COVID-19: Un virus propagado por los medios de comunicación
Los extremos son peligrosos. Ante una epidemia o crisis sanitaria, tanto el exceso de información como la falta de la misma genera dificultades. Tal es el caso del Coronavirus, alimentado mediáticamente, sin reparo alguno a nivel mundial.
El Misterio de los Virus
Habitan el planeta tierra desde antes de la existencia del ser humano, juegan un papel fundamental en procesos indispensables del equilibrio de ecosistemas, operan a nivel quirúrgico como invasores silenciosos que requieren de plantas, animales o seres humanos para replicarse. El experto en enfermedades virales Michael B. A. Oldstone los definió como: Entidades subcelulares que pueden causar distintas formas de destrucción de tejidos que, a su vez, son señales de enfermedades específicas.[1] Algunos son representados en modelos parecidos a cohetes espaciales, otros, asemejan la figura de una corona, también son icosaédricos o helicoidales. Los expertos coinciden que son complejos y aún se lleva a cabo mucha investigación para poder descifrarlos. Al día de hoy, los virus siguen sorprendiendo a la comunidad científica internacional.
Entre la información y la conspiración
En medio de la crisis continental del síndrome respiratorio agudo grave, (SARS por sus siglas en inglés), en 2002, el gobierno chino optó por guardar silencio. Minimizando el número de casos, además de ocultar los brotes que no se registraron en hospitales militares de Pekín. A pesar del intento por mantener la estabilidad y seguridad en sus ciudadanos, China, probó ser un ejemplo de los riesgos que representan un manejo inadecuado de la comunicación social frente a una pandemia.
La tasa de mortalidad por COVID-19 es, fuera del epicentro en Wuhan, China, del 0.7%, según datos recabados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). A lo largo del globo se han estimado 3,200 muertes por esta epidemia, no obstante, la mayoría de pérdidas humanas se atribuyen a personas de la tercera edad, sobre todo, mayores de 80 años. Es decir, lo primero que hay que saber es que la propagación de la enfermedad es alta, sin embargo, también son altas las probabilidades de recuperarse, tomando en cuenta la tecnología médica, y los antivirales con que se cuentan hoy en día.
Así pues, el problema radica en como se comunica la epidemia. A diferencia del caso chino en 2002, ahora nos encontramos bajo el exceso de información por parte de los medios de comunicación. Si bien es su trabajo informar, el manejo de los datos, la presentación del tema, y el tipo de cobertura, influyen notablemente en el mensaje que se transmite. Para analistas como Pedro Luis Angosto, se intenta crear pánico a escala global, respondiendo a intereses políticos, económicos y sociales.
Las enfermedades existen. En España, hace dos años, perecieron 40 mil personas por la contaminación ambiental. Hace un año, ese mismo país registró 277,000 mil casos de cáncer, de los cuales, más de la mitad morirá en menos de cinco años. Resulta claro que la manera de presentar información, sobre todo, la concerniente a muertes humanas, es impactante. Empero, hay una delgada línea entre informar responsablemente y, alarmar con fines específicos.
Esto último no significa que debamos ignorar o minimizar la crisis sanitaria. Muy al contrario, es fundamental señalar la importancia del tema, sin caer en la paranoia. Esto es, informarse por fuentes oficiales en cuanto al desarrollo del problema y medidas de prevención, pero no ser presa del pánico y actuar en consecuencia, como ocurrió desde hace una semana, cuando la Asociación Nacional de Farmacias de México (ANAFARMEX), reconoció que se encarecieron los precios de cubrebocas desechables y gel antibacterial, elevándose 50% la venta los primeros, esto último después de informarse sobre el caso índice de coronavirus en México.
La Influenza Mexicana
México, país con aproximadamente 120 millones de habitantes[2], desde hace meses encendió sus alarmas con la inminente llegada de un misterioso virus asiático, el COVID-19, inicialmente conocido como “Coronavirus”, tras la confirmación del caso cero, o caso índice, en un hombre de 35 años en la ciudad de México, el viernes de la semana pasada. Los esfuerzos preventivos y de contención se redoblaron todavía más, no obstante, ésta no es la primera vez que México tiene que enfrentar una crisis sanitaria. Once años atrás, el subtipo A (H1N1) de la influenza, único que causa pandemias, puso en jaque al gobierno federal.
