La Revolución de octubre en Chile
Cristian Gavilán
El 4 de octubre del año 2019, el Ministerio de Transporte anunció la segunda alza de los pasajes del Metro de Santiago (pero la sexta del sistema de transporte metropolitano, en la capital de Chile). Así, lo que había iniciado el día 7 con un pequeño grupo de estudiantes saltando y rompiendo los torniquetes, semanas después terminó en un campo de batalla entre carabineros y un centenar de evasores formado por estudiantes, trabajadores y pobladores. Y finalmente, cuando a las 7 de la tarde del 18 de octubre, el caos vial dominó a toda la capital tras el cierre de las estaciones de Metro trasladando la lucha a las calles, el ministro del Interior Andrés Chadwick[1] anunció la aplicación de la Ley de Seguridad del Estado[2].
Fuimos capaces de interrumpir la pizza del Sr. Presidente, Piñera , quien abandonó el cumpleaños de su nieto para ir a Palacio de la Moneda
A partir de ese anochecer, Chile ya no sería el mismo: calles fueron tomadas; se cortaron rutas; se encendieron barricadas; sonaron los cacerolazos; destrozaron, saquearon y quemaron por doquier… En fin, todos juntos fuimos capaces de interrumpir la pizza del Sr. Presidente, don Sebastián Piñera Echeñique, quien debió abandonar el cumpleaños de su nieto para dirigirse raudo al Palacio de la Moneda y decretar el Estado de Emergencia[3] bajo la dirección del Jefe de Defensa Nacional, el general Javier Iturriaga del Campo[4]. Pero esta medida sólo acrecentó los corazones, pues el pueblo dejó el miedo de lado, por lo que don Iturriaga debió endurecer su mano, extendiendo al 22 de octubre el estado de excepción a 15 de 16 regiones del país, mientras que el toque de queda se aplicó en 12 regiones. Entonces, la primera respuesta atarantada del gobierno fue reaccionar con la fuerza militar, dejando un aroma a milico que rememoró la dictadura de Pinochet[5]; mientras que el pueblo llevó a la calle sus demandas históricas, acrecentando el ánimo y la conciencia de querer cambiarlo todo.
Durante los días transcurridos entre el 21 y 25 de octubre, cuando gran parte del pueblo chileno se reencontró en las calles, ya sea en marchas multitudinarias o saqueando las grandes cadenas de mercados en las principales ciudades del país, el gobierno inició una campaña sistemática de violencia intentando imponer un clima de terror encabezado por Piñera, asesores y bancada, tratándonos en cadena nacional el día 1 de violentistas, el día 2 de delincuentes, el día 3 declarando un estado de guerra, el día 4 insistiendo en la existencia de organizaciones bolivarianas que buscaron desestabilizar al país, y el día 5 pidió perdón y llamó a la unidad… Mas, sin reducir la perspectiva de la inoperancia de la presidencia, se debe prestar atención al contenido y efecto de sus declaraciones: de manera gradual pero rápida se desató la muerte en casi todos los rincones del país. Según las cifras del Instituto Nacional de Derechos Humanos se contabilizan, desde el 18 al 28 de octubre, 1.132 heridos en hospitales (571 por armas de fuego, 24 por balines, y al menos 127 con heridas oculares graves); 3.535 personas detenidas (de entre ellas al menos 375 son niños, niñas y adolescentes); 120 acciones judiciales contra el estado (12 acciones de amparo, 5 querellas por homicidio, 18 por violencia sexual –desnudamientos, tocaciones, amenazas y violaciones-, 76 querellas por torturas); 28 personas desaparecidas; y 20 personas muertas (12 en incendios, 3 por disparos de militares, 1 por disparo en saqueo, 1 por golpes de carabineros, 1 atropello por uniformados y 2 atropellos por un civil).
