Cinco condiciones para estallar una Revolución
Sublevarse o no sublevarse: el dilema de los revolucionarios mexicanos
Cuando Francisco Madero lanzó su llamado, pudo equivocarse en su evaluación de las fuerzas que constituirían el núcleo de la revolución, pero acertó en esencia al juzgar que México estaba maduro para un levantamiento revolucionario. Todas las revoluciones de la historia son diferentes y sus resultados son aún más diversos; sin embargo, en vísperas de un levantamiento revolucionario ciertas condiciones comunes tienden a presentarse.
Malestar social
En vísperas de una revolución tiene que existir un muy difundido descontento ante las condiciones políticas, económicas y sociales que afectan, no sólo a un sector o clase de la población, sino a una amplia variedad de clases y grupos sociales. Tal era el caso en 1910.
Aunque la expropiación de las tierras campesinas puede no haber sido tan generalizada y amplia en todo México como se ha supuesto, fue sin embargo, lo suficientemente significativa para suscitar el resentimiento y la insatisfacción de los campesinos en muchas zonas claves del país. Aunque la tenencia de la tierra no hubiera sido afectada, el fin de los pastizales abiertos, la pérdida de autonomía, con la centralización y la interferencia crecientes del gobierno central, habían afectado a amplios sectores del campesinado. Sus agravios no eran nuevos, aunque habían aumentado mucho en la última parte de la dictadura porfiriana.
En la década de 1890, los campesinos se alzaron contra el gobierno en muchas partes de México, pero sus rebeliones fueron aplastadas, ya que ningún otro grupo social excepto unos pocos caudillos las apoyaron. Para 1910, en cambio, el descontento reinaba también entre las clases medias y entre los obreros.
La falta de democracia, que significaba falta de acceso al poder político y subordinación a una burocracia estatal todopoderosa, los crecidos impuestos y el enojo por los privilegios acordados a los extranjeros, además de un conflicto generacional, habían producido una profunda insatisfacción de las clases medias. Mientras en la década de 1890 los obreros, muchos de los cuales habían sido peones de hacienda, comparaban favorablemente las condiciones laborales que hallaban en la industria con la forma en que habían vivido en el campo, la nueva generación de trabajadores industriales partía de otros puntos de comparación: las condiciones de vida de los obreros de Estados Unidos o los derechos acordados a los trabajadores extranjeros, que recibían salarios más altos por un trabajo similar. Sin embargo, el descontento por sí solo está lejos de ser suficiente para producir un clima revolucionario.
Politización del pueblo
Otra precondición para la revolución es una amplia politización del pueblo. La politización en este contexto significa no sólo la conciencia de que las condiciones existentes deben cambiar y de que gran número de personas comparten esa opinión, sino también una gran movilización en que gente hasta entonces ajena o no interesada en la política súbitamente está dispuesta a participar en un proceso político.
Esto puede producirse de muy diferentes maneras. En algunas ocasiones, la causa es la guerra: tal fue el caso tras la derrota de Rusia a manos de Japón en 1905 y de nuevo en Rusia en febrero de 1917 cuando, después de tres años de guerra mundial que costaron millones de vidas, el problema de la paz empezó a dominar el pensamiento de la gente. Otras veces, ocurre cuando un gobierno dictatorial abre repentinamente espacios políticos.
Éste fue el caso en Francia en 1789, cuando el gobierno permitió las elecciones para los Estados Generales y que el pueblo expresara sus agravios abiertamente. Un proceso semejante ocurrió en la Unión Soviética dos siglos más tarde, cuando las medidas de la glasnost de Gorbachov abrieron súbitamente un nuevo espacio político a los pueblos de la URSS. También sucedió en el México porfiriano: la entrevista de Díaz con Creelman y su tolerancia, aunque limitada, ante el movimiento de Madero, crearon ese espacio político, y la campaña de Madero politizó a cientos de miles de personas.
Ilegitimidad del régimen
Una tercera precondición de la revolución es que un número creciente de personas tengan la impresión de la ilegitimidad del gobierno existente. Esa impresión de ilegitimidad recibe un fuerte impulso al abrirse el proceso político. Los agravios pueden expresarse más abiertamente y los aspectos negativos del régimen se pueden exponer de manera que antes no era posible. Como nunca hasta entonces, los oradores de los mítines del Partido Antirreeleccionista de Madero, al igual que los periódicos de oposición, desnudaron muchas de las injusticias del gobierno porfiriano.
La percepción pública de la ilegitimidad del sistema político existente tiende a alcanzar su clímax cuando el gobierno, al notar las consecuencias negativas de la forma en que ha abierto el proceso político, trata de cerrarlo de nuevo. El pueblo de París se levantó el 14 de julio de 1789 cuando empezaron a difundirse rumores de que el rey traía tropas a París para disolver la Asamblea Nacional y poner fin a la apertura política que se había producido en Francia.
El intento de los militares conservadores encabezados por el general Kornilov de tomar el poder en Rusia, en julio de 1917, radicalizó a grandes sectores de la población rusa y ayudó a los bolcheviques a tomar el poder en octubre de ese año. La tentativa de golpe de los conservadores del Partido Comunista en agosto de 1991 puso fin a cualquier tipo de legitimidad que los comunistas pudieran tener a los ojos de la mayoría del pueblo soviético. La manipulación que hizo Díaz de las elecciones de 1910 fue tan flagrante que gran parte del país se convenció de que su gobierno carecía de legitimidad.
La alternativa política, la esperanza y utopía
Una cuarta y decisiva precondición que puede transformar un levantamiento en una revolución es la aparición de una clara alternativa al régimen existente. En 1910, Madero fue considerado como esa alternativa por la mayoría de la población de México.
Debilidad del régimen; perder el miedo
Sin embargo, otra precondición para que se produzca una revolución que es frecuentemente citada, la percepción de que el gobierno es débil e indeciso, parecía ausente en el México de 1910, aunque se había dado durante un tiempo. Las divisiones en la clase alta entre los seguidores de Reyes y los “científicos” habían creado, quizá por primera vez desde que Díaz asumió el poder, la impresión de que el gobierno no era un todo fuerte y monolítico.
La entrevista Creelman y la tolerancia de Díaz ante el movimiento de oposición de Madero en 1909-1910 pueden haber fortalecido la impresión de que el gobierno no era lo bastante fuerte para imponer su dominio. A los ojos de mucha gente, sin embargo, Díaz logró que se disipara esa sensación de debilidad e indecisión en la segunda mitad de 1910. Cuando desterró a Reyes, detuvo a Madero y falsificó las elecciones sin encontrar oposición activa, muchos seguidores y opositores de Díaz se convencieron de que había recuperado el control del país.
Las festividades que tuvieron lugar el 15 y el 16 de septiembre, con ocasión del centenario de la independencia, realzaron la imagen de un gobierno fuerte y estable que disfrutaba de reconocimiento internacional. El desfile de las tropas de élite por las calles de diversas ciudades dio una impresión de fuerza, al mismo tiempo que la llegada de delegaciones de todo el mundo parecía darle a Díaz legitimidad internacional.
Fragmento del libro
Katz, Friedrich, Pancho Villa, ERA, 2011, México, pp. 73-75.
Un espía alemán trabajó para la Revolución Mexicana
[…] de su país, así como para los norteamericanos. Quizá por esto, historiadores de la talla de Friedrich Katz lo describan como un cazafortunas, mercenario, e incluso doble o triple agente […]