Vidas que valen
Miguel Aguilar Dorado
@ngogol1
Sobre el sentido común, Hanna Arendt declaraba que no era tan común como pensábamos, que de hecho se trata de una convención social caracterizada por su generalización y no de algo natural, evidente. Para esta autora, mundialmente conocida por su teoría sobre la “banalidad del mal”, el sentido común es en realidad un proceso de socialización en el que los actores nos comportamos de acuerdo a reglas extendidas y por lo tanto incuestionables: en México no dudamos en hablar español, el sentido común, es decir, la innumerable cantidad de experiencias en las que el idioma nos ha funcionado nos dice que eso es por todos compartido, lo mismo cuando pagamos con pesos en la tienda de la esquina; pero también cosas más complicadas como cuando declaramos que alguien “ya está en edad para casarse”, que está bien que le rompan la cara “por marica”, que está bien que gane menos “porque es una india”, que “los hombres no lloran”, que mejor el PRI, porque “el PRI, roba pero deja robar”, que “están pobres porque quieren, que trabajo hay”.
Las frases anteriores, que por extendidas no se cuestionan, se convierten en sentido común y permiten articularnos en algunos niveles sociales. Con frecuencia y por fortuna, nos encontraremos con detractores que en principio nos harán dudar de que eso común sea tan común, pero luego, haciendo un breve repaso, desarticulamos los argumentos en contra de nuestros juicios, empezamos por decir que no es broma, que declaramos algo obvio, evidente; que mencionamos algo que siempre ha funcionado así, hacemos un repaso histórico con sus millares de ejemplos, y ya, se acaba la discusión.
Hace unos días, Isarve Cano Vargas, estudiante de psicología de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y militante del PRI, secuestrada desde el 24 de abril fue encontrada muerta. Isarve era secretaria de Políticas Internacionales de la Red Jóvenes por México del PRI, nieta del exdiputado federal, Pedro Cano Merino, y sobrina del actual director de Turismo del Ayuntamiento de Tehuacán, Habib Raichs Mauleón y del empresario José Raichs. (Proceso, 20 mayo 2015). Su cuerpo fue encontrado el miercoles pasado en avanzado estado de descomposición en un paraje de la carretera que comunica Coaxcatlán y Teotitlán, al sureste del estado de Puebla.
Si bien es claro que este homicidio se suma a una ola violenta, que algunos ubicamos surge el seis de diciembre de 2006 cuando el entonces presidente Felipe Calderón declaró la “guerra contra el narcotráfico”, también lo es que este cruel asesinato tiene sus características: de acuerdo a los comentarios no hablamos de una joven universitaria secuestrada y luego asesinada, sino de una “rata priista que merecía morir”, al menos así lo demuestran varias participaciones en el blog del semanario Proceso (localizable en: http://www.proceso.com.mx/?p=404911)
La cantidad de likes y las personas que segundan esos comentarios es preocupante, no se trata sólo de un sujeto y su opinión, sino de un argumento extendido usado para deshumanizar, así como los “maricas tienen que aprender a ser hombres”, los priistas tienen que pagar su militancia con sangre. Estas frases se han internalizado en muchos ciudadanos que efectivamente, defienden la idea de que “se lo merecen”. Bajo esa lógica los crímenes no son alarmantes sino evidentes, predecibles y necesarios.
Este tipo de generalizaciones, a fuerza de repetición, tienen la posibilidad de convertirse en normativas, de dejar de ser opiniones descontextualizadas para transformarse en modelos de comportamiento que por extendidos no se cuestionen. Este cuasi sentido común justifica. Si antes deshumanizábamos a alguien diciendo que era narco, ahora también nos servirán sus convicciones políticas, como antes dijimos de los comunistas, anarquistas y zapatistas, cuya vida era prescindible. En este contexto de violencia imparable es necesario preguntarse ¿en verdad hay vidas que valen más que otras?, si esa así ¿quién lo decide y cuál es la lógica que sigue?
Si hacemos un análisis somero no encontraremos diferencias entre decir: “mátenlo por priista” y “mátenlo por pobre”, “negro”, “homosexual”, “tatuado”, “puta”, todos son adjetivos que sirven para privar de las cualidades humanas a quienes designan, y derivan, entre otras cosas, en la normalización de los asesinatos o vejaciones. En los comentarios expuestos no hay preocupación, tampoco exigencia de justicia, sólo se perfilan elementos de normalización de algo que debería ser patológico en todos los niveles. La vida de los priistas, igual que la de todos los ciudadanos de este país es valiosa y es tarea de los “representantes” velar por ella. Isarve Cano, igual que Julio César Mondragón, merecían vivir independientemente de su nivel socioeconómico, su militancia política o el abolengo de sus apellidos. NI UN MUERTO MÁS.