Leonardo Garvas o el reyezuelo desnudo de la literatura emergente
Esteban Govea
En el artículo Leonardo Garvas o cómo pelear por migajas señalé la Red de Revistas de Leonardo Garvas como un grupo sectario que promueve y defiende un discurso nocivo y peligroso para el gremio de la literatura nacional y que, a pesar de haber buscado participar del presupuesto de cultura en varias ocasiones, adoptó una postura hostil hacia los becarios y beneficiarios del FONCA y otros programas de apoyo para artistas, como la beca de escritura de guion de cine del IMCINE.
En su momento también hice notar que Garvas era un líder manipulador y explotador. Omití su misoginia exacerbada, no porque no estuviera al tanto de ella sino porque en su momento excedía los límites de aquel artículo.
Pero ha habido un nuevo capítulo en la farsa de este oscuro personaje que merece algunas palabras de mi parte.
Alrededor del 24 de octubre de este año, en redes sociales comenzó a circular un testimonio en contra de Axel Maldonado, editor de la revista Catálisis y miembro de la Red de Garvas, proveniente de una exnovia, acusándolo de diversas clases de abuso verbal, psicológico, físico y sexual.
La respuesta de Garvas fue en un primer momento insuficiente, solapadora del supuesto victimario y descalificadora de la supuesta víctima. Ello le valió una respuesta bastante negativa en redes, donde comenzó a tildársele de protector y encubridor de abusadores. Y no era para menos.
Lo que siguió luego no puedo relatarlo con estricto apego a su desarrollo cronológico porque todo ocurrió muy rápido y provino de demasiadas fuentes para poder rastrearse con claridad.
Lo cierto es que un segundo testimonio, esta vez en contra de Joel Aguilar Velázquez, editor de la revista Gata que ladra, también de la Red de Garvas, salió a la luz. También se le acusa de ejercer abuso físico, sexual y psicológico sobre su expareja.
La respuesta en redes por parte del público de la red de revistas, como dije, fue bastante negativa, pero también, afortunadamente, lo fue por parte de los hasta entonces colaboradores de Garvas, por ejemplo entre los editores y editoras de Materia Escrita, Ek Chapat, Escrófula y Huraño, que se deslindaron públicamente de la Red y de Leonardo.
Pero la cosa no acabó ahí. Algunos miembros de la red seguían defendiendo a Garvas o permanecían sin fijar una postura clara. Esto terminó cuando surgieron varias, quizás decenas, de acusaciones y señalamientos directamente contra Leonardo Garvas, entre ellas una proveniente de uno de los editores de la revista Monodemonio.
Los múltiples acusadores y presuntas víctimas lo señalan de muchas cosas que ya conocíamos todos: que era manipulador; que explotaba a sus trabajadores; que no pagaba a los editores de las revistas, quienes corrían con el gasto de las publicaciones; que cobraba precios exorbitantes (5 mil pesos) por pésimos talleres de cuento, donde el ambiente era tóxico y se promovía la burla y la agresión, y los cuales cobraba Garvas con tácticas de agresión verbal que envidiarían los cobradores de Banco Azteca; y quizás lo peor, que aplicaba terapia psicológica a los miembros de su red, obviamente cobrando, pero sin tener cédula de psicólogo.
Pero hubo acusaciones nuevas y sorprendentes: Garvas supuestamente otorgaba “becas” a los susodichos talleres a los chavos, sobre todo a los más jóvenes, algunos de ellos incluso de dieciséis o diecisiete años, a cambio de nudes; que supuestamente acosaba por internet a varios chavos, algunos menores de edad, pidiéndoles fotos o videos o incluso mandando los propios sin que le fueran solicitados; que, usando sus tácticas de manipulación psicológica aprendidas en la carrera trunca, Garvas atraía a los chicos hacia su Red y, como araña experta, los iba envolviendo con promesas y halagos o, por el contrario, con pequeños desprecios y mezquinas exclusiones, con señalamientos y ridículo público hasta que, poco a poco, los chicos y chicas terminaban por ser parte de la Red; que, supuestamente, atrajo a un chico menor, lo manipuló y terminó abusando de él, llevándolo a tener relaciones con hasta cuatro personas, entre quienes se hallaba también Ulises, el ahora marido de Garvas; que, supuestamente, Garvas tenía a un chico trabajando en su casa cultural/cafetería/invernadero a quien una vez le dio una fiebre tremenda que lo hizo alucinar, pero siguió trabajando, chico al cual Garvas pagaba tan poco y cobraba tanto por terapias y talleres (como en una tienda de raya) que tenía que comer de la basura, hecho que a Garvas le parecía “transgresor” y digno de presumirse; que, supuestamente, además de ejercer la psicología sin cédula, usaba la información que se le confiaba en la intimidad de la terapia para, de nuevo, manipular, atacar o ridiculizar a los miembros de su red; que, supuestamente, Garvas practica una terapia bastante inusual, que prohíbe a sus pacientes el clonazepam pero alienta la masturbación compulsiva, sugiriéndoles que se graben mientras lo hacen, para posteriormente mandarle los videos.
