Xochicuautla: el pueblo que frenó a las máquinas
Paula Santoyo @pausaroja
Desde las curvas de la carretera no había claridad sobre lo que podría acontecer más adelante. Empezamos a imaginar todas las posibilidades y alternativas. Sabíamos que nos esperaban las y los pobladores de San Francisco Xochicuautla y decenas de compas que habían acudido a un llamado solidario tras la entrada a la comunidad de la policía del Estado de México y la maquinaria pesada de la empresa Tella, filial de Grupo Higa.
La tensión se respiraba en el aire y la gente nos miraba con una mezcla de alegría y preocupación. Comenzamos a subir por el camino principal hacia donde dos días antes estaba ubicada la casa del delegado municipal de Xochicuautla, el Dr. Armando García Salazar. Los colores y trazos de los murales que iban encontrando nuestras miradas evocaban años de resistencia y de luchas muy viejas por la tierra. Una decena de manos pintaba la gastada pared de enfrente y le daba vida con nuevos tonos. Cortamos por una brecha al costado derecho y atravesamos un maizal recién sembrado.
Conforme nos acercamos, pudimos ver los escombros que se apilaban donde antes estaba El Castillo. El lunes 11 de abril, sin notificación previa ni permitiéndole sacar sus pertenencias, el Dr. Armando observó mientras las máquinas de Grupo Higa avanzaban sobre su vivienda convirtiéndola en escombro. El campamento instalado a corta distancia para resguardar el bosque otomí también fue violentamente desalojado. La excusa fue la expropiación para reanudar las obras de una carretera privada de Toluca a Naucalpan, prevista para atravesar por la comunidad indígena de Xochicuautla, su templo sagrado.
En un pequeño auto, bajaron a prisa algunos pobladores que se dirigían a la mesa de diálogo para intentar detener la destrucción de las máquinas. Se detuvieron un instante y pudimos percibir en sus ojos la fuerza de quien sabe que tiene la verdad de su lado. En sus brazos cargaban planos, mapas, escrituras, amparos ganados por la comunidad para que la obra sea suspendida definitivamente hasta que exista sentencia sobre el caso. Desde el año 2007, la comunidad indígena de San Francisco Xochicuautla ha denunciado que esta autopista no se sometió a consulta como establece la ley, además de que viola otros derechos de los pueblos.
En la parte alta de la montaña una multitud se arremolina alrededor de las y los compañeros de Xochicuautla. Más atrás podía verse una franja que de ser bosque pasó a ser un camino terregoso para la libre circulación de las excavadoras. Aunque no parecía haber policías en los alrededores, helicópteros sobrevolaban una y otra vez el territorio. Intuíamos que podían entrar a la comunidad en cualquier momento. A pesar de todo, la voz profunda y firme de la gente de Xochicuautla nos transmitía serenidad. Mientras los mensajes de solidaridad llegados de geografías cercanas y lejanas se escuchaban, las miradas y las palabras de los y las asistentes se entretejían haciendo más firme la solidaridad. La tensión seguía aumentando con el estrepitoso ruido de los helicópteros. Un poco después el Consejo Supremo de la comunidad informó que habían tomado la decisión de no acercarse a las máquinas para evitar que se rompiera el diálogo.
Luego, avanzamos lentamente hacia la parte alta de la montaña de escombros. Detrás de nosotros quedó la capilla de la comunidad, esa que el día anterior había sido salvada de la demolición porque la gente lo impidió obstruyendo a la maquinaria con sus propios cuerpos. Pobladores y miembros del Consejo dieron su testimonio de lo que había sucedido. Lo hicieron en otomí y en español. Posteriormente, dieron mensajes de solidaridad gente de otros pueblos, barrios y comunidades, al tiempo que otras organizaciones, artistas e intelectuales manifestaban se sumaban a la oposición de la construcción de la autopista.
Después de compartir tortillas, llegaron noticias de que en la mesa de diálogo se había logrado frenar el avance de las máquinas y que se indemnizaría por completo al Dr. Armando y su familia por la destrucción de su vivienda. Faltaría seguir un proceso para conseguir una sentencia de suspensión definitiva de la obra. Nos dirigimos hacia la Iglesia ubicada en el centro del pueblo. La manta del consejo, pintada a mano con los colores de la tierra, ondeaba hasta adelante. No parecía que la gente del pueblo fuera a detenerse o cansarse. Así será la lucha de San Francisco Xochicuautla, tan decidida como hace más de 10 años, como hace siglos, dispuestos a todo para salvar su tierra sagrada, su territorio y la vida misma.