Los liderazgos de #YoSoy132
Discutamos a fondo, no en la forma
Hace algunos días corrió la noticia de que uno de los personajes más conocidos de #YoSoy132 había aceptado un contrato con Televisa para aparecer en uno de sus programas de televisión. Las redes sociales se inundaron de infundios, deslindes, mártires; naturales, obligados y chocantes respectivamente. Pero más allá de lo anecdótico -pues no me interesa en este espacio enjuiciar o justificar a nadie; eso es tarea de la historia misma-, el hecho desvela una falla de origen del movimiento: la falta de discusión teórica, sobre todo en el caso de definiciones básicas como el significado y la práctica de los liderazgos de un movimiento estudiantil. Bien vale la pena discurrir al respecto para abonar a la discusión.
Antecedentes
Nuestro país carga con una secular tradición de cooptación y represión a los grupos, pero sobre todo, a los líderes opositores a los regímenes en turno. Dicha práctica es signo distintivo del siglo pasado. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), la ejerció sobre todo contra la izquierda política, ahí está el brutal asesinato de Rubén Jaramillo, la cárcel injusta contra Demetrio Vallejo y Valentín Campa, por otro lado, existe una lista larga de personajes que fueron seducidos por el canto de las sirenas. Cómo olvidar aquella respuesta legendaria de la cúpula priista cuando les preguntaban si el PRI tenía escuela de cuadros: “Para qué, si ahí está el Partido Comunista”.
En 1994, con la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) surge un nuevo discurso político, entre sus innovaciones diluye la figura del líder como hasta ese momento se había entendido: “Mandar obedeciendo…las decisiones se toman con el 99% más uno…y… aquí no hay líderes” Dicha narrativa refrescó el lenguaje político de la izquierda no sólo nacional sino incluso mundial. En la huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) de 1999, el Consejo General de Huelga (CHG) retomó por completo el discurso zapatista, sobre todo en lo que respecta a la idea de los liderazgos.
El problema hasta ahora no consiste en apropiarse del discurso zapatista, sino en transportar la narrativa, tal cual, a otras experiencias políticas; fuera de su contexto, con la inevitable malinterpretación de la horizontalidad. Malentendida como la homogeneización de los sujetos al interior del movimiento, sin reconocer, pero sobre todo, entender sus diferencias. Como si fuese posible reducir la naturaleza humana a una tira plegable de muñecos de papel, idénticos.
Lo anterior sólo ha provocado una esquizofrenia entre una narrativa que intenta imponerse, y una realidad más necia que cualquiera. Es inevitable que en las diferencias sobresalgan unos frente a otros. Las razones pueden ser varias. La disparidad en la experiencia, los distintos carismas, la elocuencia, la formación intelectual, un mayor compromiso, la trayectoria, por mencionar algunas. Lo único que provoca, un discurso de horizontalidad a ciegas, en el mejor de los casos, es la disociación de los liderazgos naturales e inevitables con respecto a una base social, aunque también, su deformación frente a un proyecto político.
Existe un fuerte prejuicio acerca del significado de los liderazgos en nuestra cultura política, se asume per se, la definición de líder con la de traidor. Preconcepción explicable si partimos de que el uso del lenguaje es más que sintaxis, es historia, práctica social, y México cuenta con una fuerte tradición al respecto. Pero esto no quiere decir que sea justificable, ya que es tarea inevitable de todos los actores al interior del movimiento, trascender el mundo de los prejuicios para avizorar un horizonte más vasto.
La experiencia en #YoSoy132
Al igual que el CGH en 1999, #YoSoy132 importó el discurso zapatista de la horizontalidad sin un ejercicio crítico, sin partir de una base concreta, real. Sin reconocer que los contextos son distintos, por lo tanto, la praxis del lenguaje también lo es. Se impuso así una narrativa que vetó cualquier tipo de liderazgo, en el sentido estricto de la palabra, mientras al mismo tiempo, aparecieron figuras mediáticas, con un perfil más cercano al protagonismo que a verdaderos dirigentes.
