Gato con Lentes

Vísperas de Navidad; evocación que reaviva la memoria


consideratum

16 diciembre, 2019 @ 7:24 pm

Vísperas de Navidad; evocación que reaviva la memoria

La noche se acercaba tranquila y hermosa: era el 24 de diciembre, es decir, que pronto la noche de Navidad cubriría nuestro hemisferio con su sombra sagrada y animaría a los pueblos cristianos con sus alegrías íntimas. ¿Quién que ha nacido cristiano y que ha oído renovar cada año, en su infancia, la poética leyenda del nacimiento de Jesús, no siente en semejante noche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de la vida?

Yo, ¡ay de mí!, al pensar que me hallaba, en este día solemne, en medio del silencio de aquellos bosques majestuosos, aún en presencia del magnífico espectáculo que se presentaba a mi vista absorbiendo mis sentidos, embargados poco ha poco por la admiración que causa la sublimidad de la naturaleza, no pude menos que interrumpir mi dolorosa meditación y encerrándome en un religioso recogimiento, evoqué todas las dulces y tiernas memorias de mis años juveniles. Ellas se despertaron, alegres como un enjambre de bulliciosas abejas, y me transportaron a otros tiempos, a otros lugares; ora al seno de mi familia humilde y piadosa, ora al centro de populosas ciudades, donde el amor, la amistad y el placer en delicioso concierto, habían hecho siempre grata para mi corazón esa noche bendita.

Recordaba mi pueblo, mi pueblo querido, cuyos alegres habitantes celebraban a porfía con bailes, cantos y modestos banquetes, la Nochebuena. Parecíame ver aquellas pobres casas adornadas con sus Nacimientos y animadas por la alegría de la familia; recordaba la pequeña iglesia iluminada, dejando ver desde el pórtico el precioso Belén, curiosamente levantado en el altar mayor; parecíame oír los armoniosos repiques que resonaban en el campanario, medio derruido, convocando a los fieles a la misa de gallo, y aún escuchaba, con el corazón palpitante, la dulce voz de mi pobre y virtuoso padre, excitándonos a mis hermanos y a mí a arreglarnos pronto para dirigirnos a la iglesia, a fin de llegar a tiempo; y aún sentía la mano de mi buena y santa madre tomar la mía para conducirme al oficio. Después me parecía llegar, penetrar por entre el gentío que se precipitaba en la humilde nave, avanzar hasta el pie del presbiterio y allí arrodillarme, admirando la hermosura de las imágenes, el portal resplandeciente con la escarcha, el semblante risueño de los pastores, el lujo deslumbrador de los Reyes Magos y la iluminación espléndida del altar. Aspiraba con delicia el fresco y sabroso aroma de las ramas de pino y del heno que se enredaba en ellas, que cubría el barandal del presbiterio y que ocultaba el pie de los blandones.

Veía después aparecer al sacerdote revestido con su alba bordada, con su casulla de brocado, y seguido de los acólitos, vestidos de rojo con sobrepellices blanquísimas. Y luego, a la voz del celebrante, que se elevaba sonora entre los devotos murmullos del concurso, cuando comenzaban a ascender las primeras columnas de incienso, de aquel incienso recogido de los hermosos árboles de mis bosques nativos y que me traía con su perfume algo como el perfume de la infancia, resonaban todavía en mis oídos los alegrísimos sones populares con que los tañedores de arpas, de bandolinas y de flautas, saludaban el nacimiento del Salvador. El Gloria in excelsis, ese cántico que la religión cristiana poéticamente supone entonado por ángeles y por niños, acompañado por alegres repiques, por el ruido de los petardos y por la fresca voz de los muchachos del coro, parecía transportarme con una ilusión encantadora al lado de mi madre, que lloraba de emoción, de mis hermanitos que reían, y de mi padre, cuyo semblante, severo y triste, parecía iluminado por la piedad religiosa.

Las Posadas

Y después de un momento en que consagraba mi alma al culto absoluto de mis recuerdos de niño, por una transición lenta y penosa, me trasladaba a México, al lugar depositario de mis impresiones de joven.

Aquél era un cuadro diverso. Ya no era la familia; estaba entre extraños, pero extraños que eran mis amigos: la bella joven por quien sentí la vez primera palpitar mi corazón enamorado, la familia dulce y buena que procuré con su cariño atenuar la ausencia de la mía.

Fuente: Pinterest

Eran las posadas con sus inocentes placeres y con su devoción mundana y bulliciosa; era la cena de Navidad con  sus manjares tradicionales y con sus sabrosas golosinas; era México en fin, con su gente encantadora y entusiasmada, que hormiguea llena de puestos de dulces; con sus portales resplandecientes; con sus dulcerías francesas, que muestran en los aparadores iluminados con gas, un mundo de juguetes y de confituras preciosas; eran los suntuosos palacios derramando por sus ventanas torrentes de luz y armonía. Era una fiesta que aún me causaba vértigo.

Fragmento del libro:

Altamirano, Ignacio Manuel, Navidad en las montañas, intr. Míriam Estévez, pról. Gonzalo Valdez Medellín, México, Editores Mexicanos Unidos, 2013, 94 p., (Colección Grandes de la Literatura).

 

Artículos realizados por la mesa de redacción de la Revista Consideraciones.