Colosio: un priista más; víctima de un crimen de Estado
En los días posteriores al asesinato del general Álvaro Obregón,
un chiste corrió de boca en boca:
– ¿Quién mató a Obregón?
–Cállese la boca, pórtese bien y el martes le digo.
El juego de palabras era más que malicioso: Plutarco Elías Calles,
Emilio Portes Gil y Marte R. Gómez.
Carlos Ramírez
Entender el asesinato del candidato presidencial en 1994, requiere dar respuesta a una pregunta fundamental: ¿A quién benefició su muerte?
Resulta claro que no benefició a Carlos Salinas de Gortari, presidente en turno, que perdió con ello parte importante del control de su último año de gobierno, valiéndole un autoexilio prolongado en Irlanda durante los años posteriores, y una mancha imborrable que lo persigue hasta el día de hoy.
Para comprender el origen de lo que pasó en 1994, es necesario examinar con lupa el sexenio; desde su arribo al poder en 1988, Salinas de Gortari, se enfrentó a un grave problema de legitimidad por su controvertida elección. Problema que supo sortear mediante el golpe político al otrora poderoso líder petrolero, Joaquín Hernández Galicia. En los años subsecuentes, Carlos Salinas, mantuvo el desarrollo y estabilidad de su gobierno—en mayor medida—gracias a la consolidación y fortalecimiento del modelo neoliberal.
El principio del fin comenzó con el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, (EZLN), el mismo día de la entrada en vigor del Tratado de Libre comercio de América del Norte (TLCAN), alcanzando su punto más álgido, con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, y seis meses después, con el de José Francisco Ruiz Massieu, en ese momento, secretario general del Partido Revolucionario Institucional (PRI). De modo que el control que Salinas obtuvo meses después de haber tomado posesión, fue estrepitosamente perdido en los últimos meses de su mandato.
Luego entonces, me resulta absurdo creer en la idea de un atentado a la consolidación de un nuevo modelo de nación, por parte de su propio artífice, sobre todo al momento de heredar el poder.
No obstante, esto no lo exime de una responsabilidad, puesto que ocupaba un papel clave dentro de la estructura que se encargó de eliminarlo: El Estado. A todas luces, el asesinato de Colosio Murrieta, es un crimen perpetrado desde las entrañas del aparato de Estado.
Con el paso del tiempo, se han identificado una serie de omisiones, fallas, errores intencionales y, hasta propósitos por encubrir el asunto. Desde la estruendosa noche del 23 de marzo, una serie de turbios acontecimientos se han suscitado en torno al caso, entre los más destacados se encuentran: la sustitución del asesino material del candidato, la remoción constante de los fiscales encargados de llevar a cabo la investigación, la desaparición de pruebas físicas en el lugar de los hechos, el ejercicio de la tortura como elemento para fabricar culpables, como en el caso de los miembros del grupo Tucán, encargados de la seguridad del candidato en el evento, la eliminación de personajes clave en la investigación, como la muerte de Federico Benítez López, director de seguridad pública de Tijuana, que trabajó una investigación paralela a la oficial, y la clasificación documental del caso—que podrá abrirse hasta el 2030—son algunos de los tantos elementos auspiciados bajo el visto bueno del gobierno. El único con la capacidad para cometer todas estas acciones y mantenerse impune.
Sin embargo, el disparo que acabó con su vida en Lomas Taurinas, no fue más que el fin del acorralamiento al que se vio sometido Luis Donaldo a partir de ciertos meses de su campaña. El año pasado, la periodista Dolia Estévez logró obtener acceso a documentos elaborados por el Buró Federal de Investigación (FBI), dependiente del Departamento de Estado, en relación al caso Colosio, gracias a estos, sabemos de la actitud hostil que algunos miembros del equipo de colaboradores mantenían en su contra, pero también, del nulo apoyo que en ciertas ocasiones ocurría.
Como en todos los acontecimientos de esta naturaleza, legalmente el caso se encuentra cerrado, políticamente el caso sigue estando abierto. Obstinarse en querer reabrir el caso no contribuye a dilucidarlo, pues solamente aumenta la intriga y polémica.
Después de varios años, el cine permitió construir varias versiones semificticias del caso. Lamentablemente, la mayoría de ellas, se empeñan por idealizar la vida de un personaje creado al calor de un año convulso, sin mirar más allá de ello. Año con año, las conmemoraciones de la muerte del candidato, se empeñan en relucir acciones de un priista en campaña que nunca pudo cumplirlas. Porque, no debemos confundirnos: Colosio era un ferviente salinista que, en términos realistas, no representaba un cambio o mejoría sustancial en la vida del país.
Un filme que se aleja un poco de esa visión, e intenta avocarse a una historia más crítica, es: Colosio: el asesinato, producida en 2012, bajo la dirección de Carlos Bolado, que le apuesta más a la tesis de una eliminación desde adentro del sistema. Ahora, con el auge de los servicios de streaming, Netflix acaba de lanzar la serie: Historia de un crimen Colosio, que refuerza esta nueva tendencia. Esta última, es basada en la novela gráfica: Matar al Candidato, de Francisco G. Haghenbeck.
Respondiendo a la pregunta inicial, la llegada de Colosio a Los Pinos suponía la afectación de muchas fibras sensibles de poder; empezando por la continuación del modelo neoliberal, el manejo de los intereses cupulares del PRI, pero también de grupos fácticos como el narcotráfico.
Tras dos décadas y un lustro de la muerte de Luis Donaldo Colosio, es necesario comprender que su homicidio, fue cocinado al calor de los intensos meses de campaña, siendo ideado, planeado, y ejecutado a la perfección, desde los intereses más profundos del sistema al que sirvió desde 1968.