Gato con Lentes

Roma, claro ejemplo del arte por encima de la ideología


19 diciembre, 2018 @ 3:20 pm

Roma, claro ejemplo del arte por encima de la ideología

Como cualquier película que se considera una obra maestra Roma ha provocado mucha suspicacia, expectativas y sobre todo opiniones. En gustos se rompen géneros y  lo que para algunos es una magna pieza de arte, para otros puede no suscitar grandes emociones. Hay quien con todo su derecho esbozó que la película simplemente no le gustó, hay quien abiertamente la alaba y hay quien dice que sí, que está buena pero que no es para tanto.

La mayoría de las críticas a la película son bastante esperadas: es demasiado lenta, la narrativa es floja, no hay grandes actuaciones, está sobrevalorada, no me cuenta nada nuevo y como leí por ahí: “si la historia se narrara a colores, sería un capítulo de La Rosa de Guadalupe”. Claro, en el país donde las sirvientas no protagonizan películas sino telenovelas, tal observación es casi obligatoria.

De entrada, “sobrevalorado” es una palabra que nos encanta utilizar en México para calificar lo que producen nuestros artistas, sobre todo los que triunfan en el extranjero. Lo usual es que Iñárritu y Cuarón sean unos pelmazos sobrevalorados mientras que Del Toro, más “oscurecido” y alineado a los valores de la comunidad geek, sea un gran cineasta. Por ello, cuando los directores mexicanos retratan emociones no existen momentos de gloria sino pedazos rescatables en sus creaciones: su trabajo —sobre todo cuando osan escribir el guion además de dirigir— no es más que una pretensión insulsa. Al parecer hay que sacudirnos para mal, con rudeza y con crudeza para decir que una película fue buena, o ponerle muchos efectos especiales. En fin, la duda queda sobre si el origen de dichas apreciaciones es cuestión de gusto personal o más bien de malinchismo.

Mucho se le ha reprochado a Cuarón que Roma es solo una invitación para conocer su infancia burguesa y aburrida. A mi parecer, hay una línea muy delgada entre sobresimplificar su película y prestar la suficiente atención al ensamble de actuaciones y ambientación que demuestran que lo cotidiano —esto es, cotidiano para nosotros— puede ser hermoso. La infancia del director es sólo una excusa para entretejer dos historias: la de la Ciudad de México en los 70, donde Cuarón nos enseña cómo se fabrica la nostalgia con maestría, y la de la protagonista Cleo, una empleada doméstica de origen mixteco cuya encarnación por Yalitza Aparicio se ovacionó en el extranjero, mientras que en México tuvieron más importancia los discursos políticos en torno a su clase social.

Imagen: CNTE

Los límites de esto último han trascendido la película misma: algunas personas señalan que Roma no puede ser una obra maestra “por más perfecta que sea su fotografía” porque no tiene una buena intención política, y porque su objetivo de denunciar y concienciar se cae a pedazos en el momento en que Cuarón no deja ni hablar a Cleo.  Para éstos, el propósito de Roma debió haber sido denunciar las condiciones de vida tan adversas de las personas que hacen el aseo. Además, la  “preciosa fotografía” —que a pesar de los intentos por vilipendiarla con sarcasmo como si la gloria de cada cuadro fuera poca cosa, inmortaliza para siempre la película— sólo embellece la desigualdad de clases, mientras que la trama refuerza que está bien gritarle a la muchacha que te ayuda con la limpieza para después llevártela de vacaciones.

Seguramente para quienes Cleo estaba muda vieron demasiadas novelas de Thalía y los decepcionó que su estereotipo de sirvienta con dicharachos y buen humor estuviera ausente. La mirada de Cleo es narradora de emociones: su desazón, su alegría, su culpa, ahí están los diálogos. No hace falta ver violaciones para conmovernos. Toda la vulnerabilidad que transmiten sus ojos cuando la ginecóloga le está haciendo preguntas y ella apenas puede responder, o cuando está sentada mirando por la puerta, es todo menos un lugar común. Así se transgreden las vidas de muchas mujeres todo el tiempo y de la misma manera guardan silencio.

Por otro lado, Roma es tan fantástica que la desigualdad de clases que tanto añoran ver está todo el tiempo en sus narices, pero no se molestan en interpretarla porque esperan algo crudo, explícito, procesado. Se empeñan en que el arte sea un instrumento de denuncia y yo me pregunto, ¿para qué? Roma no es propaganda comunista, es arte.

Si quieren una historia donde se “dignifique” a las mujeres del aseo como están acostumbrados a ver: es decir, con vestidos de tul, hermanastras envidiosas en el fondo y un príncipe millonario que la rescata para que entonces sí, les demos el lugar que se merecen, mejor pónganse a ver Disney. Esto es México, así se trata a las empleadas domésticas de planta, y no es el cometido de ninguna película cambiar eso, es absurdo siquiera imaginarlo. ¿Por qué pedirle a un artista que les relata su infancia, que corrija la historia porque le faltan elementos políticos a su discurso?

En fin, no es de sorprender que Roma esté triunfando en el extranjero. Para nosotros puede ser más simple que común pero los perros ladrando en las azoteas, los aviones que pasan cada cinco minutos, el escándalo de los vendedores afuera del cine o el señor de los camotes encierra más magia que esa imagen con desiertos llenos de narcotraficantes y los letreros neón de Tijuana que los gringos se han encargado de venderle al mundo como lo que es “México”.

 

Socióloga en ciernes, amante de los viajes y de una buena charla con los amigos.