Viajar solas como un acto radical/de feminismo
Fue un chico español el que me incitó a viajar sola pidiendo aventón (o en autostop, como lo llaman en algunos países). Me contó mil historias de gente amable, de lugares escondidos, de caminatas en carreteras con paisajes memorables, pero olvidó decirme que yo no podría vivirlo igual, por el simple hecho de ser mujer.
Uno de los países que me recomendó fue Georgia, y cinco meses después de hablar con él, en febrero del 2015, me encontraba caminando a la orilla de la carretera en Georgia con dirección a Armenia.
Ya llevaba meses viajando y pidiendo aventón. Es verdad que era una forma de viajar mágica y divertida. En Georgia abundaban los coches con ventanas polarizadas y los hombres con chamarras negras de cuero. Eran algunos demasiado amables y me ofrecían aventón aunque no lo pidiera. Ese día estuve caminando por horas para admirar el paisaje como usualmente lo hacía, y al empezar a sentirme cansada, me dije que subiría al primer coche que me ofreciera aventón. Era una carretera desértica. Estábamos aún en invierno, había nieve y no se veían construcciones por ningún lado del camino. Un coche blanco se paró, y ofreció llevarme. Acepté y me subí en el asiento delantero, colocando mi mochila sobre mis piernas. Al cerrar la puerta del auto, el hombre aceleró rápidamente y empezó a reírse, mostrando una boca sucia y chimuela. Extendió su mano hacia mí y agarró mi pierna con fuerza mientras se reía. Le quité la mano de mi pierna y comencé a gritarle, primero en inglés, pero al ver que el tipo sólo balbuceaba cosas en georgiano, le grité en español lo que se me venía a la cabeza.
El hombre intentaba agarrar mi pierna de nuevo y cada vez subía más la velocidad del auto. Abrí la puerta del coche firmemente dispuesta a saltar, pero el hombre se asustó y bajó la velocidad. Me bajé del coche enfurecida, le grité algo más en español mientras él hacía una seña con sus manos, metiendo repetidamente el índice de una mano a el hueco que hacía con la otra, un gesto evidentemente sexual, mientras aún se reía. Yo estaba envuelta en rabia, tenía ganas de destrozarle el coche y cortarle el pene, pero corrí en dirección contraria al sentido de los coches e intenté parar otro auto. El idiota del coche blanco empezaba a conducir en reversa hacia donde yo estaba. Por suerte, una combi se detuvo en cuestión de segundos y me subí. Alcancé a ver cómo el hombre idiota se iba rápidamente mientras yo temblaba de miedo y de coraje sin poder explicar lo que me había pasado a los hombres que me miraban curiosos en la combi que solo hablaban ruso y georgiano.
No fue la única vez que me ha pasado algo similar, y aunque después de ese incidente dejé de viajar unos días de esa forma, me di cuenta que el dejar de hacerlo no cambiaba nada en el mundo. Los hombres no están acostumbrados a ver mujeres en las carreteras, a ver mujeres independientes y decididas. Son incontables las veces que he sido agredida porque piensan que por estar viajando sola, tengo las piernas abiertas a lo que les plazca. Me llena de tristeza escuchar a mis amigos viajeros que pasaron por los mismos lugares que yo y que pudieron aceptar invitaciones o conocer lugares recónditos con gente local sin temor a ser violados. Aborrezco que me pregunten por mi novio o mi esposo cuando me ven sola. Y aborrezco más tener que usar anillo de casada para que dejen de preguntar.
Hace unos días fue asesinada una mujer mexicana (María Trinidad) que decidió viajar sola, y las redes sociales la condenaron a ella por haber tenido el valor, en vez de condenar a Esquivel Cerdas y Mendoza Benavides por haberla asesinado. Los feminicidios han estado presentes en toda la historia, en todos los rincones del mundo, desde la cocina en donde “deberíamos estar”, hasta viajando solas en una playa en Costa Rica. Es cierto que nos tenemos que cuidar mucho más que un hombre, pero no debemos dejar que la vida se nos escape por miedo.
Por contradictorio que parezca, no estoy escribiendo esto para incitar a dejar de viajar solas o de aventón. Me parece fundamental que lo hagamos, dándonos coraje las unas a las otras en el camino. En algunas ocasiones me he sentado con calma y explicado a hombres por qué no está bien que me agredan y por qué es absurdo que piensen que estoy dispuesta a ser violada. He tenido respuestas sorprendentes, e incontables disculpas. No creo que haya gente mala, sólo gente ignorante. Niveles estúpidos de ignorancia peligrosa, pero ignorancia al fin. Ignorancia de no saber el valor de una mujer. Y discúlpenme, pero no vamos a cambiar ese concepto desde la cocina.
Hoy hubo marchas por todo el mundo en apoyo a la despenalización del aborto en Argentina. La necesidad de ser dueñas de nuestro cuerpo y la urgencia de ser libres se sentía en los gritos de todas. Era un poema ver tanta belleza siendo tan contundente y decidida. Todas con las manos en alto y saliendo a la calle sin miedo, cuidándonos y apoyándonos. Así debemos sentirnos al viajar también. El movimiento feminista está expandiéndose por todas partes y tiene que llegar a las viajeras como María Trinidad Matús que merece nuestro respeto al seguir un camino que ella no pudo terminar, porque el mundo es también nuestro y tenemos derecho a disfrutarlo.
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