Nacional Opinión

Oaxaca. El día de la resistencia


unogermango

23 junio, 2016 @ 10:15 am

Oaxaca. El día de la resistencia

@unogermango

Asesinar: 1. tr. Matar a alguien con alevosía, ensañamiento o por una recompensa.

Otra vez, la policía asesina mexicanos. Llegaron a Oaxaca con un mandato: disparar sobre la multitud. No importaba quién fuera, sólo había que apuntar hacia cuerpos en movimiento y jalar el gatillo. Y, sin pensarlo, acataron la orden.

La policía federal y la gendarmería tenían el permiso para exterminar. Basta de eufemismos porque “confrontación” o “enfrentamiento” son conceptos que no tienen la magnitud de los sucesos. Si un ejército, el mexicano, dispara a matar a un grupo de personas desarmadas, ¿en dónde está la confrontación, el frente a frente? Hasta en una guerra eso tiene nombre y se llama asesinato. De dónde vino la orden de disparar? En la estructura jerárquica  policial, nadie cometería un error tan estúpido que pudiera costarle su puesto y la cárcel y, más allá, debilitar la frágil balanza en que ya se encuentra su comandante supremo, el presidente de este país. Ya lo hizo una vez, en Atenco; ¿qué se lo impide ahora? ¿El costo político? No. A los juniors priistas no parece importarles ese precio.

Nochixtlán, Oaxaca, Policía Federal
Imagen: Agencia Cuartoscuro

La sospecha de ordenar los ataques armados señala, precisamente, a Enrique Peña Nieto, aunque el más beneficiado con el escándalo es el secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. El alboroto nacional e internacional elimina de la contienda presidencial a su competidor Aurelio Nuño, el próximamente defenestrado secretario de educación. Con ello, Osorio Chong casi asegura el camino para su candidatura a la presidencia. La gente muerta en Oaxaca, el dolor de las familias, puede ser el mejor negocio de su vida.

Tiraron a matar en Nochixtlán y Hacienda Blanca, por eso es lograron el desalojo de la carretera. Nadie esperaba que se usaran balas porque los oaxaqueños fueron a batirse a madrazos, como lo han hecho antes, contra las corazas de los federales. Pero la cobardía de ese ejército ni siquiera ofreció la oportunidad. Aun así, los policías tuvieron muchos heridos, que hubieran sido más de no ser porque dispararon a matar justo en el momento en que los cientos de pobladores, con hondas y cohetes, estaban echando de sus terrenos a un ejército con granadas lacrimógenas, escudos, armaduras, toletes, helicópteros y entrenamiento militar. Dispararon porque en el cuerpo a cuerpo iban perdiendo; asesinaron porque de lo que carecen los militares es de honor y decencia.

Detrás del desalojo vino la persecución. Decenas de familias casi se ahogaron en sus propias casas, donde sentían seguridad, porque hacia ahí tiraban gas los helicópteros. Los heridos que hallaban refugio en casas que solidariamente abrieron sus puertas para recibirlos, pronto fueron sacados de ahí porque los federales allanaron, ilegalmente, muchos domicilios y hasta se llevaron a un grupo que estaba enterrando, en el panteón, a un familiar. ¿Qué responderían a eso los defensores de las fuerzas armadas, los medios de comunicación parciales, los promotores del odio hacia la disidencia? ¿Qué lo hicieron porque es una situación extrema? ¿Extrema como… una guerra?

Pues sí. Es una guerra. Y nosotros somos el enemigo.

Hacienda Blanca, Oaxaca, Nochixtlán, Policía Federal
Imagen: José Carlos Dávila (extraída de internet).

La iglesia y la escuela de Hacienda Blanca, acondicionadas como clínicas, fueron desalojadas con bombas químicas a pesar del conocimiento policial de que ahí se atendían a los heridos debido a que un hospital de Nochixtlán fue tomado por la policía y cerrada para atención a civiles, lo cual resalta cuando se recuerdan los ataques mediáticos a los bloqueos carreteros y se argumenta la inhumana pretensión de cerrarle el paso a las ambulancias que trasladan heridos. Pero la policía federal cerró hospitales –porque tiene facultades y armas para hacerlo– y después arrojó gases a donde se atendían a la gente. Los heridos, las enfermeras, médicos y voluntarios, fueron agredidos por las honorables fuerzas armadas mexicanas. Ese improvisado hospital era un puesto humanitario. Pero así es la guerra, ¿no?

