El día que empezó la guerra
@unogermango
Me intriga el futuro y cómo aparecerá nuestro presente en ese porvenir. Sobre todo, me causa expectación la forma en que se escribirá en los libros de primaria de cuatro décadas más adelante, en el 2050 más o menos, el día exacto en que comenzó “oficialmente” la guerra civil en el país.
La fecha de la Revolución mexicana es precisa por un documento que publicó Francisco Madero llamando a la revuelta nacional para el día 20 de noviembre; el inicio de la Independencia, por su parte, se anota porque el Don Miguel Hidalgo llamó a la insurrección la mañana del 16 de septiembre tocando las campanas de su iglesia. Pero… ¿y ahora?
No sabemos cuándo nos declararon la guerra. Ni siquiera nos dimos cuenta a pesar de las constantes advertencias en las redes sociales. Todo este tiempo se nos ha prevenido del peligro, pero estamos condenados por la omisión: organismos públicos, investigadores, luchadores sociales libres y encarcelados, hechos violentos, intelectuales y hasta artistas, nos estuvieron gritando en la oreja, pero preferimos la comodidad del silencio en lugar de enfrentar nuestra realidad. Ahora hay que pagar.
Si abrimos un periódico, cualquiera, encontraremos una nota o varias que hablen de presos políticos, represión de manifestaciones, despojo de tierras, devaluación de la moneda, pobreza extrema e impunidad para políticos. Eso es el contenido diario de los diarios, pero en los últimos meses se les añadieron más enfrentamientos entre policías y pobladores. Por muchos motivos, los ciudadanos están desafiando a la policía. Violencia contra violencia. Se hace visible que los mexicanos están enfrentando una guerra. ¿Desde cuándo, que ni nos dimos cuenta?
En términos históricos, se podría registrar que cuando Felipe Calderón ordenó la militarización del país inició la primera etapa para demoler nuestros derechos. La “guerra contra el narco” –que fue el pretexto– nunca, jamás, empezó. Por el contrario, las mafias se fortalecieron y eso los hizo salir a la superficie y ahí, en las calles donde todos transitamos, es donde el ejército comenzó la balacera. Por supuesto, han caído más ciudadanos que narcotraficantes.
Me intriga saber cómo aparecerá en los libros de primaria la instauración militar originada desde las instituciones civiles. Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto pueden aparecer como los héroes que hicieron posible esa “civilización militar”; o quizá sean nombrados con la misma repulsión con la que se trata a Victoriano Huerta, el traidor de la Revolución. ¿Qué dirá la historia de estos personajes? ¿Serán abyectos o heroicos? Todo depende de quién gane esta guerra.
Aunque no sabemos cómo lo consignarán los libros del futuro, sabemos que habrá un episodio vergonzante que suena irreal porque sólo a gobernantes estúpidos se les pudo ocurrir: en los años 2015 y 2016, a los militares se les concedieron poderes extraordinarios mediante modificaciones a diversas leyes y adquirieron un poder que sobrepasa a las instituciones de justicia y de gobierno. Sólo obedecen, por ahora, al presidente. ¿Acaso no está la historia de México llena de militares traidores a la patria?
Los libros asentarán, entonces, cómo las cúpulas militares escondieron información importante para un país democrático bajo argumentos absolutamente legales; se metieron a las casas de quienes consideraban sediciosos y los asesinaron; detuvieron y desaparecieron a miles de personas sin tener que dar explicaciones gracias a su nuevo fuero militar. Dirán los libros que las rebeliones paralizaron al país y entonces se dio la orden presidencial de la suspensión de garantías individuales. Fue cuando comenzó la masacre. El presidente vio que había cometido un gravísimo error y huyó del país con sus cómplices y con las bolsas repletas, como para mantener en la riqueza a diez generaciones suyas. Entonces, con las nuevas modificaciones constitucionales, el secretario de defensa pudo convertirse en presidente, sin tener que fingir que lo que sucedía no era un golpe de Estado. Parece ficción, pero es la historia de América Latina.
Muchos dirán que esto es una locura, que la paz en México está asegurada. Pero es el momento ideal para voltear a observar las señales: la mitad del sureste mexicano está sublevado porque simplemente ya no se pueden soportar más agravios del gobierno. La lucha de los profesores de la zona en contra de la “reforma educativa” –la cual es, digámoslo siempre, el inicio de la privatización de la educación–, es un catalizador de los ultrajes a que han sido sometidos los pobladores. El desacuerdo legítimo de los maestros se convirtió en una lucha de miles contra el Estado mexicano.
En el caso de los profesores en resistencia contra la reforma educativa, se ha pedido el diálogo para tratar el tema. La respuesta del presidente Enrique Peña Nieto, del secretario de educación Aurelio Nuño, y del secretario de gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, ha sido: No. La reforma ya está aprobada y no hay nada que dialogar.
