Deportes Opinión

El día en que el Gigante perdió ganando

El día en que el Gigante perdió ganando

Jorge Alberto Meneses Cárdenas

jorgemenecs@hotmail.com

Pese a ser históricamente un futbol casero, con escasa presencia de jugadores en equipos europeos –la meca de los súper campeones–, el futbol mexicano ha tenido una autoimagen sobrevalorada. “El gigante de la zona” es una imaginería que no concuerda con la realidad. Pese a ello, en México se sigue creyendo (¿o se creía?) que la selección era una aplanadora con sus rivales de la zona.

Esa alegre creencia engordada con retóricas televisivas y repetida en la vida diaria, en la realidad perfila cosas distintas. Hasta antes de la eliminatoria para el mundial de Sudáfrica 2010, sumados los enfrentamientos que el equipo tricolor ha tenido contra los equipos de la CONCACAF, como visitante, en sus partidos oficiales para los mundiales, el saldo es totalmente distinto al discurso hegemónico de la mayoría de la prensa nacional: de 33 partidos ha ganado 7, empatado 12 y perdido 14.

Cada vez es más difícil que la bruja del cuento convenza a su espejo de que es la más bonita.

El miércoles negro

Cuando el dólar cierra a 16.42 pesos a la venta y la crisis apesta en todos los niveles de un país que se desangra, la selección mexicana de futbol pierde al ganar.

El miércoles 22 de julio del 2015 a las nueve con trece de la noche, las redes sociales, estaban saturadas de comentarios e imágenes sobre el triunfo de México contra Panamá, en la semifinal de la Copa de Oro.

ladronesLos panameños se sintieron robados, pero esta vez no por su Canal, sino por un penalti marcado en su contra, a dos minutos del final. La cancha, como un espejo borroso de lo que sucede en la FIFA, se vio embarrada por el fantasma de la trampa. Los panameños decidieron evidenciar en unos minutos que la CONCACAF, no es una simple confederación de futbol, sino un grupo de traficantes de pelotas a la red.

Por su parte, el equipo mexicano, representó en la cancha a un grupo de deportistas que no pudieron celebrar. ¿Existirá algo más triste para un equipo que anotar y tener pena, como el ladrón del barrio que abre una casa que no es suya y sus hijos descubren que tal vez no es un herrero?

El Piojo está vez no pudo sacar su rostro encolerizado, de adulto con déficit de atención, ni festejar con su habitual ritual de exorcismo. Recargado en la banca, como no sabiendo qué, sigue en su Calvario. ¿Acaso trató de convencerse de que “así es el futbol” y que “las cosas por algo pasan” y que “haiga sido como haiga sido” pasaron a la final? ¿Esperará un espaldarazo de Felipe Calderón?

En la era de los juicios sumarios del internet –como la plaza pública lo era, para deliberar en la edad media–, minutos después de terminado el partido, a Miguel Herrera se le juzgó con una imagen de él y otra del hasta ahora Presidente de México, que les asocia parentesco porque “los puso Televisa y no llegan al 2018”.

El Piojo verá enmarcada su estancia en el banco mexicano, más que por sus logros por ser el técnico que ante un triunfo como éste comentó: “ni modo, nos tocó la de ganar”.

Además, en la red los memes se convirtieron en una meme-novela, en la que mientras “algunos se fugan de los penales, a otros se los regalan”, haciendo referencia al Chapo y a Herrera.

Los usuarios de las redes sociales se han encargado de consumir y producir contenidos sobre el futbol de cancha, el de pantalón largo, y muchas analogías con la política mexicana, sin embargo, no como un acto de protesta permanente que sancione a los dueños del balón en lo único que les duele, el bolsillo. El enojo se consume como producto perecedero y por tanto, se consume, se tira y se busca nueva nota que consumir.

Cuando El Principito dejó de ser niño

Andrés Guardado, fino mediocampista, tuvo una oportunidad injusta. A dos minutos del final del partido, el árbitro estadounidense había marcado un penal fantasma a favor del equipo mexicano. Ante los reclamos de los panameños y la sorpresa incrédula de la mayoría de los jugadores mexicanos, Guardado, “gozó” de una oportunidad única e injusta para un jugador profesional.