Más de cinco horas duró la batalla. Replegaron, al final, a la resistencia y los policías dejaron libre la autopista, llena de escombros, pero “libre”. Tiempo después los oaxaqueños volvieron a instalar las barricadas porque la policía se había ido. ¿No habían masacrado oaxaqueños para que las vías estuvieran libres y pudieran pasar víveres y combustible a la ciudad? Porque eso fue lo que dijeron y todo, cada palabra, está en internet. ¿Para qué abandonar lo ganado? Quizás porque tenían que avanzar a la ciudad, donde celebrarían el festín shakesperiano, la hora del exterminio. Los francotiradores tomaban posiciones en techos de la colonial Verde Antequera. Mientras, atrás quedaban Nochixtlán y Hacienda Blanca, envueltas en humo. Mixtecos y zapotecos lucharon con la dignidad que nunca tendrá ese miserable ejército. Durante horas, pelearon con la vida al alcance de la puntería del asesino.

En la capital, a las 8 de la noche, los hospitales fueron tomados y los policías, con las armas en la mano, dieron la orden de no atender a nadie que no llevara uniforme de la policía federal. La resistencia que opusieron algunos médicos y enfermeras nada pudo hacer contra un arma apuntando a su vida. No hay, hasta la fecha y después de días de sitio al estado de Oaxaca, un momento en que la policía tuviera un gesto de humanidad o decencia.

CitlaDiez de la noche: el internet, en el centro de la capital y colonias cercanas, empezó a fallar; y el apagón, tan anunciado en las redes sociales, llegó acompañado de una oscuridad que desaparecía con intermitencia, al ritmo de las balas. El centro histórico, Patrimonio Cultural de la Humanidad, se llenó de proyectiles en medio de la penumbra. Nunca se supo quién fue, o exactamente dónde. ¿Hubo muertos, detenidos, desaparecidos? Sólo la policía lo sabe.

La entrada triunfal y sangrienta al centro de Oaxaca, estaba anunciada a las 11 de la noche, pero nunca sucedió. El plantón en el Zócalo de la ciudad se disolvió y fueron pocos los aguerridos que permanecieron. Ya se conocía el saldo mortuorio del desalojo en la mixteca y había circulado la noticia del uso de armas de fuego para sostener la represión y evitar la derrota policial. Los disidentes se fueron –con prudencia inédita– para no enfrentar las armas del adversario: una granada lacrimógena, con fuerza y coraje, se puede devolver al enemigo, pero las balas no. Entonces, del plantón desapareció la gente y quedaron vacías las casas de campaña y los techos de lona. Ya había demasiados muertos. Al día siguiente, sin más bajas, podía organizarse la respuesta.

Twitter y Facebook, durante todo el día, ardieron rabiosamente. Ahí se demostró la furia que se le tiene al gobierno. En tiempo real se narraron los errores de los militares. Nunca pensaron que los atropellos cometidos podían tener repercusiones porque, normalmente, están amparados en su impunidad, y cada delito perpetrado lo realizan con todo cinismo. Pensaron que era el siglo XX.

Hacienda Blanca, Oaxaca, Nochixtlán, Policía Federal
Foto: Mario Arturo Martínez / Agencia Cuartoscuro

Con la confianza que les proporciona la inmunidad, no pensaron en un detalle: en cada mano hay una cámara fotográfica, de esas que algunas veces sirven para hacer llamadas. Y las imágenes tomadas durante la masacre llegaron a la red y todo se supo. El mundo lo observó, lo condenó y se escandalizó.

Todos vimos las armas de fuego con que la policía federal y la gendarmería dispararon hacia gente armada con palos, piedras y cohetones. Pero ellos lo negaron y osaron decir que eso era una calumnia, pues su honorabilidad no les permitía ese tipo de atropellos. Lo dijeron tantas veces que estuvieron a punto de creerlo. Casi argumentaron: “¿pues quiénes nos creen? ¿Asesinos? ¿Cuándo un militar le ha hecho daño a alguien de su propio pueblo? ¿Perdieron la cabeza para acusarnos de esa forma?”.

13502879_1176545399054758_4272979404311241361_oDe nada sirvió. Todos, desde Oaxaca hasta Islandia, vimos las armas. En Corea del Norte, donde no tienen acceso a Internet, vieron las armas. Pero el jefe militar y el gobernador de Oaxaca dijeron, con honra y decoro: “Para evitar que derechos de terceros sean vulnerados la Policía Federal sin armas, esta (sic) actuando en Oaxaca para permitir el libre tránsito”. Porque así son los gobernadores y los militares: honorables, leales, dignos.

