Por justicia y esperanza #SeguimosSiendoAyotzinapa
Ricardo Zepeda
Faltan diez minutos para las cuatro de la tarde en la Ciudad de México. En el metro Insurgentes se respira un aire tenso; son esos momentos, cuando se sabe que algo está por suceder. Y cual premonición, saliendo de la estación, los gritos se escuchan a la lo lejos. Es jueves 26 de febrero de 2015 y por la avenida Reforma, a la altura del Ángel de la Independencia, Ayotzinapa vive.
Han pasado cinco meses desde ese fatídico 26 de septiembre, cuando un grupo de policías estatales en Iguala, Guerrero, mataron a seis personas y levantaron a 43 estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, cuyo paradero es aún incierto.
A pesar de la versión oficial, de “la verdad histórica” de la Procuraduría General de la República de que los normalistas fueron asesinados y quemados en un basurero; tanto padres de familia como sociedad en general, aún toman las calles con la exigencia de la presentación con vida de los muchachos.
En solidaridad con las familias de los estudiantes desaparecidos, numerosas organizaciones sociales, estudiantiles, gremiales y ciudadanos en lo personal marcharon desde el Ángel de la Independencia a la residencia oficial de Los Pinos, bajo un sol abrazador que no da tregua como la lucha en sí misma.
La primera impresión del punto de reunión es desalentadora: la multitud no logra llenar la glorieta que resguarda a los héroes que nos dieron patria. Sobre la avenida, además de manifestantes con diferentes pintas y pancartas, los vendedores ambulantes tratabann de hacer su agosto con la venta de aguas preparadas, tacos de canasta, gorras y viseras; y por supuesto, camisas del Che Guevara, posters de Lucio Cabañas, calendarios de Genaro Vázquez, fotos del sub comandante Marcos y demás artículos de naturaleza subversiva.
Un helicóptero sobrevuela la punta del Ángel. En tierra, un grupo de jóvenes advirtió su presencia: ¡Preparen! ¡Apunten! ¡HUEVOS! Le pintaron al unísono a la aeronave. En los escalones del monumento hay personas observando el cúmulo de gente, otras tomaron fotos a la multitud y no faltaron los “selfies”.
Los asistentes se amontonaron detrás de un camión del Movimiento Proletario Independiente, cuyos altavoces rezaron una melopea contra el gobierno entreguista de Enrique Peña Nieto. Los medios de comunicación llegaron uno a uno, al igual que algunos jóvenes que durante la caminata cubrieron su rostro con paliacates y lentes oscuros.
En los rostros de los asistentes se notó el cansancio. Si asistieron a una movilización numerosa meses atrás, sin duda se dieron cuenta que la convocada para hoy no fue tan concurrida. No obstante, aunque los gritos fueron menos escandalosos, las ansias de marchar permanecieron vivas.
De repente, el camión de los altavoces comienza a moverse y con el, todo el cúmulo de personas que lleva detrás: gente con chalinas y ropa típica indígena, con pantalones de mezclilla y playera descolorida, jóvenes con camisas de los 43 o con máscaras y disfraces iniciaron la marcha.
Sobre Reforma, el contingente apenas utilizó uno de los dos carriles disponibles. La policía acordonó la zona e impidió que los autos de uso particular obstruyeran la movilización.
A medida que avanzó el contingente, encapuchados tomaron la calle y dejaron pintas y leyendas a su paso. Sobre las paredes del Ángel pintaron frases con aerosol, el número 43 fue una grafía muy repetida en las paredes de hoteles y anuncios publicitarios. –¡Ayotzi vive!, ¡la lucha sigue!– se escuchó en el megáfono.
Mientras la marcha siguió su curso, la policía resguardó la entrada de diferentes negocios. Cuando el contingente avanzó, parecía que mucho más gente se incorpaba a la manifestación. De pronto, a la hidra le salió otra cabeza y acaparó en su totalidad ambos carriles de Reforma.
Por un momento, la marcha pretendió igualar a la que el año pasado quemó la efigie de Peña Nieto y llenó la plancha del zócalo. Y así como sucedió, también se terminó. El contingente recuperó su forma original. Los tambores y música regional amenizaron la caminata.
En la avenida de los Insurgentes, el mar de personas gritó con más ánimo las consignas: ¿Por qué nos asesinan? ¡Si somos la esperanza de América Latina! Sin novedad, la multitud sigue su camino.
A la altura de Chapultepec, enfrente del Museo de Arte Moderno una campana sonó sobre todo el contingente. –¡Vivos se los llevaron!– gritó una voz delgada de mujer. –¡Vivos los queremos!–respondió la gente como un rugido. Un camión del Turibus pasó por el lado contrario a la manifestación. En la parte descapotada, los extranjeros miraban atónitos una protesta mexicana.
Afuera del metro Auditorio, una tarima se alzó en la calle. El abogado de los padres de familia llamó a la multitud a reunirse para escuchar a los familiares. El primero en hablar es Mario, padre del normalista Manuel, quien afirmó: “es probable que desaparezcan a cualquier padre de familia”.
