Gato con Lentes Opinión

Alimentación natural: una experiencia de vida


8 febrero, 2015 @ 8:31 pm

Alimentación natural: una experiencia de vida

Hazel Castro Chavarría

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Mastopatía fibroquística

Existe mucha controversia alrededor de la alimentación “natural”. Mucho se ha discutido acerca de si los alimentos de origen animal aumentan el riesgo de padecer enfermedades tales como obesidad, diabetes, hipertensión y sobre todo, cáncer. En contraste, se afirma que una dieta rica en vitaminas, minerales, antioxidantes y ácidos grasos esenciales (omega 3, 6 y 9) reducen las posibilidades de padecer estas enfermedades. Pero, ¿qué tan cierta es esta afirmación?

Desde que era muy pequeña llevaba una dieta “natural”, es decir, un régimen alimenticio libre de comida chatarra (papitas, gansitos), procesada (productos enlatados, ahumados, embutidos o con algún conservador) y endulzados (refrescos, jugos). Por lo contario, mi alimentación era rica en nutrientes tales como vitaminas, minerales y fibra, obtenida principalmente de frutas, verduras y cereales integrales. Sin embargo, también consumía leche, huevo, crema, yogurt, pollo, pescado y, sólo una vez a la semana, carne roja. Durante la adolescencia podía jactarme de ser una persona totalmente sana, que no sólo comía de forma “natural” sino que, además, no tomaba ni fumaba. A mi entender, era casi imposible que llegara padecer alguna enfermedad de cuidado. Era, según creía, una persona muy “sana”.

No obstante, alrededor de los 16-17 años me detectan mastopatía fibroquística o displasia mamaria; una patología femenina consistente -en la mayoría de los casos- en tumores mamarios benignos. A este respeto, la dieta que mi oncóloga me suscribió era eliminar de la dieta las “metilxantinas”; cafeína, teofilina y teobromina (xantinas metiladas) presentes en bebidas como la coca-cola, el café, té negro, alimentos como el cacao, los chocolates y los frutos secos como nueces, almendras, cacahuates y pistaches.

En ese momento la dieta no me pareció de gran cuidado, dado que jamás tomaba refresco (y mucho menos coca-cola), no acostumbraba el té, no me gustaban los chocolates y, ocasionalmente llegaba a consumir nueces o cacahuates. En ese entonces, no llevaba como tal una “dieta” pues, a mi manera de ver, yo no comía nada de lo que me estaban prohibiendo. Sin embargo, por elección personal, decidí llevar una dieta lacto-ovo-vegetariana que, según creía, me hacía una persona mucha “más sana” todavía.

Años más tarde comencé a padecer dolores muy intensos en el vientre que, por supuesto, comuniqué a mi ginecólogo de inmediato. Me ordena un ultrasonido pélvico y aparecen unos pequeños quistes de no más de un centímetro de diámetro en el ovario izquierdo. A mi médico le parece sospechosa la aparición repentina de esos dolores tan intensos y me manda a cirugía. ¡Sorpresa! No se trataba de ningún “quistecito” sino de un tumor de diez centímetros de diámetro llamado “endometrioma” causado por una enfermedad denominada “endometriosis”.

Evidentemente, el tumor fue analizado y, por fortuna, no había cáncer. Pero, tristemente, no sólo mi ovario había quedado inservible para producir óvulos, sino que la endometriosis que yo padecía era tan severa que requería un tratamiento muy fuerte a nivel hormonal y una cirugía posterior, pues, a esos niveles además de padecer esterilidad, el tejido producido por el endometrio podía alojarse en alguna otra parte de mi cuerpo, como por ejemplo, los pulmones.

El riesgo era fuerte y la dieta a seguir ahora era “radical”. La eliminación total, y de por vida, de productos de origen animal (lácteos, huevo, pollo, carne y mariscos), excepto pescados como el salmón, sardinas, atún y bacalao; ricos en ácidos grasos esenciales omega 3 y 6.  A esas alturas lo único que lamentaba era la ingesta de lácteos que, en ese entonces, sólo se reducía al consumo de yogurt natural y queso cottage para acompañar mis frutas y ensaladas. Seguí las indicaciones del médico durante dos o tres años, pero, llegó un momento en que me harté. Sinceramente, la dieta me pareció muy exagerada y pensé “ay, qué daño puede hacerme comer lácteos”.

Tiempo después la mastopatía fibroquística se agravó. Ya no padecía las molestias –relativamente normales- de los quistes mamarios sino que en esta ocasión me detectaron a través de un ultrasonido mamario varios quistes y un nódulo que ameritaba una biopsia.  El temor fue mayor, pues, ¿de dónde podría provenir el riesgo de padecer cáncer si yo llevaba una dieta que rayaba en la exageración? Factor 1. El primer riesgo de padecer cáncer era que no había tenidos bebés. Lamentablemente yo no podía tener hijos, pues la endometriosis que padecía me había dejado estéril. Factor 2. El consumo de lácteos.

¡Así es! El consumo de lácteos no sólo agrava la mastopatía fibroquística sino que también aumenta el riesgo de padecer cáncer de mama. En ese momento estaba ¡aterrada! No sólo llevaba la dieta al pie de la letra sino que comencé a buscar una alimentación todavía más “natural”. Ahora no sólo iba a eliminar los lácteos sino que también iba a dejar el pescado. La decisión no fue fácil: temía padecer alguna deficiencia vitamínica y proteínica. Así que mi lógica fue la siguiente: eliminar todo producto “nocivo o artificial” y aumentar todo alimento “curativo o natural”.

Quedaban fuera de mi dieta no sólo los alimentos chatarra, procesados y todos los alimentos de origen animal sino también los refinados, es decir, no integrales. Así mismo, se integraban a mi dieta alimentos ricos en vitaminas, minerales, antioxidantes y electrolitos presentes en frutas (especialmente, naranja, manzana, papaya, plátano y piña), verduras (sobre todo brócoli, col rizada, espinacas, coles de bruselas, perejil, coliflor y calabaza). Alimentos altos en proteína vegetal como cereales integrales (arroz, avena, trigo, quinoa y salvado; todos integrales), legumbres y leguminosas (guisantes, chícharo, haba, lenteja, frijol, alubia, soya).

También alimentos ricos en ácidos grasos esenciales omega 3 y 6 (semillas de chía, linaza, ajonjolí, calabaza y girasol). Nutrientes ricos en oligoelementos y enzimas tales como los germinados (lenteja, frijol, soya, alfalfa, chía, etc.,). Alimentos ricos en hierro y vitaminas del complejo B. (champiñones). Condimentos como el ajo y la cebolla que, reducen el riesgo de padecer cáncer de mama. Y, por último, productos derivados de la abeja (miel, polen, propóleo y jalea real) que aumentan el sistema inmunológico.

Finalmente, gracias una “alimentación natural” la mastopatía fibroquísitica ha mejorado considerablemente. En sólo dos meses los quistes mamarios y el nódulo se redujeron en un 80% y en cuatro meses prácticamente han desaparecido.  Espero que esta experiencia personal, sirva para reflexionar lo que comemos a diario.

Imagen extraída de Salud Femenina

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