Como miembro responsable de la comunidad oaxaqueña les daré una recomendación que aplica para todo el país, sin eufemismos, sin delicadezas: si ven a un policía, corran; si es militar, corran más rápido. No son sus amigos, al contrario, ustedes son sus enemigos y no dudarán en abatirlos. No valemos nada para ellos.

Si ven a la policía, dejen de lado las cortesías de clase: no piensen que son del pueblo, no son pobres agrediendo a otros pobres, no piensen que por ser jodidos como nosotros, deben entender nuestros problemas; huyan, porque es probable que tengan el permiso de matarlos. O bien, organícense y háganle frente.

Suena muy alarmista pero, insisto, todos vimos las armas: 11 muertos y cerca de 40 heridos con perforaciones de balas son la fuente para afirmar que somos el enemigo y que van a tirar a matar. Por ello, no pierdo el tiempo con correcciones retóricas. No importa que este artículo huela a nota roja.

Desde el domingo 19 de junio, varios medios nacionales se han esforzado por sacar del fango a la policía mexicana. Inútil esfuerzo. El estigma es internacional y señalan que el gobierno le está haciendo la guerra a su propia gente. Aún hay quienes defienden el honor de los federales porque nunca los han tenido enfrente con la orden de reprimir. De seguir así los problemas del país, algún día quedarán atrapados a merced de su violencia. Sería una forma casi poética de conocer la integridad de su ejército.

El domingo 19 de junio la policía federal y la gendarmería consiguieron, a punta de balas y deshonor, el desalojo de la carretera Puebla-Oaxaca. Entonces, nadie entiende por qué los federales, al final del día, se acuartelaron y no se apoderaron de la ciudad. Quizá, fue gracias a las redes sociales. El mundo veía, casi en vivo, el uso de armas contra la gente, el fracaso de la operación. Es probable que de no haber sido así, esa hubiera sido una noche de exterminio.

Hacienda Blanca, Oaxaca, Nochixtlán, Policía Federal
Foto: Iveth Arce

El recuento del día fue éste: los policías salieron a las calles, los llevaron a reprimir, a asesinar, los alimentaron con sangre y, justo cuando esperaban el verdadero banquete, los encerraron en sus cuarteles. Las vialidades siguen bloqueadas; la capital y decenas de ciudades y pueblos oaxaqueños están en rebelión; el enojo es inmenso. A los policías sólo los sacaron a matar. No hicieron nada más.

La lucha en contra de la reforma educativa, desde hace semanas, dejó de ser de los maestros. Y también, poco a poco, está dejando de ser contra la reforma educativa. Es una resistencia contra décadas de agravios y abandono. No olvidemos esto: las revueltas se han dado en los estados más pobres del país –Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán–, y sólo en uno de ellos hubo un ataque armado. ¿Es un ensayo para conocer las reacciones de la población? O es una provocación, porque desde hace mucho tiempo, los gobiernos han temido levantamientos armados en cada uno de esos estados. ¿Para eso fueron a balacear oaxaqueños? ¿Para que surjan las guerrillas y de una vez aplastar a las rebeliones?

Ya hay demasiados muertos, pero son números que no les importan al Estado, sólo a las familias, a los amigos, a los conocidos. La matanza fue en Oaxaca, pero los muertos son mexicanos. Oaxaca está resistiendo y si bien no puede contra las balas, desafió durante días el asedio de un ejército. Por algo es que en el 2006, a la capital se le bautizó, con justa razón, como “Oaxaca: ciudad de la resistencia”.

Editor de contenidos en la Revista Consideraciones. Profesor de la UNAM y estudioso del comportamiento de los gatos. El lenguaje lo es todo.

Un comentario
  1. CARLOS MÁRQUEZ

    Otro abuso más del grupo ostentado en el poder, a través de los aparatos coercitivos a su mando, integrado por ciudadanos surgidos de la misma raíz, vistos desde otra trinchera, como enemigos, olvidando que pertenecen al mismo grupo social al que golpean, ultrajan y asesinan; manipulados por un reducido grupo de psicópatas, inhumanos, insensibles, sin escrúpulos, inservibles y mantenidos con ideas discriminatorias y el de sentirse como monarcas, con un criterio minúsculo, sin preparación académica, enfermos de poder y riqueza. Y pensar que los uniformes, las armas, balas, gases lacrimógenos, escudos, cascos, macanas, autos patrulla, helicópteros, aviones y los sueldos que perciben, etc. en parte, son generados por los impuestos que aportan estas clases sociales, a quien estos agentes asesinan, sin ningún remordimiento, como si estuvieran bajo el efecto de alguna sustancia psicotrópica, a quien supongo deben proteger; que incongruencia.

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