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1 de julio del 2018: el día que funcionó la democracia


unogermango

1 julio, 2019 @ 12:14 pm

1 de julio del 2018: el día que funcionó la democracia

@unogermango

Esa noche fue difícil regresar a casa. La celebración duró hasta la madrugada y la lenta marcha para salir del Zócalo duró más de lo que se hubiera esperado. No había transporte público y los taxis estaban siempre ocupados. Pero el ánimo era celebratorio. No era tiempo para pensar en conflictos y la espera para volver a casa fue aceptada gustosa. Aquella noche todo estaba en orden; aquella noche celebrábamos la contundente victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador; aquella noche celebrábamos también, que no se hubiera aniquilado, por completo, a la esperanza.

El festejo comenzó desde los hogares. Apenas después de la ocho de la noche, José Antonio Meade televisó su derrota y la relevancia de este hecho político quedó enterrada sobre el júbilo masivo. El candidato del Partido Revolucionario Institucional reconocía su fracaso en cadena nacional. Sus palabras indicaban que el régimen había fracasado en aquello en donde siempre había tenido éxito: el fraude electoral.

Lo intentaron, pero fallaron. Durante todo el día se reportaba, en las redes sociales, las formas en que el PRI, es decir, el gobierno, trató de arruinar el proceso de las elecciones. Sucedió lo clásico: robo de urnas, rasurado del padrón de electores, compra de votos, amedrentar a la gente y violencia para inhibir la votación. Usaron todos los recursos que conocían. Invirtieron millones, amenazaron y violentaron. Pero perdieron. Su fracaso será parte de la historia porque representa su caída y su desaparición.

AMLO, presidente electo, Zócalo, AMLOFest
Imagen: revistaconsideraciones.com

1 de julio del 2018. El día de la elección

El temor al fraude acompañó a México durante todo un día. Desde la mañana hasta la noche, el país era un delicado sistema nervioso. Muchas casillas abrieron tarde y eso provocaba la paranoia: ¿qué estaba sucediendo? ¿Qué hacían ahí dentro los funcionarios? ¿Estaban rellenando urnas, eliminando posibles votantes de Andrés Manuel? ¿Se estaba llevando a cabo el fraude? La respuesta, ahora lo sabemos, era sí, sí, sí. Los gobernadores priistas se esforzaron por mantener su estatus de delincuentes.

Pero algunos retardos eran de lo más simple. Se les hizo tarde; no llegaban todos los funcionarios de casilla; confundieron la papelería; había desacuerdos entre funcionarios. Lo más normal daba paso a la intriga, a las miradas de reojo y a la desconfianza. 90 años de priismo en México acostumbraron a los mexicanos a esa zozobra. Y el Instituto Nacional Electoral, organizador de las elecciones y operador de numerosos fraudes electorales, tampoco suele ser confiable.

Las casillas cerraron, en su mayoría, a las 6 de la tarde. Entonces sucedió lo extraordinario. Los partidos políticos suelen organizar a sus afiliados para vigilar las casillas al término de las elecciones –procedimiento habitual–. Tratan de impedir que el gobierno en turno y el INE les roben los comicios. Pero desde las 18 horas, circularon en la redes fotografías de las casillas con decenas de personas en las calles, observando los movimientos de los funcionarios. Nadie se organizó. Nadie lanzó una convocatoria. Nadie confiaba en el gobierno ni en el INE y decidieron vigilar. Los intentos de asalto a las casillas se frustraron porque nadie esperaba esa reacción ciudadana. Sólo los gobernadores más mafiosos lanzaron a sus pistoleros al robo descarado, a la violencia inaudita –como el extinto exgobernador de Puebla–. Pero nada pudieron hacer contra aquella revolución pacífica cuyas armas eran los votos.

Boleta AMLO presidente
Imagen: revistaconsideraciones.com

En menos de media hora comenzó a circular la realidad del sufragio. La aparición de votos a favor de Andrés Manuel era incontrolable. Los intentos por robar la elección fracasaban en casi todos los estados. La tensión aumentaba porque las noticias en las redes eran un caos. Se anunciaban triunfadores todos los candidatos y, a las 7 de la tarde, aproximadamente, se hablaba del posible triunfo de José Antonio Meade, aunque eso significara un levantamiento masivo con un final sangriento. Por eso, la aceptación de su derrota fue un bálsamo para la tensión. Un poco más tarde, Ricardo Anaya, el segundo en la recepción de los votos, notificó que había perdido, aunque eso ya se sabía y a pocos le importaba.

