Cuauhtémoc Blanco: el águila que se mete al nido de las serpientes
Jorge Alberto Meneses Cárdenas, jorgemenecs@hotmail.com
Originario de Tlatilco, en la Ciudad de México, y tepiteño por cambio de terreno de juego en su niñez, Cuauhtémoc Blanco Bravo se va del futbol como campeón. Definido por Jorge Valdano como un torpe falso –por su cuello pegado a la joroba–, aprendió desde niño a gambetear puestos y policías.
“Bravo” tenía que ser su segundo apellido; bravo, como su barrio. Ninguno se le dio a elegir. Desde sus inicios en la cancha desafió a la autoridad hasta que pronto su estilo callejero se volvió su mejor mercadotecnia. Surgido en el equipo más mediatizado de México, las Águilas del América, el extremo corría con tal rapidez y frescura que aunque le pusieran a manejar un diablito con discos piratas y el balón entre las piernas, la afición sabía que llegaría a la meta sobrado de potencia.
Tuvo goles tan buenos como los mejores del mundo y en lo que nadie le ganaba era en sus celebraciones: como perrito orinando en puerta ajena; recostado frente a su verdugo –el bigotón Ricardo Lavolpe–, como si tomara el sol en Chapultepec frente a la jaula del león; y la “temoseñal”, hincado como un conquistador agradecido, pero rafagueando con sus manos a los creyentes de su magia.
Probó suerte en equipos de España, Estados Unidos y varios mexicanos. En todos, sus números hablan mejor que su capacidad para hilar una conversación con sujeto, verbo y predicado.
En España, con un gol de tiro libre, derribó la quiniela de sus compañeros del Valladolid, quienes, aludiendo a su pesimismo bien informado, se daban por derrotados ante los dueños del Bernabéu y prefirieron apostar por su derrota; algo así como la izquierda de ocasión dando el voto útil en las elecciones mexicanas del año 2000.
Si en el América encarnó al antihéroe –mañoso, escurridizo, frontal y festivo–, el 16 de septiembre de 2007 encabezó el desfile por el 197 aniversario de la Independencia de México en el barrio de La Villita, en Chicago. Allí, comulgó con lo más sagrado de la mexicanidad: las banderas mexicanas en suelo imperialista, las imágenes de la guadalupana y el ¡Viva México, cabrones! Ese día, fue un Pancho Villa posmoderno, pues con la playera del Chicago Fire encabezó en suelo ajeno una “invasión” de reapropiación del orgullo patrio.
Del drama del terreno de juego pasó al melodrama. Haciéndola de hijo de Carmen Salinas, incursionó en la televisión actuando de sí mismo. Su personaje, un muchacho modesto, emprendedor y fiestero, más preocupado por el área chica de su corazón, mostró que lo más difícil para él no era la terrible lesión que le quitó potencia de piernas en el césped, sino que no se le fuera su capacidad de “galán de cuello Blanco”.
Dicen que Maradona tenía la pelota cosida en el pie y Messi la lleva dentro, pero Cuauhtémoc era más irreverente con la estética del juego y cuando sacaba un pase con la joroba, al público no lo quedaba otra opción que buscar la explicación de su habilidad mental en los recuerdos de su infancia, como cuando el mago sacaba el conejo del sombrero.
“Águila que cae”. Significado en náhuatl de Cuauhtémoc, el último gobernante mexica, que según el mito murió, pero nunca se rindió ante el agresor. En su último partido, sus piernas, perezosas ya, no le daban para perseguir el balón. Terminó sus días de futbolista exiliado del Estadio Azteca, como si nunca hubiera sido profeta en esa tierra.
Ahora, como candidato a la presidencia municipal de Cuernavaca, me pregunto: ¿quién lo dirigirá? ¿Un cuerpo técnico de asesores ratoneros, de esos que sólo buscan el resultado electoral? (¿Es pregunta o afirmación?) ¿Un grupo de mercadólogos que digan “que se la van a jugar por ti”, aunque lo que les importe sea regalar playeras a cambio de prebendas? Al final esto debe ser algo familiar para él, pues así se trabaja en la Federación Mexicana de Futbol. O simplemente será dirigido con teleprompter para seguir la tendencia de los actores en escena, que viven del erario en Los Pinos y en las cámaras de diputados y senadores.
Me pregunto si el mejor jugador mexicano de los últimos 20 años sabe que la política es un juego profundo, donde los espectadores normalmente son las víctimas del juego cruzado de corrupción y criminalidad. Me pregunto si le dice algo el nombre de David Josué García Evangelista, el joven de 15 años del equipo Avispones de Chilpancingo, que fue asesinado por el crimen organizado y el Estado (perdón por la tautología) en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014.
Le agradezco al jugador: me pongo de pie. Pero el ahora “candidato” no debería prestarse a los juegos arreglados de la política mexicana, de lo contrario, su mito será usado como carne para las hienas que se pelean por la presa herida: México.
¿Se convertirá en un águila devorada por serpientes?