La furia antiAMLO: el desprecio de las clases altas

Manuel Hernández Borbolla

Vaya que muchos mexicanos están enfermos. El odio de un sector contra el Peje, es un caso digno de análisis.

Yo nunca, ni en mis días de mayor furia, he manifestado ganas de que maten al presidente de México, ni con Peña, ni con Calderón, que me parece todavía más repugnante. Es increíble cómo se exagera todo lo malo de la 4T y se minimiza lo bueno. Hay gente que trata de disfrazar su odio arropados en la bandera del pensamiento crítico: aquel que nunca han ejercido, aquel que no va más allá del repudiado personaje y su círculo de influencia.

“En 6 meses ha destruido al país”, vociferan los energúmenos en redes, dispuestos a cualquier cosa, hasta creerle a un mentiroso probado como Trump y desear que México se hunda en el fango, con tal de justificar su odio.

López Obrador ha cometido errores, pero todavía no veo algo tan drástico como para afirmar, sin dejo de duda, que está destruyendo el país, como sí lo vi con la “guerra contra el narco” y las reformas estructurales. Pero ahí nadie dijo nada. Al contrario, ese mismo sector pequeñoburgués con delirio nobiliario, hasta aplaudía esas aberraciones por lo que oía en la tele.

La gente no se da cuenta hasta qué punto son manipulados vilmente por los medios de comunicación, que regularmente suelen servir a los intereses de las élites, las mismas élites que suelen dar trato de servidumbre a quienes no pertenecen a su círculo social.

Ese odio de clase está exacerbado en México. Esa gente enferma debería vociferar menos y mirarse más hacia dentro. ¿De dónde proviene ese odio? ¿De cuántas frustraciones, cuánto egoísmo, cuánta indiferencia hacia los demás? ¿No se habían dado cuenta de la mierda que brotaba por todo el país convertido en fosa común? Eso no les dolió, no les indignó. Pero eso sí, les ofenden los migrantes pobres que huyen de la desgracia. ¿Qué clase de personas son esas que odian tan sueltos y no se duelen por el dolor ajeno? ¿De ese nivel minúsculo es su condición humana? ¿De ese tamaño es la burbuja de privilegio en la que viven y les impide ver que allá afuera, lejos de los noticieros y los programas de concursos, hay personas matándose unas contra otras para tratar de mantenerse a flote y no morir de asfixia entre tanta mierda? ¿Tan grande es su odio a los pobres?

Eso es lo que en el fondo, no le perdonan a AMLO: que pretenda dar prioridad a los pobres. Eso mismo le achacaban cuando no cometía tantas pifias como Jefe de Gobierno del DF y de todos modos lo querían desaforar a la mala, por eso mismo lo acusaban de ser “un peligro para México”. Esa ha sido la constante en su trayectoria política. Quienes se asumen como “fifís”, en el fondo odian a los pobres. Así de simple.

Y un sector de las clases desfavorecidas, en contraparte, se siente traicionada cuando López Obrador cae en contradicciones para tratar de sobrellevar el barco ante un escenario tan complejo. Siempre ha sido más fácil criticar que hacer cosas. Gobernar implica tomar decisiones difíciles, incluso moralmente cuestionables. Quien no esté dispuesto a ensuciarse los zapatos, y siga viviendo en el castillo de la pureza, no es una persona apta para gobernar. La historia así nos lo ha demostrado.

Me llama también la atención, la admiración y liderazgo que despierta López Obrador en el extranjero, como hacía mucho tiempo no pasaba con un presidente mexicano. Supongo que algo parecido le paso a Pepe Mujica, y le pasa a Lula y a Evo en sus respectivos países. No hay gobierno perfecto, así como tampoco existe una vida perfecta. Siempre habrá obstáculos, problemas, crisis. Madurar es aprender a lidiar con esas cosas.

Por el contrario, el odio exacerbado que vemos es manifestación de otra cosa, de un rencor acumulado, un dolor que supura. La gente feliz y emocionalmente sana no odia, no lastima, no tiene necesidad de ejercer la violencia. Lo sé muy bien porque yo también he sentido odio y me he sentido herido y con ganas de cobrarme varias cuentas pendientes con el mundo.

No ha sido fácil librarse de resentimientos y esas cosas, pero es necesario para crecer espiritualmente. Eso también lo he vivido y sé de lo que hablo. Por eso siento la necesidad de compartir lo que veo y advertir a la gente. “El odio es el veneno que uno se toma esperando que el otro se muera”, dice una brillante frase atribuida lo mismo a Shakespeare que a Buda. El odio es una forma de vomitar todo el dolor añejado que se acumula dentro de nosotros y nos pudre el alma.

¿Podrá México librarse del odio para crecer y continuar con su evolución espiritual? Me gusta creer que sí, porque yo mismo procuro todos los días hacer la parte que me corresponde para que eso suceda.