Esto es desconcertante. ¿Acaso esto no se trata de política? ¿No se les paga una cantidad obscena de dinero –en un país de pobres– para que se dediquen a la política? ¿Qué tipo de política es negarse al diálogo, cuando esto es la base de la política? Desconcierta que cuando se les pide hablar –porque son políticos y eso deben hacer, dialogar–, lo que hacen es amenazar para aceptes de rodillas sus designios; si no obedeces, llega la policía a reprimir y hasta matar, porque ahora el presidente busca que el Congreso le apruebe la facultad de ordenar el uso de las armas si él considera que existe un “estado de excepción”. ¿Es no es una declaración de hostilidades?: “si me reclamas, te masacra la policía; si reclamas más fuerte, ordeno que te disparen”. Y eso, disparar sobre los mexicanos, matarlos, está adquiriendo un recubrimiento de “legalidad”.
¿Y por qué nos declararon la guerra? Deducimos que su negativa al diálogo y la segura represión contra los disidentes tienen un fondo monetario. No es un secreto que cada una de las reformas que consiguieron, con ayuda de casi todos los políticos de los partidos, fueron hechas para vender los recursos del país a multimillonarios extranjeros. Y la última reforma es la educativa –la cual busca que en México se pague por la educación–. ¿Cómo va a pagar por su educación alguien que apenas tiene para comer y esos son 55 millones de mexicanos? ¿A qué maldita mente enferma se le ocurre un acto de tal perversidad?
Por eso nos hicieron la guerra. Vinieron a robarnos, se están llevando todo, y no importa cuántos de nosotros muramos para que ellos puedan saquearnos. La vida de los mexicanos no vale nada para los senadores y diputados, secretarios de estado, presidentes, expresidentes, gobernadores, presidentes municipales. Algunos de ellos están de nuestro lado y fueron quienes advertían de la guerra, pero son muy pocos. Es resto se merecen el trato de traidores a la patria.
¿Seguimos pensando que no hay una guerra? Basta de ocultar la verdad con eufemismos: cuando un Estado arroja contra ti a su ejército, es que estás en medio de una. Por norma, un gobierno envía a sus tropas contra una población que no es la suya, para defensa o invasión. El gobierno que envía a sus tropas contra sus ciudadanos es un gobierno dictatorial. Y a esos, en la historia, se les ha derrocado a todos.
Estamos en una época importante de la historia y todo se articula en la lucha contra la reforma educativa. No creo que los maestros hubieran imaginado que serían el centro de la historia actual, pero la fuerza popular que representan está cimentada en la indignación por las décadas de agravios.
Hay que pensar muy bien cómo vamos a responder en esta guerra, y debemos acostumbrarnos a leer en los diarios y escuchar en las noticias que cuando tomemos las calles para protestar, gritarán que realizamos “actos vandálicos”, que somos “delincuentes, malos ciudadanos, linchadores, vulgares, cochinos” y, en algún momento, hasta dirán que somos “prietos”. Pero lo que no pueden decirnos es la palabra “asesinos”, porque de ella, los gobernantes tienen la exclusividad. ¿Cuántos asesinatos han cometido los manifestantes, los que se inconforman, los que exigen sus derechos?
Sólo para hacer clara la división, mencionemos que el ejército asesinó a centenas de estudiantes en 1968 (no se sabe el número pero hubo cientos de desaparecidos); el ejército participó en la matanza de familias desarmadas en Acteal, donde balearon a niños y mujeres embarazadas; el ejército participó en la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. Las policías del Estado, por su parte, asesinaron a indígenas en Aguas Blancas; golpearon y mataron en San Salvador Atenco por órdenes de Peña Nieto, además de violar a decenas de mujeres. La lista sería enorme y todas esas matanzas han sido ordenadas por presidentes y gobernadores.
Pero el Estado no tiene apellidos, y lo que debemos hacer es poner nombre y rostro a quienes buscan aniquilarnos. Apenas, muchos de ellos están dándole la espalda una ley conocida como “3 de 3”, promovida por los ciudadanos para evitar la intensa corrupción. Simplemente, la ignoraron, y con ello se llevaron la que debería ser su última oportunidad. No hay que reflexionar demasiado: si nuestra economía, nuestros intereses y nuestra vida no les interesa, ¿por qué habría de importarnos las suyas? ¿Vale más su bienestar que el nuestro?
Los traidores tienen cara y tienen nombre. Ellos saben que todos los conocemos bien y van a apresurarse a terminar de robarnos y entregar el país, que es nuestro, a quien tenga para comprarlo. Esta es una invitación a que le pongan nombre a su traidor, a sus traidores, porque cuando las cosas estallen, hay que evitar que corran con nuestra dignidad y, sobre todo, hay que evitar que se pongan de nuestro lado porque no merecen nuestro respeto ni nuestra amistad.
Me encanta pensar que con este tipo de escritos, como el que redacto, dirán que “se promueve el odio”, y se “incita a la violencia”. Pero sé que hablo en nombre de miles y estas palabras surgen de la rabia, de ese cansancio que provoca el constante ultraje. Esto nos persuade a señalar que estamos en guerra y que conocemos el rostro del enemigo; hay coraje e indignación en este tipo de documentos, y si los insignes analistas hallan muestras de “reprobable” odio, entonces que sea el odio el que concibe este artículo, y que sea el odio, bien reconocido, el que transcriba los nombres de cada uno de los traidores a la patria.
Que importa el sustantivo cuando lo que importa es la acción, el verbo: hacer pagar a quienes nos declararon la guerra. Esta vez no debemos ser nosotros quienes cubramos esa deuda.