Su voz chillona pero humilde inundó los oídos de los congregados. Se observó que debajo de su manga derecha escondía su mano; pareciera como si le faltara el miembro. Unos momentos después explicó: “recibí 8 puntos en la mano por una bomba de gas lacrimógeno” y en el acto descubre su mano envuelta en una gasa amarillenta. Terminó con la frase “no vamos a parar hasta encontrarlos”.
María Concepción, otra madre de familia, tomó el micrófono. Su timbre de voz sencillo contrastó con la gravedad de sus palabras: “Peña, sabemos que tú sabes dónde están nuestros hijos”. Parecía como si el espíritu de la justicia inspirara a los guerrerenses mientras sostenían cárteles con la foto de sus hijos.
Carmelita, otra madre, se pronunció con un “no estamos cansados”. Sabemos que seguirán en las calles, clamarán por el retorno de sus seres queridos. “Este gobierno no puede con este problema” y “vamos a llegar hasta las últimas consecuencias” son frases que conmovieron al público que aplaudía a cada padre que hacia uso de la palabra.
Un megáfono rezaba al ritmo de “martinillo”: Peña Nieto, Peña Nieto/Ya te vi, ya te vi/Chingas a tu madre, chingas a tu madre/Tú y el PRI, tú y el PRI. Todos los presentes corean.
Las cámaras se centraronn en la tarima mientras a lo lejos música de rap inundaba la avenida. Un free styler comenzó a politizar sus rimas mientras improvisaba unas líneas en honor a los desaparecidos.
Los jóvenes y adultos asistentes, cansados por la caminata y el sol, tomaron asiento en la banqueta mientras los gritos de –¡Vivos se los llevaron! – retumbaron por todo Reforma. Los ambulantes no claudicabann: alcanzaronn la movilización y ofrecían aguas, nieves de sabor, pepitas y botanas a los asistentes.
En la tarima, una madre pidió “que no haya voto” en las próximas elecciones. Después, otra señora, con voz entrecortada afirmó “el gobierno se los llevó”. Momentos después se identificó como Hilda Hernández, madre de Oscar Manuel González. “Quiero decirle a mi hijo que lo quiero mucho y que regrese para su cumpleaños”. La audiencia tardó un momento en asimilar el peso de tan conmovedoras palabras. En seguida, prorrumpió en aplausos y ovaciones de apoyo.
–¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! – comenzó el conteo de los 43 que nos faltan. –¡Veintidós! ¡Veintitrés! ¡Veinticuatro! – y así hasta el cuarenta y tres donde todos claman –¡JUSTICIA! –.
La mamá de Martín Sánchez dijo: “nos han llegado rumores de que los militares los tienen”. Hilda Lejideño Vargas, madre de Jorge Antonio Tizada Lejideño expresó: “debemos unirnos y manifestarnos para que este gobierno caiga”.
Todos los padres hicieron uso de la palabra. Unos invitaronn a rebelarse, a no votar, a organizarse por colonias, a sumarse a la lucha, a no retirar el apoyo. Pero mientras el día moría, la oscuridad ahuyentó a los asistentes.
Poco a poco, la movilización se desarmó por su propio proceder. Esta vez, no hubo granaderos deseosos de violentar las filas; éstas se rompieron por la inercia de un movimiento que empieza a languidecer, que expresó el descontento nacional pero ya muestra signos de debilidad.
El desgaste es evidente. Los medios ya no hacen sus primeras planas con Ayotzinapa. No obstante, el sabor de boca que deja el carpetazo es incómodo: se sabe que lo de los normalistas le puede pasar a cualquiera.
Minutos antes de las 7 de la noche, el mitin terminó mientras un padre decía “nuestros hijos aún están vivos”. Esta última frase es verdadera; Ayotzinapa no ha muerto. Seguirá tan viva como Tlatelolco, El halconazo, Aguas Blancas, Acteal y San Salvador Atenco. Quien sabe cuándo será el próximo 26 de septiembre.
Anónimo
En verdad se siente una impotencia tan grande, que no tiene uno palabras que decirle a los padres de estos jovenes yo daria mi vida si fuera preciso por que regresarán con bien, pero sabemos que esto es serio, y sabemos que EPN no hara nada para que se resuelva esta situación, es un sujeto que su ignorancia y su terquedad es tan grande que actua como un animal y lo digo con mucho respeto hacia los animalitos, bien se que los padres de estos jovenes estan desgastados pero sigan adelante y tengo la certeza que lo LOGRARÁN
Ana Maria Canseco Dávila
En verdad se siente una impotencia tan grande, que no tiene uno palabras que decirle a los padres de estos jovenes yo daria mi vida si fuera preciso por que regresarán con bien, pero sabemos que esto es serio, y sabemos que EPN no hara nada para que se resuelva esta situación, es un sujeto que su ignorancia y su terquedad es tan grande que actua como un animal y lo digo con mucho respeto hacia los animalitos, bien se que los padres de estos jovenes estan desgastados pero sigan adelante y tengo la certeza que lo LOGRARÁN