En Oaxaca, a principios de abril de 2009, Adela María Gutiérrez, de 39 años de edad, ingresó de emergencia al hospital general Dr. Aurelio Valdivieso; presentaba dificultades para respirar, padecía tos, dolor de garganta, fiebre, sus dedos y labios se encontraban morados por la falta de oxígeno, llevaba ocho días enferma, se le diagnosticó neumonía[3]. Todos los esfuerzos médicos por restablecer su salud fueron en vano, Adela María falleció el 13 de abril. Su caso marcó el inicio de la epidemia nacional de influenza A (H1N1), un alarmante incremento de contagios atípicos, originados en el país, fuera de la temporada estacional causante de la enfermedad.
Derivado de los análisis de laboratorio que llevaron a cabo en el hospital Valdivieso, los resultados develaron que la causa de muerte de Adela María, fue un agente causal del SARS, un coronavirus que acabó con la vida de 800 personas entre 2002 y 2003 en diferentes regiones de Asia, como Vietnam, Singapur, Hong Kong y China. Suorigen se remonta al consumo humano de gatos de algalia (viverridae), también conocidos como civetas chinas, que además de ser alimento, se utilizan para la fabricación de perfumes y café, mediante el uso de su excremento[4].
Aquel escenario se mostró desconcertante. No solamente por la singularidad del virus, sino también por las medidas de emergencia que debieron ser tomadas posteriormente. Es entonces, cuando la inevitable pregunta sale a relucir: ¿México está preparado para hacer frente a una pandemia, o peor aún, una epidemia?
La respuesta es no. A decir verdad, ninguna nación lo está completamente, si así fuese, la pandemia perdería su carácter contingente. Ya en 2005, el científico norteamericano, experto en enfermedades infecciosas y bioseguridad, Michael T. Osterholm, en su artículo titulado: En previsión de la próxima pandemia[5], alertaba en relación a los peores escenarios de generarse una pandemia a nivel local, y después escalar a nivel global. Resaltando los múltiples factores que sobrevienen a la crisis: inestabilidad política, colapso económico, amenazas a la seguridad nacional, saturación y eventual caída de los servicios de salud, así como la escasez de alimentos de primera necesidad, entre otros. Osterholm, dejó bien en claro que la única salida es la previsión. No solo a nivel local, sino en todos los ámbitos de organización humana que competen una parte importante de la vida diaria.
A Juan Lozano Tovar, ex coordinador de asesores del director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), le impactó mucho el artículo de Osterholm. Al formar parte del sector salud en medio de la crisis de 2009, Lozano Tovar, al igual que otros funcionarios de primer nivel, reconocieron en la influenza del sexenio calderonista, una experiencia única para el México contemporáneo. Destacando sus especificidades locales, así como las deficiencias con las que se tuvo lidiar.
Sin duda alguna, los efectos de la influenza de 2009, marcaron un precedente en la historia reciente de las epidemias en América Latina. El manejo del flujo de información, las investigaciones especializadas en laboratorios de avanzada tecnología, la coordinación intergubernamental en los tres niveles, así como la producción de inteligencia científica, esta última producida por organismos como la Unidad de Inteligencia Epidemiológica y Sanitaria (UIES), son algunas de las bases que prevalecieron para la posteridad hace más de una década.
¿Hay que temer?
Desde el surgimiento de la peste, en la Europa del siglo XIV, que acabó con un tercio de la población europea, hasta la fiebre española de 1918 a 1919, que mató entre 50 y 100 millones de personas, históricamente las epidemias han devastado la vida humana. Hoy como ayer, nuestra mejor arma es la razón y el conocimiento. A diferencia del pasado, actualmente se cuenta con innovadoras herramientas tecnológicas, investigaciones médicas, y muchos más medicamentos experimentales que intentan reducir la mortalidad de los virus. Entre tanto, la batalla se reduce al miedo que provoca la ignorancia y el misterio. Ambas, son un parteaguas entre la vida o la muerte.
Referencias
[1] Anaya, René, El Enigma de los Virus, p. 11, Terracota, colección Sello de Arena, 2013.
[2] Según datos recabados por la encuesta intercensal del INEGI 2015.
[3] Karam, Daniel, La Influenza Mexicana y la Pandemia que viene, p. 23, Siglo Veintiuno Editores, 2015.
[4]BBC Mundo: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_3410000/3410391.stm
[5] http://saludpublica.mx/index.php/spm/article/view/6696/8344
Alinovi, Matías, Historia de las Epidemias, Pestes y enfermedades que aterrorizaron (y aterrorizan) al mundo, p.30, Capital Intelectual, Estación Ciencia, 2008.
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