El optimismo de Andrés Manuel Lopez Obrador
La esperanza no es, ante todo, un mero deseo, el deseo generalmente es algo concreto y determinado. La esperanza implica mucho más que buenos anhelos, pues implica un cambio sustancial, la proyección de una utopía. Pero hay que ser realistas: Andrés Manuel no va a “arreglar” al país.
Desde que tengo uso de memoria, el ánimo general en cada elección era el mismo: No importa tu voto porque todo estaba ya determinado. Por las buenas como con Cuauhtémoc Cárdenas en el 88, por las malas contra AMLO en 2006, hasta por las peores con Peña en el 2012, lo único certero era que nuestro voto no importaba, y todos lo sabían.
Estas elecciones fueron históricas no solo porque logramos vencer ese círculo vicioso que inevitablemente alimentó el pesimismo que decantó en nuestra “democracia de dictadura perfecta”, sino también, y más importante, porque ahora sabemos que es posible hacer un cambio real, y esta diferencia en el ánimo nacional es fundamental.
¿Se acuerdan de hace seis años? Peña Nieto también aglutino las calles de la ciudad de México, sí, ¡pero en su contra! Ese fue el principio del fin del letargo y apatía política en México. El oprobio de Peña Nieto influyó en el primero de julio del 2018 con las calles inundadas de nuevo, en este caso, con optimismo desbordado de los hogares.
El 2018 es histórico porque el pueblo mexicano demostró ser capaz de modificar la agenda electoral con todo y sus trampas, de decidir ante proyectos que atentan contra la voluntad popular, de promover el diálogo en favor de una sociedad más justa, con capacidad de terminar la guerra contra el pueblo de manera pacífica, y de concluir con los gobiernos de corrupción y el cinismo petulante de su clase.
Pero el optimismo es siempre superficial, la esperanza que se festejó el domingo 1 de julio tampoco se puede reducir a un mero optimismo vulgar de borrachera; no un mero deseo, ni optimismo ingenuo, ni cheques en blanco. Queremos promesas cumplidas, sabemos que no todas son realizables en seis años, y queremos ser parte en todo el proceso. Durante y después del sexenio.
Andrés Manuel López Obrador sabe la importancia de la pacificación del país, imposible de lograr sin transitar por la justicia y cuidado hacia las víctimas, tanto de la brutal violencia contemporánea, como la silenciosa violencia económica-social sentenciada históricamente sobre más de 50 millones de mexicanos.
A #AMLO lo ubico como un socialdemócrata claramente conservador con bandera de izquierda, su agenda no es anticapitalista, nunca lo ha sido. Cuando promete desarrollo e inversión, lo hace tomando el modelo capitalista de Estado de bienestar surgido en la segunda mitad del siglo XX.
Este modelo de desarrollo no es muy distinto del actual en dos sentidos: es predatorio destructor del medio ambiente y no cambia la explotación hacia los trabajadores, ya que ambos operan bajo la misma lógica de maximización de ganancia. La diferencia radica en que el Estado interviene en la redistribución económica para satisfacer necesidades de la población.
No hay engaño, estamos frente a un reformador creyente del capitalismo buena onda, antes que un revolucionario radical, pero no necesariamente con consecuencias negativas. Era necesario un fenómeno avasallador, de preferencia pacífico, capaz de mover el anquilosado sistema político mexicano.
El sistema político tiene años que huele a muerto, desde siempre dependiente de Estados Unidos, sin embargo, después de la elección, necesariamente todo el sistema de partidos se modificará, empezando por la estupenda desaparición del Partido Encuentro Social (PES) y el Partido Nueva Alianza (Panal), que a estas alturas no se sabe con certeza la profundidad del fenómeno ni sus consecuencias, pero su interés público es innegable.
Las relaciones con Estados Unidos nunca se romperán pero pueden modificarse. La política de Donald Trump hacia México abre esa posibilidad. Todo es incierto y es insalvable la espera hasta las elecciones internas en ese país en noviembre, pero para negociar con Trump es necesario un presidente respetado más allá de su habilidad política, sino también por su apoyo popular.Negociación difícil y a cuestas, pero la coyuntura abre posibilidades.
No es lo mismo tratar con un presidente casi analfabeto con 15% de aprobación, a tratar con un presidente que ostenta más de la mitad de votos a nivel nacional y un amplio conocimiento de la historia nacional, ademas de un respaldo popular genuino que México no experimentaba desde el general Lázaro Cárdenas.
Una consecuencia interesante en la política interna es la forma en que la derecha conservadora se reagrupará. Preocupan las posiciones de poder que el fenómeno Andrés Manuel ya hizo ganar a los ahora huérfanos del PES, porque con o sin partido, la derecha más rancia que ahí militaba tendrá representación y se reagrupará de nuevo con su agenda retrógrada, seguramente en el Partido Acción Nacional.
La izquierda, institucional y no institucional, necesita reconocer que en el éxito electoral de López Obrador se encuentran miles de activistas, intelectuales, militantes y ciudadanos que anhelan ser parte de una transformación radical con sentido social y popular que necesita ser articulado, con miras a ser capaz de proyectar una esperanza de utopía realizable por otras generaciones de políticos y ciudadanos.
Nadie puede decir que ostenta la esperanza porque no se trata de una persona. El optimismo de AMLO tal vez esté sobrevaluado, pero puede ser el principio de un largo camino para demostrar que nuestra capacidad de organización no depende de un hombre, sino de la voluntad de una nación que lucha por existir dignamente en un mundo indigno.
Las propuestas de López Obrador son posibles y necesarias, pero eliminar la nefasta desigualdad en México y arrancar de raíz la violencia social, es posible sólo bajo la crítica anticapitalista que sea capaz de proyectar una utopía realizable: imaginar al mexicano que dejó de esperar con convicción dogmática, para convertirse en el actor de su destino.