Guardado-anoto-goles-encuentro-Panama_MILIMA20150722_0497_11Si cobraba el penal y lo tiraba fuera, por un lado, de la portería, lo habría hecho con la pierna de la fábula de El principito. La moraleja de Andrés habría dado un mensaje de honestidad y solidaridad contra la injusticia; habría dejado claro que lo que estaba abajo del bulto era un elefante y no un sombrero. Pero lo cobró como un profesional del libre mercado. No es sarcasmo, pues a un trabajador le pagan para dar resultados a costa de quien sea. Él cumplió.

Sin embargo, en su rostro no había alegría. Como si recibiera una mala noticia, una culpa involuntaria le envolvió el rostro mientras sufría con un gol prefabricado.

El único jugador mexicano que corrió como si le gustara jugar a la pelota, desnudó a la culpa. Al fusilar el arquero, Guardado, sin proponérselo, derrotó al juego limpio. Al llegar a la red, esa pelota mostró de qué iba embarrada. Al anotar el gol, El Principito eliminó a su amigo imaginario de la infancia que corría con él detrás de la pelota en el patio de su escuela; el zorro no aprendió a convivir con el conejo.

El Gigante ya no tiene quien le crea

El antropólogo Claudio Lomnitz menciona que hay que descolonizar el imaginario, tanto en el deporte como en la vida pública. Las distintas versiones de selecciones mexicanas del mundial del 86 a la fecha han sido un gigante de la mercadotecnia colonizada.

El día 12 de agosto del 2009, México jugó en el Estadio Azteca contra Estados Unidos en un  partido de las eliminatorias para Sudáfrica. Para hacer “algo de provecho”, me di a la tarea de registrar la publicidad que aparecía en la transmisión de Tv Azteca. En el primer tiempo, registré 46 anuncios de todo tipo en la pantalla. La integración del producto me llevó a ver que en cada minuto, la cancha fuera borrada, total o parcialmente por anunciantes, bajo la consigna de “el que no enseña no vende”. México es un Gigante en la mercadotecnia colonizada sobre la Selección. Vende millones de playeras, sus partidos son vistos con más devoción que acudir a la Basílica y, además, es la selección que más partidos juega  de “local” en un país distinto al suyo.

Pese a las decepciones cíclicas, las arcas de los dueños del balón siguen cosechando dólares cada partido y cada cuatro años los culpables son los mismos: técnicos y jugadores.

perdónEn este miércoles negro, el Gigante mostró que tiene una enfermedad no solo deportiva, sino estructural. Sólo a un enfermo se le ayuda a caminar para que llegue a su peregrinaje final. La enfermedad del futbol mexicano es estructural: “la familia” del futbol mexicano tiene un pacto de caballeros, en donde muestra el neoliberalismo a la mexicana: ganar ganar, sin importar a quién tengan que sacrificar de su rebaño para tener a un cordero a quién comerse mediáticamente, mientras llega el nuevo salvador.

El Gigante ganó y ganaron los dueños. Pero al ganar mostró el cobre de la Copa de Oro. El culpable no fue Guardado, jugador incansable, corredor discreto. Lo paradójico es que ahora hasta cuando ganan pierden.

El problema no son las marionetas, sino quien les mueve los hilos.

Jorge Alberto Meneses Cárdenas

Es profesor-investigador en La Universidad del Mar, en Huatulco. Antropología social por la ENAH; Maestro en Sociología política por el Instituto Mora y el Doctor en Estudios Latinoamericanos, UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Investiga en torno a métodos y culturas digitales, juventudes indígenas en América Latina, y antropología del deporte. Escribe en La Silla Rota, El Universal y Revista Consideraciones. Podcast: Jorge Meneses Antropólogo Digital https://anchor.fm/jorge-meneses8 https://open.spotify.com/show/6qs2825Jn30wKBhKgpi7IO