Alteridad

La belleza femenina: un mito inconcluso

Gianinna Ferreyro


giaferrey

28 mayo, 2019 @ 12:43 pm

La belleza femenina: un mito inconcluso

@giaferrey

El libro llamado El mito de la belleza, de Naomi Wolf, fue publicado hace veintinueve años. Este vademécum refleja las inquietudes de una mujer joven -ahora pensaríamos que millenial-, segura de sí misma, dispuesta a comerse el mundo, con una opinión acerca de todo, pero a la que aún le falta mucho camino por recorrer.

A lo largo de las páginas la autora observa cómo, al igual que cualquier mito, el mito de la belleza se repite y perdura en nuestra memoria. Sigue ahí, a pesar de ser criticado y combatido día a día por las feministas desde cualquier lugar del espectro púrpura. Sigue ahí como una marca permanente, pues como la propia Wolf concluye: “el mito de la belleza traspasó los limites sociales en las vidas de las mujeres directamente a sus caras y a sus cuerpos”.

El mito de la belleza en el siglo XXI

¿Cuáles son las conclusiones a las que llega Naomi Wolf? No es una sorpresa que el texto termine con más preguntas que respuestas. Preguntas que, a la fecha, no han sido contestadas e -incluso- en algunos casos ni siquiera han sido formuladas. Hace veintinueve años Wolf se preguntaba: ¿Qué es una mujer? ¿Una mujer es lo que se hace de ella? ¿Tienen valor la vida y experiencias de una mujer? De ser así, ¿debería una mujer avergonzarse por mostrarlas? ¿Por qué es tan grandioso verse joven?

Tratamiento facial basado en acupuntura. Imagen: Revista E!

A casi tres décadas de su publicación, cabría preguntarse si ha sido posible responder algunas de las dudas de nuestra autora, si hemos llegado a algún lado, si como mujeres nos sentimos diferentes. Ofrezco a ustedes mis consideraciones:

Es 2019 y, como sociedad, aún no concordamos plenamente en que la mujer es un ser humano. ¿Qué por qué lo digo? Porque si reconociéramos que las mujeres, al igual que los hombres, son personas, tal vez los feminicidios se discutirían de otra manera. Una mujer es, todavía, lo que se hace de ella, lo que se piensa de ella, lo que se dice de ella. Para muestra, hablemos de todos los calificativos que leemos, escuchamos y reproducimos cotidianamente: las mamás luchonas, las buchonas, las putas, las mojigatas.

La belleza sigue siendo un requisito de nuestra sociabilidad. Pensamos todavía que es apropiado, o por lo menos común, preguntar a una mujer si se siente bien o si está enferma el día que no se maquilló. Celebramos y consumimos a quienes hablan y aconsejan sobre cómo mejorar en el maquillaje; castigamos y juzgamos a aquellas que hablan de él para para criticarlo, sin siquiera escuchar su postura.

Por años hemos escuchado que “la belleza duele”, que “la belleza cuesta”, de tanto en tanto atribuimos a figuras públicas esta fuerte declaración. Hace algunos años cuando Beyoncé enunció “Pretty Hurts”. (la belleza duele); sin quererlo inició un diálogo secreto con Wolf, quien le respondió “no duele el embellecimiento (o sí, ahí está el láser), no duele la expresión de la sexualidad (o sí, ahí está el #MeToo); la lucha real se encuentra entre el placer y el dolor, la libertad y la compulsión”. Beyoncé actualizó el pensamiento de Wolf diciendo “The pain’s inside and nobody frees you from your body”, el dolor está adentro y nadie te libera de tu propio cuerpo.

Nuestra belleza es muchas veces una herida abierta

Y con esta verdad a medias sobre nuestros labios, descubrimos que hablar del mito de la belleza implica tener empatía con las otras mujeres sobre lo que ellas piensan u opinan sobre ellas mismas, porque sabemos que -para todas- hablar de nuestra propia belleza es doloroso, confuso, e incluso incómodo. Nuestra belleza es muchas veces una herida abierta.

La herida es religión porque seguimos siendo excluidas de los rituales religiosos (invisibilizadas y segregadas en distintos niveles, según el lugar del mundo del que hablemos), juzgadas por nuestra forma de presentarnos ante los rituales de paso, delgadas en las bodas, vestidas de un blanco virginal. Es economía porque no hemos roto los techos de cristal, porque nuestra carrera profesional es juzgada a partir de nuestra apariencia, porque nos esmeramos mucho, o nos esmeramos muy poco. Es sexualidad porque no podemos hablar de nuestro sexo sin tabúes -envuelven en papel o bolsas negras las toallas femeninas-, mientras escuchamos el aplastante “no” en el debate sobre el aborto -envuelven nuestra imagen con disfraces a modo de fantasías-. Es guerra porque nos matan, nos matan todos los días, porque fuimos muy bonitas, muy jóvenes, muy libres, muy putas. Es cultura porque la aparición de heroínas y villanas parece intolerable los ojos inquisidores opinión pública cuando no es acompañada de una “buena imagen”. La herida es reflejo de que sociedad contemporánea se nos resiste.

Imagen: Internet.

Hace falta amor propio

Wolf concluye sus reflexiones señalando llamando a la libertad personal: las únicas que podrán deconstruir el mito de la belleza son las mujeres conscientes de la trampa. Difiero con ella en los alcances del individualismo femenino: en la deconstrucción del mito se requiere de los hombres. Así es. El mito de la belleza también es cuestión de los hombres, y es necesario deconstruirle desde ambas partes. Necesitamos hombres que entiendan que el problema es sistemático, necesitamos que reconozcan que ellos son parte del problema y de la solución.

Nuestro poder individual para cambiar las cosas es, sin duda, profundamente necesario, pero no como solución al mito de la belleza -que es un problema social, colectivo-, sino como piedra angular de una acción de distinta escala: el camino hacia la estabilidad emocional, el autoconocimiento y el cultivo del amor propio.