Blade Runner 2049; oportunidad perdida
Rogelio Laguna
@Filosofomago
Dirigida por Denis Villeneuve llegó este otoño a las salas de cine Blader Runner 2049, filme protagonizado por Ryan Gosling y que cuenta además con la actuación de Robin Wright, Ana de Armas, Jared Leto, entre otros. Se trata de la secuela de la clásica cinta Blade Runner, dirigida originalmente por Ridley Scott y estrenada en 1982 con Harrison Ford como su protagonista, cinta inicial que se volvió rápidamente de culto debido a una interesante estética futurista musicalizada por Vangelis, un guión impecable a partir de la novela de Philip k. Dick: Do Androids Dream of Electric Sheep?, así como la actuación poderosa de Rutger Hauer, quien quedó inmortalizado en las últimas escenas de la película, en las que se planteaba la importante pregunta filosófica de qué es el ser humano.
En 2012 se anunció la intención de realizar una secuela y de inmediato comenzó la inquietud que siempre acompaña a la creación de continuaciones de películas clásicas, cuyo legado consolidado es ya de entrada el primer reto a vencer para la nueva cinta. 35 años después terminó la espera y el resultado es un largometraje que aunque aceptable y en momentos ciertamente notable, parece ser una oportunidad no aprovechada para la creación de un nuevo clásico.
De los aciertos de la cinta de Villeneuve, destaca principalmente su propuesta estética, BR 2049 no decepciona en los elementos que conforman la atmósfera visual, no sólo en el ambiente grisáceo de una ciudad postapocalíptica y transcultural en la que resaltan los anuncios de colores y la publicidad digital, sino también en una magistral conformación de espacios interiores creador a partir de geometría y luz en un equilibrio delicado que se complementa por espacios exteriores en los que la nieve, el agua, o el aire rojo invaden poderosamente la pantalla. También es de destacarse la música, esta vez a cargo de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch.
Contribuyen a la película, aunque sin ser consistentes con otros elementos del filme como los viejos monitores, interesantes dispositivos tecnológicos que asombran al espectador, como un artefacto para diseñar recuerdos, proyecciones de hologramas que permiten interactuar a Gosling y a Ford (reinvitado a escena para la secuela) mientras Elvis canta en el escenario, así como la presencia de acompañantes virtuales, que llevan al siguiente nivel la relación sentimental con las máquinas ya sugerido en la película Her.
Lo anterior, sin embargo, no basta para que la cinta se presente como un nuevo clásico, esto sucede principalmente por dos razones: la complejidad del guión y la elección del reparto. Diversos críticos se han referido al guión como un rompecabezas cuidadosamente armado que sin embargo pierde piezas cuando se arma completo. Se trata en efecto de un guión ambicioso, cuestión no necesariamente negativa, a no ser, como en este caso, que resulte confuso y se tenga que explicar al espectador lo que sucede. Se abusa además de los Deus ex machina y de la peripecia (cambio de trama) casi a punto de convertir el filme, que casi olvida las preguntas filosóficas de 1982, en una película de acción. Esto se agrava con la aparición de diálogos que parecen solamente conmover al espectador de forma gratuita. El reparto no logra en todo caso apuntalar las debilidades del guión, si bien Gosling y Armas mantienen una aceptable interacción, los personajes de J. Leto, Robin Wright, Hiam Abass o Ford, se mantienen desdibujados y no logran apoyar el desarrollo de la trama.
Todo lo anterior no indica, tampoco, que la película se trate de un fracaso. Es a mí parecer una propuesta aceptable en tanto conjunto; una propuesta que sin embargo perdió la oportunidad de ser por derecho propio un clásico. La ventaja, al menos, es que traerá la primera cinta a las nuevas generaciones.