Feminicidio de Ingrid, evidenció lo peor de las redes

Al mismo tiempo en que uno se entera sobre los horrores de algún psicópata o sobre cualquier noticia desagradable, también descubrimos que cientos —o miles— de personas justifican situaciones que exigen algún mínimo grado de empatía. Peor aún, se burlan. Y ya sea que lo hagan desde la trinchera de la misoginia, el racismo, el clasismo o de cualquier tipo de discriminación en general, la realidad es que nos apantallan con una muestra de ignorancia que en el mejor de los casos desconcierta.

Se supone que hablamos de adultos funcionales. Personas que van a trabajar, tienen hijos e incluso dirigen un país. Tristemente, y para sorpresa de muchas de mis compañeras feministas, también hablamos de mujeres. Con o sin faltas de ortografía en la redacción de sus sandeces. De clase baja, media, alta y todas sus combinaciones. Siempre hay alguien para quien ponerse en los zapatos de una persona infortunada no es ni siquiera una opción, al parecer es una tontería.

“El pobre es pobre porque quiere”. “Mataron a Ingrid por andar de interesada con un señor mayor”. “Miren el baile del huachicolero”.

¿Qué diablos nos pasa? ¿De dónde salió esta horda de adultos que al parecer no superó la pubertad cuando se burlaba de sus compañeros de clase? ¿Qué combinación de factores nos hicieron tanto daño —como sociedad— para regodearnos en el dolor ajeno?

“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”

Acaso se trate de simple torpeza y no de maldad, aunque ya lo dijo Pérez-Reverte: “El peor enemigo del mundo no es la maldad sino la estupidez”. Lo cierto es que aparejado a la tragedia que provocan los supuestos “monstruos”, viene el producto acabado de la inconsciencia, el hiperindividualismo, decenas de años de televisión en vez de libros y la comodidad de opinar tras una pantalla sobre temas y vidas, acerca de los cuales no tengo ni la más mínima idea. Umberto Eco también dijo: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”.

El afecto y la empatía siempre han sido una manera de contrarrestar la animosidad de nuestra especie, esto no es nada nuevo ni revolucionario. Sin embargo, hoy más que nunca el mayor síntoma de conciencia debe ser, quizás, callarnos la boca cuando no tenemos algo bueno que decir. Hace tanto daño a la moral una catástrofe como la insensatez de la gente. Son tiempos difíciles, compañeros, agárrense fuerte y que la sensibilidad persista.