Donald Trump o la luz al final del túnel
@unogermango
Yo votaría por Donald Trump. De haber sabido que las cosas tomarían estos rumbos tan esperanzadores para México, quizá hasta hubiera promovido el voto a su favor.
No, no he enloquecido. Al menos no más de lo que una persona común enloquece en la Ciudad de México. No.
Hubiera votado por Donald Trump porque nuestra nación, nuestro pueblo y nuestra sangre son profundamente antiyanquis; hubiera votado por el señor colorado porque nos ha insultado; lo hubiera hecho porque es una amenaza constante que se yergue, poderosa, ocultándonos el sol; votaría por él porque al pretender pisotearnos ha logrado algo que décadas de malos tratos no habían conseguido: unirnos contra un enemigo común.
Durante años, generaciones enteras han protestado contra los gobiernos mexicanos y nada fortalecía la unidad, por el contrario, era fácil separar los ánimos disidentes. Por ejemplo, el último embate contra el descontento fue clasificar a los inconformes con el sistema económico y así nacieron los “chairos”. De igual modo, ha habido encapuchados, anarquistas, amlovers, revoltosos y hasta “legión de idiotas”, como dijo un tipo a los ciudadanos enojados por el aumento al precio de las gasolinas. El asunto es: ¿cómo se les dirá a los mexicanos que detestan al nuevo presidente de Estados Unidos? ¿Cómo se llamará a quienes busquen contrarrestar las amenazas del nuevo bully de la Casa Blanca?
Los medios de comunicación lanzan, a diario, advertencias por la llegada de Donald Trump a la silla presidencial gabacha. “Temor”, “precaución”, “tomar medidas”, “estar alertas”, son frases cotidianas al hablar de su llegada. El tipo es peligroso, eso es evidente. Pero en vista de que no podemos hacer nada y que Trump viene ansioso por humillarnos con saña, sólo nos queda protegernos entre nosotros. Cuidarnos, como equipo. Funcionar, al fin, como sociedad organizada.
Luis Videgaray, después del bochornoso acto, fue despedido, mas no lo echaron por convicción, sino porque los mexicanos estaban verdaderamente molestos por el acto de sumisión y con su salida se calmaron un poco los corajes. Ahora, meses después, vuelve, pero ya no es Secretario de Hacienda, sino canciller: el enlace entre México y Estados Unidos.
El mensaje no puede ser más claro: Videgaray se encargará de hacer posibles los caprichos del déspota, porque no entiende que a un bully se le encara y se le rechaza con firmeza cuando hay orgullo y valentía.
La indignidad de los representantes que no elegimos puede ser la primera piedra que cimiente un nuevo país.
¿Qué sucederá en la mentalidad colectiva cuando Enrique Peña Nieto, abyecto presidente y Luis Videgaray, deshonroso secretario de Relaciones Exteriores, se queden callados mientras se construye un gigantesco muro en la frontera norte del país y se obligue a los mexicanos a pagar por él? ¿Qué pasará cuando el dólar suba cada vez más, se hunda la moneda mexicana y Trump se burle por centésima vez de nosotros y los representantes mexicanos no sepan qué hacer ni qué decir? ¿Con qué cara saldrá Enrique Peña Nieto en la televisión (porque jamás saldrá a las calles) a decirnos que todo está bien mientras miles de mexicanos sean echados de forma humillante de Estados Unidos?
La llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense deberá ser la tumba política de Enrique Peña Nieto.
En el último mes, Trump ha buscado bronca a varios países poderosos –y a México–. El magnate naranja sabe bien cómo hacerlo. El temor que ocasiona el presidente más poderoso del mundo ha hecho reaccionar a los líderes de las grandes potencias, pero no a las autoridades mexicanas. Podemos decir –con toda corrección política– que los dirigentes mexicanos han replicado con… “timidez”.
Por supuesto, las potencias europeas y asiáticas aludidas han respondido con diplomacia y contundencia. Y cada vez que eso sucede, Donald Trump voltea hacia el sur y lanza una amenaza contra México, porque su modus operandi es bravuconear contra todos, pero sin agarrarse a trompadas con los fuertes. Sabe bien –y tiene razón– que en México tiene al patiño que lo hizo llegar a la presidencia de su país. Su nombre es Enrique Peña Nieto y tiene la mejor disposición para colocar su mejor sonrisa cada vez que reciba un pastelazo.
