De Norte a Sur Opinión

Dylann Roof: Violación, locura y balas


11 julio, 2015 @ 11:35 am

Dylann Roof: Violación, locura y balas

Miguel Aguilar Dorado

Dylann Roof y la sexualización de la raza

De acuerdo con varios medios internacionales, Dylann Roof el estadounidense de 21 años que entró en una Iglesia en Charleston (Carolina del Sur) y mató a nueve personas, gritó mientras disparaba: “vengo a matar negros”, “ustedes violan a sus mujeres, se están quedando con este país; tienen que irse”. Esas declaraciones por supuesto están cargadas de prejuicios raciales y se suman a una serie de tropelías cometidas contra esta población desde hace varias décadas, sin embargo, existe un elemento que quiero destacar de entre los gritos del joven Roof: la sexualización de la raza. Cuando Dylann declara “ustedes violan a sus mujeres…” no habla (al parecer) desde su experiencia, sino desde la efectividad de lo que Foucault (1998) (Hellebrandová, 2014) denominó biopoder, según el cual es necesario construir, y luego mantener, cuerpos saludables y homogéneos que maximicen las fuerzas productivas; modelo del que los cuerpos negros están excluidos.
La sexualización de la raza y los comportamientos sociales que de ella se desprenden, funcionan de manera similar al género o la clase: es una serie de atributos socialmente ubicados en características físicas, que sirven para mantener el status quo a través de la normalización de un orden moral y político. Estas construcciones sociales crean políticas, modelos de familia y comportamiento, que permiten a los poderes públicos intervenir en el cuerpo, la sexualidad y el actuar de los sujetos, lo que por supuesto, si es necesario, justificará acciones. Un ejemplo de sexualización de la raza con carácter positivo, es el modelo de madre vigente desde hace décadas en occidente: una madre ideal es una mujer blanca en la que se encarnan la feminidad sana y maternal, la sexualidad “normal” (heterosexual) y la fidelidad; modelo que está en franca contraposición a la feminidad degenerada que le atribuimos a la bruja, a la machorra, a la ninfómana y, por supuesto, a la negra (Hellebrandová, 2014).

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Son muchos los estudios que demuestran la relación que guardan raza y sexo con comportamientos sociales, por ejemplo, durante el esclavismo en Estados Unidos un argumento para sostener esta práctica, era que los negros, al carecer de alma, tenían cuerpos diseñados por Dios para los trabajos desgastantes: no sentían dolor, no importaba si estaban encadenados o comían, sus cuerpos no funcionaban de la misma manera que los de los esclavistas. Algo similar a lo que hacemos ahora cuando estamos convencidos de que los y las negras, por su “genética” son inmejorables basquetbolistas o destacados deportistas, es decir, siguen siendo los mejores para actividades físicas desgastantes.