Esto no significa que debamos expulsar el ejercicio de la horizontalidad. Por lo contrario, es en experiencias como el #132 donde se puede y debe renovar la práctica política. Lograrlo atraviesa necesariamente por erradicar los caudillismos; democratizar nuestra cultura política. El problema surge cuando a priori se define que en un movimiento social no hay líderes; como si enunciarlo bastara para disolver mágicamente toda una realidad histórica, sin siquiera discutir a fondo las características básicas que constituyen un liderazgo auténtico. El problema no es la horizontalidad, sino la falta de su definición en el debate público. Lo anterior impidió concretar una organización sólida, donde fuese posible trascender la figura ambigua del vocero.
La imposibilidad de construir una organización estudiantil nacional, evidentemente no sólo se debe a este factor en cuestión, pero fue uno de los tantos que abonaron a ello. La falta de confianza entre aquellos que intentan ponerse de acuerdo para caminar juntos en una travesía política, es un mal augurio, aunque también, explicable; la diversidad ideológica, las dimensiones del movimiento, las condiciones históricas, iniciar todo desde nada, la fugacidad de la coyuntura, son elementos que pesan, prejuician, delimitan la construcción política de mayor alcance.
En esta ocasión pesó sobremanera el choque de distintas tradiciones políticas, no sólo de las diversas universidades públicas, sino también de las privadas. Divergencias que bifurcaron la práctica política, el lenguaje, además de que mostraron las diferencias ideológicas al interior de #YoSoy132, soterradas por una inercia coyuntural, que exigió de sus integrantes omisión para mantener la unidad; la ausencia de un debate teórico fue un tanque de oxígeno para el movimiento, fue acertado en el corto plazo, pero con un alto precio a largo plazo.
Sé que hablar de líderes en estos tiempos es políticamente incorrecto, pero no por ello innecesario. El surgimiento de liderazgos con arraigo social, pero sobre todo, definidos sobre la base de un programa ideológico claro, permite acotar y responsabilizar a quienes tienen una representatividad política. Por otro lado, su cooptación, o de plano traición al proyecto, resulta intrascendente a partir de mecanismos, reconocidos por todos, de renovación y sustitución de representantes al interior del movimiento.
Si el punto de partida fuese: aquí hay líderes, mas no caudillos, representantes que entregan cuentas y se deben a un programa político, mas no oportunistas. Dirigentes reconocidos a partir de coordenadas históricas definidas en una discusión teórica que rebasa los simples posicionamientos coyunturales. Entonces la horizontalidad sería un pivote y no sólo demagogia. Pero lograr esto requiere más que voluntarismo, es fruto de un ejercicio crítico, de discusión de las ideas.
Cuando iniciaron las movilizaciones de #YoSoy132 distintas utopías parecieron posibles. Mientras desbordábamos las calles todos imaginamos las primeras grandes asambleas estudiantiles. En el momento en que cientos de jóvenes ocuparon distintas plazas públicas para sentarse a escuchar, deliberar sobre lo que había que hacer, supimos que una organización estudiantil nacional era viable. Ya instalada la Asamblea General Interuniversitaria (AGI) creímos posible detener el tsunami priista en las elecciones. Hoy nos dimos cuenta que volvimos a toparnos con las mismas paredes de siempre. Cabe preguntarnos cómo recuperamos, más que las utopías, sus posibilidades sobre lo que realmente tenemos; el camino fácil es convertirnos en plumíferos, refugiarnos en la apología o el panegírico; flaco favor haríamos al movimiento.
Por último, las mayores virtudes de #YoSoy132 están contenidas en sus dos grandes demandas. Al decir No a Enrique Peña Nieto; con la mirada vuelta hacia atrás, define su presente. Mientras que al pronunciarse por la democratización de los medios de comunicación mira hacia adelante. Me atrevería a decir que con esta idea sobre los medios de comunicación, el movimiento estudiantil inauguró el siglo XXI mexicano: la era de la comunicación en nuestro país.
19 de noviembre de 2012, Ciudad Universitaria.