El Zócalo de la capital mexicana ha sido testigo de importantes sucesos. El 1 de julio era un llamado nuevo de la Historia. Gente de toda la Ciudad de México salió de sus casas y se trasladó hasta el centro. Era domingo y el transporte escaseaba; era domingo y los negocios cerraron desde temprano; era domingo y era de noche; era el domingo en que Andrés Manuel López Obrador arrasaba en las elecciones y la gente corrió a festejar en el centro de la capital, en el corazón de México Tenochtitlan.

La convocatoria para el festejo fue espontánea y, más tarde, Andrés Manuel anunció que acompañaría a sus simpatizantes en el Zócalo, el escenario natural de esta festividad. La celebración era doble. Por un lado, Andrés Manuel ganaba unas elecciones que en dos ocasiones le habían sido robadas: una, mediante un grotesco fraude que llevó a Felipe Calderón a la presidencia; otra, porque el PRI compró las elecciones durante meses al amparo del Instituto Nacional Electoral; así terminaban 12 años de espera. Por otro lado, la derrota del PRI anunciaba la próxima desaparición de una de las instituciones políticas más nocivas en la historia de América y demostraba, de forma aplastante, que la mayoría de la población aborrecía a la clase política mexicana. Esta era la revancha.

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Imagen: revistaconsideraciones.com

#AMLOFest. La celebración continúa

En el Zócalo todo era fiesta desde antes del arribo del presidente electo. Música, banderines, gritos, tequila, llantos y niños en hombros, eran una mezcla efectiva de gozo. El momento revelaba las posibilidades de la democracia. La sociedad, espléndida, celebraba sin los acostumbrados límites sociales. La comunión provenía de un triunfo largamente esperado, de una esperanza que casi fue arrebatada por la violencia y la sangre, sometida por 20 años de gobernantes nefastos, los más ominosos que México haya tenido en toda su historia. Durante horas la gente esperó la llegada de AMLO al Zócalo, porque su recorrido inició en otra parte, con su comitiva, sus allegados y su equipo político. Pero en el Zócalo estaba su brazo fuerte, aquel que en algún momento, en el año 2006, le pedía a gritos que liderara un levantamiento popular. En el Zócalo estaba la representación del pueblo, la fuente de su fortaleza. En el Zócalo estaban quienes no han permitido que el proyecto obradorista decaiga. En el Zócalo estaban, la noche del primero de julio, aquellos a quienes se les debía la victoria electoral.

Aquella noche fue difícil regresar a casa. Ni siquiera, como en anteriores manifestaciones masivas, se podían buscar lugares dónde esperar algunas horas para poder entrar al metro o buscar un transporte alterno. Decenas de miles avanzaban por las calles en busca de taxis. La peregrinación llegó a kilómetros del Zócalo pero nadie se quejó. Muchos regresaron a su residencia a pie, en un camino de horas; otros, esperaron la apertura del metro, hasta las 5 de la mañana; algunos más, cautos, buscaron restaurantes un tanto lejanos para comentar la jornada. Fue un día largo y emocionante y aquella espera para volver a casa era apenas un pequeño sacrificio que nada significaba después de esperar doce años.

El 1 de julio del 2018 ocurrió una revolución, pero fue pacífica. Y quienes estuvimos en el Zócalo para festejarla, no olvidamos la más emotiva frase que emitió el presidente: “No les fallaré. No voy a traicionar al pueblo”. Ojalá. Sólo así veremos el triunfo de una nueva revolución.

AMLOFest, AMLO presidente electo
Imagen: adnpolitico.com

Editor de contenidos en la Revista Consideraciones. Profesor de la UNAM y estudioso del comportamiento de los gatos. El lenguaje lo es todo.

2 comentarios
  1. Verónica Duarte

    MAGNÍFICO, RELINDO, CONMOVEDOR

  2. Rocio

    Si mi memoria no me falla, fueron 18 años los que tuvimos que esperar.

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