Es intención de este artículo mostrar que estos imaginarios (neo) coloniales no están tan alejados de nuestra realidad, para varios actores, como Dylann Roof, los negros siguen siendo entes hipersexualizados: ellos y ellas siempre están “calientes” eso se ve en sus habilidades inherentes para el baile, el tamaño de sus caderas, en su música que permite el contacto de los cuerpos, y su alegría permanente. Estas características, opuestas al modelo de maximización de los recursos productivos, convierten a los y las negras en sujetos peligrosos: son una raza de flojos, tienen poco cuidado por sus familias, siempre están prestos a la fiesta y al coito. Por eso los negros violan y asesinan, su mítico pene desvirgador físicamente degradado, inmoral y perverso es incontrolable. Este pene anómico maneja la vida de los negros. Por su parte las negras bailan y lo hacen bien, follan no sólo por gusto, también porque está en su naturaleza: su vagina se los exige, de esa forma son internalizadas como mujeres accesibles y desechables, y ellos, como violadores peligrosos. Una de las consecuencias, que de esta información se desprende, es que esta “raza” está tan entretenida en los trabajos físicos y la hipersexualización, que difícilmente participará de la política y la academia, y si lo hace hay que considerarlos peligrosos o poco serios.
Esta racialización de los cuerpos conlleva a la estructuración de los modos de operación de dichos cuerpos, es decir, son cuerpos introducidos en el mundo “blanco”, que debe ser el punto de llegada, el mundo que defiende Dylann, el de los padres que regalan armas, el de los edificios de gobierno que enarbolan banderas anacrónicas.
Claro que Dylann Roof es responsable de sus actos, claro que, independientemente de que los familiares de las víctimas hayan hablado de perdón, debe responder por el asesinato de nueve personas. La acción, el asesinato por motivos raciales, tiene consecuencias, una de las evidentes es el miedo y la desconfianza generada dentro de la comunidad negra estadounidense; otra es la probable respuesta en sentido contrario, baste con recordar lo que está pasando en Ferguson, Cleveland, Baltimore, Nueva York y. Dallas, muestras claras de que los estadounidenses no viven, por mucho que insistan y defiendan el origen de Obama, en una sociedad post racial. Considérese que Dylann está detenido por el delito de posesión de armas y no por asesinato.
En este escenario, resulta ridículo que los medios traten a Dylann como un demente, el joven de 21 años no tiene problemas mentales, no está enfermo, es por el contrario un cuerpo sano reproductor de paradigmas. Para los que intentamos entender la realidad, Dylann Roof es una muestra clara de que los prejuicios raciales siguen vigentes en la sociedad estadounidense y en muchas otras. Este asesino no es un actor espontáneo como nos dicen los medios, tampoco se trata de un accidente o de una escena de violencia doméstica, este asesinato múltiple en Charleston es resultado de un proceso de socialización en el que el racismo permite articular conductas y que los ejecutantes las consideren normales.
Dylan es un sujeto que vio durante años que en el capitolio de su ciudad ondeaba la bandera de los confederados, el símbolo por excelencia de supremacía blanca; es un tipo que puede usar en sus ropas banderas que recuerdan exterminios por motivos de raza; es un estudiante que puede recibir de su padre, como regalo de cumpleaños, una pistola calibre 45, es para resumir, alguien que puede comprar, sin mayores problemas, insignias de los confederados, del apartheid y de Rhodesia, todos ellos recordatorios de la supuesta supremacía racial de los blancos.
Esta vez tenemos que poner el dedo en la llaga y señalar que el asesinato de Charleston no es un caso aislado, que se trata de un problema sistemático que tiene y tendrá consecuencias. No podemos irnos por la respuesta simplista de los medios conservadores que nos hablarán del último libro que Dylan Roof leyó; que nos dirán su música favorita, el contenido de sus correos electrónicos y el manifiesto racista que escribió años atrás. Estamos frente a una exigencia y una oportunidad histórica para atender a las formas en la que los habitantes estadounidenses están incorporando normas y valores de conducta, que los hacen pensar que el asesinato de negros es un hecho heroico-patriótico porque se traduce en la recuperación de un territorio que los “bárbaros” están mancillando.
Para algunos es un asunto baladí, pero simbólicamente y en cuanto a socialización, el movimiento iniciado en Twitter con la etiqueta #ConfederateTakeDown, cuya intención es que se quite la bandera de los confederados del capitolio de Carolina del Sur, es un golpe al racismo histórico, es la muestra de un malestar generalizado en amplios sectores de la población. Quienes usan este hashtag son personas que no están dispuestos a olvidar la historia, pero que defienden la idea de que la bandera no está ahí como recordatorio de algo que no puede volver a pasar, sino como símbolo que enarbola actitudes e ideas vigentes, ideas que Dylann Roof recuperó, y que llevaron a la muerte de nueve personas y el cambio de vida de familias enteras, que comprenden que no viven en una sociedad abierta y tolerante, sino en una racista y conservadora que, para lograr maximizar y eficientar procesos de producción, es capaz de aniquilar a sus propios ciudadanos.
Roof no le da rostro a una familia anómica y aislada en Carolina del Sur, Dylan Roof es una muestra de la existencia de conductas compartidas intersubjetivamente cargadas de sentido en las que el racismo articula acciones, cuyo significado es común para amplios sectores poblacionales, en resumen, o entendemos y solucionaos esto o nos preparamos para escuchar una permanente justificación para estas acciones en Estados Unidos y el mundo: el asesino está enfermo.
Bibliografía
Foucault, M. (1998). Historia de la Sexualidad I. La voluntad de saber. México, D. F: Siglo XXI.
Hellebrandová, K. (Agosto de 2014). Escapando a los estereotipos (sexuales) racializados: el caso de las personas afrodescendientes de clase media en Bogotá. Obtenido de Revista de Estudios Sociales.: http://res.uniandes.edu.co/view.php/912/index.php?id=912

Miguel Aguilar Dorado es sociólogo y culturólogo.

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