Ante Trump, el nacionalismo sí es una opción
La vigencia del nacionalismo mexicano
El mito nacionalista se encuentra hoy más vivo que nunca. Para muchos es sinónimo de ideología rancia del siglo XX. Populismo, corporativismo y autoritarismo priista. Estos adjetivos últimos, en algo se acercan a su descripción histórica, pues quien encarnó y concretó el mito nacionalista en México fue el Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde inicios de la centuria pasada, pero quedarnos sólo con esta visión, obnubila su vitalidad actual, su vigencia y potencial transformador para los años que vienen en nuestro país.
La conformación de un Estado nación no es un proceso histórico exclusivo de México. Fue un camino recorrido por todos los países desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XX. Algunos como Inglaterra, Francia, Estados Unidos se adelantaron, otros llegaron un poco más tarde como Alemania, Japón, Italia, hubo quienes empezaron su conformación nacionalista hasta la pos guerra, sobre todo en Medio Oriente y África. Cada experiencia es única.
Fruto de revoluciones, movilizaciones sociales, concertaciones políticas, según sea el caso. Mezclada con distintas ideologías como el liberalismo, socialismo, comunismo, fascismo, también según sea el caso. Iniciativas encabezadas por la izquierda o la derecha, pues el mito nacionalista no se circunscribe a una ideología específica. Es por eso que tenemos a un Hitler en Alemania, Mao Zedong en China, Fidel Castro en Cuba, Lázaro Cárdenas en México, y ahora un Donald Trump en Estados Unidos.
En la experiencia mexicana el mito apareció mucho antes que el PRI e incluso le ha sobrevivido después del viraje de proyecto nacional que asumió la élite política, al apostar por el neoliberalismo. Es decir, el mito es antes y por encima del PRI. Sucede que reconocer esta autonomía y al mismo tiempo, fusión del nacionalismo con la “familia revolucionaria”, nos permite entender el éxito de la fuerte legitimidad que gozó el PRI durante casi todo el siglo XX, sin que tengamos que reducirlo como sinónimo de priismo.
Nuestro nacionalismo empezó a germinar en el imaginario colectivo, paradójicamente después de la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio con la invasión norteamericana (1846-1848), no es casualidad que el himno nacional surgiera pocos años después (1854), aunque el momento fundacional del nacionalismo mexicano, se da con la resistencia contra la intervención francesa (1862-1867) y su momento cumbre durante el largo proceso revolucionario (1910-1921), así como entre el Constituyente de 1917 y la expropiación petrolera de 1938.
En esencia, no es otra cosa que la defensa del territorio, la soberanía y la recuperación de los recursos naturales para y por los mexicanos; tres simples ideas vigentes y urgentes como eje de un proyecto político ante la embestida por venir. Cuando los priistas abandonaron el mito nacionalista en la década de los ochenta, éste no se extinguió, reencarnó en la figura de Cuauhtémoc Cárdenas, quien logró la unidad de buena parte de las izquierdas mexicanas.
Aludir al mito, no es, de ninguna mera, para desacreditar el nacionalismo, todo lo contrario, es para ubicar su fuerza social revitalizadora, pues no existe nada más poderoso para detonar la voluntad humana a través del imaginario colectivo, que la narrativa y fabulación del mito. El mito no sea crea ni se destruye, simplemente es, necesita para poder concretarse, encarnar en la figura de un líder o una organización, requiere además de un timón ideológico, del imaginario de una utopía para que adquiera sentido esa pasión colectiva.
Dentro de toda la hecatombe que preludia la toma de protesta de Trump como presidente de EU, hay una ventaja que debemos considerar para potenciarla. Y es que su incontinencia verbal contra los mexicanos nos obliga a aglutinarnos en la defensa y reivindicación de nuestra identidad colectiva.
El reto que tenemos en puerta, es hacer compatible el mito nacionalista con un proyecto de izquierda, que incluya nuestra realidad multicultural, los avances y retos ideológicos que reclaman una sociedad actual, sin cargar los lastres del corporativismo, en resumen, fusionarlo con una utopía del siglo XXI.
Gullermo G. Espinosa
Interesante revisión histórica, pero creo que lo que llaman izquierda ha demostrado que no tiene un proyecto macroeconómico ni microeconómico. Ve, por ejemplo, los casos de Grecia y la entrega incondicional que hizo el gobierno de Tsipras, después de llegar al poder con un discurso de izquierda, en contra de las privatizaciones y de los recortes en la burocracia... Ve también el ejemplo del periódico La Jornada que muy neoliberalmente ha recortado en 45 por ciento los ingresos de sus 300 trabajadores, después de los directivos se enriquecieron succionando de los convenios de publicidad. El único proyecto alternativo, realista, es el de liberalismo moderno, con una intervención del Estado en lo suyo, como la educación y las obras y servicios públicos, la justicia y la seguridad. Hablar de la izquierda es muy difuso, porque ahí se te vienen encima desde aquellos que hablan de democracia, como los que te imponen el fascismo del corporativismo y los movimientos de masas sordos, ciegos y obedientes, pero destructivos de la libertad.
Anónimo
Me defino, orgullosamente, como de izquierda. Sustancialmente por la búsqueda de la igualdad social. El reconocimiento por los derechos de las minorías y las necesidades de las mayorías. Teóricamente esa es mi defensa. En el terreno de la historia, primero hay que poner en contexto lo que se critica, el caso Tsipras no fueron por gusto o filiación ideológica sus limitaciones de gobierno, sino que la Alemania e Ingalterra prácticamente le pusieron una pistola en la cabeza, a pesar de su referéndum.