No hay forma de que los mexicanos soporten la deshonra del presidente Peña Nieto. La dignidad será una bandera y tendrá que ser izada desde las calles de las ciudades y los pueblos; deberemos pasar encima de las autoridades mexicanas. ¿No es eso maravilloso?
Donald Trump hará todo lo posible por empobrecer y humillar a México porque imagina que es una forma demostrativa del poder. Su equivocada fantasía le traerá, a la larga, oscuras consecuencias. Mientras su tiempo llega, de este lado, en México, no la pasaremos tan bien. Muchas de las políticas ejercidas por Trump tendrán desenlaces ominosos para los mexicanos. Vendrá una falta de empleo mayúscula y el encarecimiento de los productos llegará con una crisis colosal.
Pero, como ha sucedido en tantas ocasiones, los mexicanos lo solucionaremos. Ya ha pasado antes.
Donald Trump nos obligará a mirar hacia adentro y así aprenderemos a depender menos del de afuera. En especial, del gringo, del yanqui, del viejo enemigo. Este es un país pródigo y por ello los extranjeros desean exprimirlo. Enrique Peña Nieto está en el peor momento de la historia política de México porque fue puesto ahí para vender los recursos naturales y eliminar los derechos laborales de los trabajadores. Sin embargo, algo que creyó terso y pactado se le ha revertido. La lucha contra la venta del país ha comenzado y de a poco se caen sus reformas. Y el detalle más crítico está por venir: Trump exigirá, con toda su fuerza, que nuestros recursos le sean entregados a Estados Unidos. Los Congresos y el presidente serán serviles, por supuesto, pero, ¿qué hará el resto de los mexicanos? ¿En algún lugar de este inmenso país empezará a entonarse el “Mexicanos al grito de guerra…” mientras comienza la batalla por la soberanía y la recuperación de los recursos?
Ante el atroz embate del capitalismo, los mexicanos sabrán responder y resistir. No todo, señor presidente, es macroeconomía.
Los ejemplos comienzan a surgir: gobernadores del norte de México están planeando la llegada masiva de deportados; las redes sociales se inundan de invitaciones al boicot contra empresas extranjeras y esta vez son escuchadas; empresas mexicanas no comprarán autos a Ford, empresa que paga muy poco a sus empleados comparado con lo que se paga en otros países; incluso, los empresarios más poderosos de México buscan proteger el Tratado de Libre Comercio.
Los únicos que no se mueven son los grises personajes que rodean la presidencia.La mayoría de los analistas políticos no dudan en hallarle rasgos de dictador al presidente naranja: silenciará medios de comunicación, callará a la disidencia y buscará la forma de apalear países débiles; además, es visceral, iracundo y emocional. En América, cada país al sur de EEUU ha tenido, en diferentes medidas, la injerencia gringa en su política. De esa forma ha colocado dictadores conforme a su beneficio. Y esta es la primera ocasión en que los mismísimos Estados Unidos de Norteamérica tendrán a un dictador, o por lo menos, a alguien que actúa como uno. Los gringos se han profesionalizado tanto en colocar dictadores en distintos países que hasta se impusieron uno propio. God bless América.
Desde el fraude electoral de 1988, en México se está cocinando con mayores fuegos la rebelión contra las autoridades. La llegada de Trump y su presencia amenazante puede ser la luz al final del camino, el retoño de las utopías. Lo único positivo de todo este desastre es la fortaleza que puede asumir la sociedad para someter a una dirigencia política débil, corrupta y timorata.
Ya veremos, entonces, cómo suda un presidente mexicano que nunca ha hecho el mínimo esfuerzo por pensar ni por trabajar.
Quizá deberíamos dejar de preocuparnos tanto por Donald Trump y comenzar a organizarnos para la resistencia ante la debacle económica que apenas está empezando. Como bien dice la sabiduría popular “las desgracias no llegan solas”: los gasolinazos, la crisis, la inflación, la carestía, la falta de empleo, las reformas estructurales, el crimen organizado de los cárteles y de las Cámaras…
Donald Trump nos hará pagar caro por las décadas de apatía política. Si hubiéramos actuado antes y exigido resultados a los gobernantes, no estaríamos de rodillas ante el enemigo. Paguemos, entonces, nuestra desidia. Pero en el camino, los gobernantes mexicanos deben aprender, de nosotros, que todo tiene un precio. Y ellos, como nosotros, deben pagarlo también.