De las 12 personas que murieron calcinadas en los incendios, 5 de ellas murieron previamente por disparos de bala
Es relevante mencionar que de las 12 personas que murieron calcinadas en los incendios, según distintas fuentes[6] 5 de ellas habrían muerto previamente por disparos de bala (llama la atención que la directora del Servicio Médico Local, encargada de los informes de autopsia para justicia, fue destituida de su cargo hace dos días tras hacerse pública la causa de muerte de algunos de los fallecidos). También existen al menos 2 presuntos suicidios que no están contabilizados de personas que fueron encontradas ahorcadas: una mujer en un sitio baldío con diversas heridas en su cuerpo; y un hombre en un cuartel de carabineros. También, tal como ocurrió en dictadura, se han acusado a distintas comisarías como lugares de tortura, siendo un lugar emblemático la ubicada al interior de la estación de Metro Baquedano, la de mayor tamaño que conecta las líneas 1 y 5, recinto que está siendo investigado por haber albergado a detenidos durante las protestas cometiendo torturas a su interior.
Y los medios tradicionales, enfocados en los disturbios y no en las demandas de las protestas
Con respecto a los medios de comunicación oficiales, todos ellos parecen estar alineados editorialmente, enfocándose hasta el viernes 25 de octubre en los destrozos y desmanes de los saqueos (muchos de ellos incentivados por los militares y policías); y responsabilizando a los manifestantes de los incendios de supermercados y estaciones del metro (de los cuales la gran mayoría han sido provocados por los mismos uniformados; además de los extraños indicios de fuegos provocados en zonas que debían ser inaccesibles para el común de las personas). La pauta de los canales de televisión se enfocó en el caos de las calles provocado por turbas que, como viles plagas, iban a arrasar con todo en su camino llevándonos a un desabastecimiento en el corto plazo. Sin embargo, desde una perspectiva (y perspicacia) de clase, gran parte de estos saqueos ocurrieron en la periferia de las grandes ciudades, sectores populares que han sido históricamente abandonados por las autoridades y que en estos días, de forma aún más evidente, volvieron a abandonar concentrando a las policías y militares en los sectores más adinerados de las zonas altas de la capital[7] para proteger a los que se dicen ser dueños del país.
Tras la insistente acusación de pobladores y trabajadores contra el sesgo y censura de los medios de comunicación, de un momento a otro dejaron de lado los disturbios concentrándose en el “lado B” del movimiento: los uniformados. Rápidamente la gente viralizó en las redes un centenar de registros de ataques de militares y policías contra las personas, incluso niños, niñas y tercera edad (vivenciando las peores memorias de la dictadura), desde gaseamiento a lugares públicos, disparos contra manifestantes, niños baleados, hasta rapto de transeúntes durante la noche, violaciones sexuales y palizas que han dejado a personas inconscientes en la vía pública, siendo el hito de mayor agravio, descubierto el 24 de octubre, la confirmación de un centro de tortura en la Estación de Metro Baquedano. Desde ese día el discurso de la televisión apuntó a un llamado a la unidad, entre pueblo y fuerzas armadas, mostrando a uniformados jugando fútbol en plazas y parques, bromeando con jóvenes, bailando cuecas e incluso una imagen que recorrió todos los noticieros en que una muchacha abrazaba a un carabinero en signo de fraternidad, llorando ambos por la emoción de ser un único pueblo. Y aun así, las agresiones, abusos y secuestros de dirigentes en las noches no han variado para nada hasta el día de hoy. Así, una vez más se reafirmó el rol histórico de las fuerzas armadas: proteger a una élite económica y política aunque signifique la muerte del pueblo.
