminar los aguinaldos de altos funcionarios del gobierno; otorgar becas a estudiantes; adelantar las pensiones para adultos mayores; mantener estímulos a las gasolinas; reembolsar el IVA a contribuyentes y mantener proyectos de obra pública como el Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas.
Como era de esperarse, se desató la polémica
Sin lugar a dudas, el presidente defiende la estrategia planteada. A decir suyo, las acciones que el gobierno Federal instrumentará para hacer frente a la contingencia no responden ni responderán a la necesidad del neoliberalismo, de emprender medidas contracíclicas ni de rescatar a las grandes empresas, sino que éstas habrán de enfocarse en la inversión pública y el gasto social en favor de los más pobres.
“Tan pronto salgamos de la contingencia —ha explicado en la conferencia matutina de hace dos días— actuaremos en la reactivación económica. Estamos preparándonos para que cuando termine la contingencia, se produzca una derrama económica, dar empleos y fortalecer el consumo”. Además, Andrés Manuel López Obrador aseguró que los empresarios del “grupo que se denomina México o Ciudad de México” están de acuerdo con la estrategia diseñada y que están dispuestos a “ayudar en lo que el gobierno les pida”.
Por su parte, la oposición política y otro grupo de la iniciativa privada conglomerada en el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y Coparmex han manifestado su descontento. A decir de este sector, el gobierno no ha brindado apoyo a las microempresas que representan el 85% de la actividad económica, lo que podría destruir el crecimiento que se ha generado durante los últimos meses.
En conferencia, Carlos Salazar, presidente del CCE, dijo que “nunca ha pedido el sector privado salvamentos” o “socializar las pérdidas y privatizar las ganancias”, como dijo en su discurso Andrés Manuel López Obrado el domingo pasado. “Ese discurso ya no es posible escucharlo”, sentenció Salazar.
Y mientras en el escenario público los unos discrepan con los otros, la realidad nos acecha: más de cincuenta millones de personas viven en condiciones de pobreza en México. Y esos cincuenta millones no pueden esperar a que las medidas del gobierno, por bienintencionadas que sean, o las propuestas del sector privado, por más caducas que parezcan, den resultados porque la crisis de salud que atraviesa el mundo requiere medidas aplicables en el corto plazo y perdurables en el tiempo.
Además de reactivar la economía; reconstruir el tejido social
Lo que López Obrador, la oposición y la iniciativa privada no han querido —o no han podido— ver, es que el país necesita reconstruir el tejido social; cimentar el gobierno y la economía en una sólida base de cohesión social, sustentabilidad, fraternidad y ayuda mutua. El gobierno debe ser al mismo tiempo promotor y resultado de un arduo proceso de organización social que garantice el buen vivir de las personas. Sólo así sortearemos esta y cualquier otra catástrofe que nos aguarde.
Si bien la estrategia gubernamental ofrece un plan de reactivación económica cuyo enfoque ético de corte social antepone “resolver” primero las necesidades de “los pobres”, lo cierto es que hoy día nos encontramos ante la encrucijada de poner fin al capitalismo salvaje o vernos morir rebasados por la naturaleza que nos parió.
Hoy, el socialismo se abre camino para salvar la vida
Me confieso comunista… o socialista del Siglo XXI, como quiera verse. Creo firmemente en que el rumbo de la humanidad debe ser aquel que nos conduzca hacia la construcción de sociedades libres, justas y equitativas. Y para fortuna o desgracia, las crisis pandémicas y los desastres naturales no sólo reafirman esa convicción en quienes tratamos de ser consecuentes con ella todos los días, sino que afloran el espíritu comunista, de comunidad, hasta en aquellos a los que les provoca roña sólo escuchar el término.
Y no es que el comunismo sea la solución a todos los problemas que la humanidad habrá de atravesar en lo que le reste de vida, pero sí que puede ser una mejor forma de hacerles frente. ¿Porqué Estados Unidos, con todo y el histriónico alarde supremacista que Donald Trump ha exhibido en la aldea global, se convirtió rápidamente en el primer foco rojo de contagio por la COVID-19 en el mundo?
¿por qué esta crisis de salud se ha ensañado con las naciones del gran bloque occidental como Italia, España y la propia nación norteamericana? ¿Por qué no ha podido Estados Unidos dar la batalla contra el coronavirus así como ha hecho contra Oriente Medio? La respuesta parece apuntar al recalcitrante modelo económico neoliberal al que los gobiernos, las corporaciones y las organizaciones internacionales han decidido apostarle.
Es tiempo de lo imposible: de hacer comunidad
Los sistemas de salud, como muchas otras cosas, han fenecido en manos del capital privado; los recursos naturales se han convertido en valiosas fuentes de energía para sostener la guerra por el poder; los derechos sociales se han vuelto sólo letra y promesas electoreras; el hipnotizante velo de la lucha por los derechos humanos —estipulados y validados por los mismos organismos internacionales que los vulneran— ha ocultado la imperiosa necesidad de luchar contra la desigualdad, contra las muchas formas de esclavitud que encierra la modernidad como la sobreexplotación de la clase trabajadora, contra la concentración de la riqueza mundial en pocas manos, contra el intervencionismo y la ocupación de territorios soberanos y contra la privatización de los recursos naturales.
Y en el contexto de esta larga noche de más de cuarenta días que apenas comienza lo que nos queda es construir comunidad, abrazarnos en la distancia y cuidar los unos de los otros. El escenario nos obliga a replantear nuestro futuro, uno en el que seamos libres y felices. Por ahora, quedarse en casa es una opción, pero también es un privilegio. Luchemos, ahora y siempre, para que más temprano que tarde nuestra condición sea otra.