En fin, toda una colección macabra de acusaciones y supuestas fechorías que, si algo dejaron en claro, fue lo siguiente: Garvas, cuyo verdadero nombre es Leonardo Eduardo Méndez Dávila, reclutaba a los jóvenes miembros de su Red siguiendo lineamientos muy particulares. En primer lugar, se trata de chicos y chicas, pero sobre todo chicos, en situaciones económicas precarias. En segundo lugar, se trata en muchos casos de jóvenes que cursan la educación media superior o los primeros semestres de alguna carrera. En tercer lugar, muchos de ellos provienen de entornos familiares complicados, o en su defecto de relaciones afectivas complicadas.
Una vez dentro de su Red, Garvas controlaba a estos individuos de diversas maneras: 1) Controlaba el comportamiento de sus miembros mediante el premio, pero sobre todo mediante el castigo, que incluía la humillación pública, el acoso en redes y el abierto desprecio por parte de los demás miembros. 2) Controlaba la información que llegaba a los miembros. Qué autores leer y cuáles no, a menudo usando criterios caprichosos y tildando a los rivales literarios de “viejos lesbianos”. 3) Controlaba las emociones del grupo, explotando sobre todo su capacidad para el rencor, que luego redirigía, potencializado, hacia sus adversarios y detractores. Garvas tenían un gran poder sobre estos chicos y chicas. Todos dicen que no hablaron en su momento por miedo. 4) Controlaba la manera de pensar de estos chicos y chicas, erigiéndose como un líder literario, pero también político y como un guía psicológico. La devoción hacia la persona de Garvas adquirió tintes tan enfermizos que sé por lo menos de un caso de uno de los editores que se hizo un tatuaje con el nombre de su líder. Garvas logró establecer una narrativa polarizadora. Quien no estaba con él estaba en su contra.
Como puede observarse incluso someramente, la de Garvas operaba según el modelo de sectas BITE que, por sus siglas en inglés, significa Comportamiento, Información, Pensamiento y Emoción, el cuádruple eje de la manipulación con fines de reprogramación psicológica.
Afortunadamente, Garvas no es tan sutil en la aplicación de sus tácticas, de otro modo su poder sobre la gente que enredó habría durado más tiempo y quizás adquirido tintes aun más turbios.
A la fecha de la redacción del presente artículo, Garvas ha cerrado sus redes sociales y está ilocalizable. Su Red ha quedado desmantelada. Algunos de los editores planean seguir sus proyectos por cuenta propia, mientras que otros no han fijado postura todavía.
La Red de Garvas no sólo era sectaria: era, por antonomasia, una secta. Una bajo el control absoluto de un líder carismático y sociópata que pasó de ser un escritor mediocre, tallerista de cuestionable trayectoria y editor de nulo prestigio a ser un falso gurú, un improvisado líder político y un espurio guía terapéutico para muchos jóvenes incautos que, desgraciadamente, cayeron en su Red.
No se puede escarmentar en cabeza ajena, pero en general, yo diría que no es tan difícil reconocer un falso líder. Si tu líder te humilla, te insulta, te ridiculiza, te explota, te usa como caballería para atacar a sus adversarios, si tu líder no enfrenta la crítica interna ni externa, si tu líder te dice que no leas a la mayoría de los autores, que no te eduques ni te superes, si tu líder saca lo peor de ti y fomenta que desprecies y denigres a los demás por su trabajo, si tu líder acosa sexualmente a tus compañeros y ha llegado a ejercer violencia sexual, no es un buen líder y no deberías seguirlo.
Si aunque sea una fracción de las acusaciones son ciertas, lidiamos con un individuo enfermo de poder, manipulador y abusivo. En consecuencia, aplaudo el que varios miembros de su Red finalmente hayan salido a deslindarse y hasta a denunciarlo públicamente. Hacerlo requirió valor y dignidad. Por mi parte, estoy dispuesto a fumar la pipa de la paz con todos los miembros de la Red a los que alguna vez, durante mi conflicto con Garvas, ofendí. Sepan que no fue nada personal.
Sólo resta esperar que, en el futuro, no vuelva a ocurrir nada similar en el ámbito de nuestras letras, en el cual, desgraciadamente, debido a la falta de crítica y auto crítica, el dogmatismo, el sectarismo y el zalamero culto al líder son vicios que se hallan siempre a la vuelta de la esquina, esperando la oportunidad.
Conviene recordar que, como en el caso que nos ocupa, los reyezuelos, esos que gustan pasearse en sus nuevos ropajes, siempre dispuestos a armar sus propias sectas, siempre gozosos de tener un tropel de aduladores, con frecuencia están desnudos.
Esteban Govea (1988) es un poeta, narrador y guionista nacido en Guanajuato y radicado en la Ciudad de México desde 2006. Es licenciado y maestro en filosofía por la UNAM, con especialidad en estética. Estudió guion de cine en el CCC. Es autor de Sexto sol, La música cósmica y La poética robot, todos ellos disponibles en Amazon.