Finalmente, una nueva estrategia comunicacional se hizo evidente a partir del 24 de octubre: relativizar las manifestaciones quitándole su carácter combativo. Es decir, tras los distintos llamados a demostrar el descontento del pueblo, las comunas más privilegiadas han potenciado la expresión de formas artísticas que, si bien son una de las tantas maneras de comunicar el sentir del pueblo, han introducido el concepto de “Paz” en medio de las manifestaciones, transformando las luchas en carnavales; transformando la rabia contenida y necesaria en una alegría ligera y apaciguadora. Así es como el 25 de octubre, tras la marcha más masiva jamás vista en la historia de Chile, que congregó a más de un millón cuatrocientas mil personas en la Plaza Italia (Estación Metro Baquedano), punto neurálgico donde ocurren los principales encuentros del sentir nacional, se convirtió en un festival del que las autoridades de gobierno y los diversos presidentes de todas las bancadas (de derecha a izquierda del espectro político), junto a otros conglomerados de empresarios y organizaciones oportunistas, celebraron a través de la televisión y las redes sociales la muestra de unidad, paz y alegría inculcando la sensación de “fin” a este magno evento ciudadano.
En paralelo, ante este álgido contexto popular, tanto el gobierno como los políticos oficialistas y de oposición, con un evidente temor provocado por las revueltas, realizaron sesiones especiales televisadas al interior del Congreso Nacional dándole prioridad a proyectos dormidos hace años, intentando acuerdos fugaces para aminorar el descontento antes que la masa los aplastara. El llamado desesperado lo inició Piñera, convocando a los presidentes de los partidos tradicionales, siendo un rotundo fracaso. Luego, los parlamentarios pasearon por los distintos programas de televisión con el objeto de convencer a los espectadores, pero todo fue un tiro por la culata, pues fueron encarados por el descontento de la gente. Así, a pesar de las distintas propuestas en pensiones, salud, congelamiento de tarifas, tributación y salarios, todos ofrecimientos llenos de buena voluntad, culpas y perdones por parte de las autoridades, no han servido para nada: siguen siendo propuestas que sólo cambian la forma de hacer la política pública, sin cambiar nada de fondo que es el sistema capitalista subsidiario del Estado de Chile.
Y claro, la Iglesia Católica de Chile, baluarte en decadencia del país, apenas chistó con un mensaje de paz entre hermanos. El resto de la semana, un silencio de catedral.
Para terminar (por ahora) esta primera parte, tras 10 días de un estallido social que se inició por la gloriosa juventud de nuestro país, estamos dándonos cuenta de que Chile dejó de ser lo que era. La épica de esta historia recién está siendo escrita, y a pesar de la amenaza de la muerte en sus manos, de nuestra parte tenemos la convicción viva y digna de cambiarlo todo… QUE SE VAYAN TODOS…
[1] Andrés Chadwick Piñera es primo directo del presidente Sebastián Piñera, siendo su brazo derecho. En su historial en dictadura carga su participación en mitines universitarios contra manifestantes, además de delatar y entregar a los uniformados compañeros de universidad. Además, tiene lazos con grandes empresarios nacionales.
[2] Ley de Seguridad del Estado es una ley que tipifica delitos contra la seguridad interior del estado, el orden público y la normalidad de la nación, dando atribuciones especiales al presidente de la república.
[3] Estado de Emergencia es un estado de excepción en que se restringen los derechos de tránsito y reunión otorgando atribuciones especiales a las Fuerzas Armadas para el resguardo de la seguridad del país.
[4] Relevante mencionar que el apellido Iturriaga está vinculado a jefes y oficiales del ejército vinculados con desaparición, muerte y tortura en la dictadura de Pinochet.
[5] El estado de excepción fue utilizado por la dictadura cívico militar entre 1973 y 1990; mientras que el toque de queda fue anunciado por última vez el 2 de enero de 1987.
[6] Medios virtuales: ElDínamo.cl; ElDesconcierto.cl; OPALChile.cl
[7] En la Región Metropolitana se distinguen, coloquialmente, dos territorios: las zonas altas (compuestas por los barrios acomodados) y las zonas bajas (los sectores populares), siendo la Plaza Italia el límite que divide entre un hemisferio y otro de la capital.