De Norte a Sur Opinión

6 de diciembre: la Revolución vuelve a ser importante

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unogermango

6 diciembre, 2014 @ 10:14 am

6 de diciembre: la Revolución vuelve a ser importante

@unogermango

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Eran cientos; eran miles de ojos. Las calles de la Ciudad de México se apretaron con la muchedumbre que salió a presenciar un espectáculo que pasa cada cien años: la entrada triunfal de los ejércitos revolucionarios a la gran ciudad, a la capital. Era apenas 1914 y al siglo, recién estrenado, las balas lo tenían viejo y gastado desde el norte hasta el sur de México. La violencia avejentó a un país que se esforzaba por iniciar de nuevo.

La toma de la Ciudad de México tuvo como génesis la cortesía: ni Francisco Villa ni Emiliano Zapata habían entrado a la capital con su respectivo ejército por gentileza de los unos con los otros. La cordialidad y el honor, tan masticada y pisoteada en los círculos aristocráticos de la época, fueron las banderas con que entraron quienes antes fueron campesinos, peones, maestros rurales, obreros y hasta bandoleros, a la Ciudad de México.

Las fotografías no dejan mentir a la Historia. Los generales Zapata y Villa cabalgan juntos, rodeados y escoltados por miles de revolucionarios y flanqueados por cientos de miles de testigos. Un desfile militar de unos vencedores que merecían la victoria.

La noticia de su llegada aterraba a los capitalinos, tan históricamente contradictorios entre la vanguardia y el temor. Se contaban historias sobre los saqueos zapatistas (muchos de ellos contundentemente ciertos) y el salvajismo de los norteños (igualmente verdadero en algunos casos). El temor tenía un fundamento reciente, porque las tropas carrancistas saquearon y delinquieron en la Ciudad de México con la complacencia de sus líderes.

Pero antes de tomar la capital, Zapata y Villa dictaron órdenes estrictas para castigar el saqueo. La prohibición se acompañó de la sorpresa incómoda que era para los revolucionarios permanecer en la capital: “un rancho muy grande” para Villa; “Nomás puras banquetas”, diría Zapata. Los revolucionarios no estaban precisamente a gusto en la capital, impronta que, al parecer, permanece. Simplemente, la toma de la ciudad transcurrió en paz.

El 6 de diciembre trasciende en la historia de México porque llegaron a la capital dos ejércitos vencedores en el campo de batalla. Entre ambos pactaron un programa de lucha social conocido como el Pacto de Xochimilco que, de llevarse a cabo, hubiera transformado realmente la historia de los mexicanos. En la Revolución mexicana no había un programa revolucionario claro. Lo más cercano a ello eran el Plan de Ayala y el Manifiesto de Francisco Villa al Pueblo de México. Sin embargo, sus victorias no pudieron concretarlas en el ámbito político.

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Hacía apenas dos meses que Venustiano Carranza, autonombrado “Primer Jefe” de la Revolución, había convocado a una Convención de líderes revolucionarios, en la Ciudad de México (que más tarde se trasladó a Aguascalientes), a la cual pronto desconoció porque se declaró soberana e ignoró su autoridad como líder máximo. México iniciaba un camino, pero no el planeado por Carranza; la ambición del “Rey viejo” iba mucho más allá que aparecer en la Historia como caudillo. Su obsesión por la presidencia le costó a México cien años más de abyección.

Venustiano Carranza y Álvaro Obregón cimentaron el presente político mexicano. Los ejes fueron la ambición y el dinero; uno no pudo, hasta el momento de su muerte, entender que el poder, para lograr un bien mayor, debe compartirse; el otro, aún sin un brazo, inició un saqueo económico a mano llena desde la condición institucional que se convirtió en tradición entre políticos. Sobre ellos debería pesar la más absoluta ignominia: la traición que propinaron a una nación que en un momento defendieron con su vida. Cada uno lo pagó con su propio asesinato, pero el camino ya estaba aplanado para los futuros saqueadores.

Nuestra historia tiene rasgos curiosos que no parecerían ciertos si no fuera porque ya sucedieron. ¿Cómo pudieron Villa y Zapata ser derrotados si dominaban la mayor parte del territorio del país, con los mayores ejércitos y con muchos más simpatizantes que los “carranclanes”?

Los generales Villa y Zapata pudieron tomar, por la fuerza de las armas, el control del país. Sin embargo, Venustiano Carranza, desde que se nombró Primer Jefe de la Revolución, puso de su lado el elemento que, más tarde, fue el que determinó su mantenimiento en el poder y el posterior aniquilamiento de las fuerzas revolucionarias más importantes: las leyes.

Durante el lapso revolucionario, el auto adscrito Primer jefe se mantuvo dentro de la institucionalidad, tanto que Zapata y Villa se adhirieron a su jefatura. La gestión política y el mantenimiento de la legalidad dentro de lo posible, ofrecieron a Venustiano Carranza la posibilidad de mantener una lucha donde su presencia política no era necesaria en un contexto dominado por militares.

Hoy es el aniversario cien en que las tropas villistas y zapatistas hicieron una entrada triunfal a la Ciudad de México; el 6 de diciembre del 2014 ya sólo se tenía en la memoria histórica. Al no ser relevante en los festejos institucionales, se hallaba perdida como una fecha útil para los historiadores, más no para la población.

Hoy vuelve a ser importante. La Ciudad de México normalmente se mantiene ajena a las revueltas históricas que alrededor suyo se desenvuelven y se relacionan. Y hoy, a cien años, como un ciclo que no desaparece de nuestra genética, se vuelve a tomar la capital, aunque en esta ocasión no somos vencedores, sino grupos ansiosos de una revolución que alumbre el final de este túnel de cien años iniciado por la obsesión de Carranza y la ambición de Obregón.

No tenemos líderes. Quién sabe si triste o convenientemente, no hay una sola figura carismática con el valor y la trascendencia de los generales Emiliano Zapata o Francisco Villa; no hay un líder capaz de armar a regiones enteras y que tengan el respeto de sus partidarios, el respeto que sólo se obtiene con la congruencia ética. No hay. Porque la política de hoy se nutre de repugnantes ladrones sin un ápice de interés por los asuntos de la nación.

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Igual que Venustiano Carranza, los actuales políticos tratan de utilizar, porque así les conviene, las leyes. Sin embargo en México las leyes no se cumplen, o sólo se cumplen a medias, o si se aplican, no se aplican a todos por igual, pues si se aplican se aplican mal, y siempre se aplican así contra quienes no tiene dinero para defenderse. En resumen, las leyes no sirven. Al menos, está comprobado que no nos sirven a nosotros, a los ciudadanos sin poder político. Y si no nos sirven, ¿para qué nos sirven?

Habrá que cambiarlas.

La que está sucediendo en México es una revolución sin líderes; sucede multitudinariamente. Miles; cientos de miles, se han desplazado de sus hogares hasta las plazas públicas para revolver el fondo macilento de este país; decenas han expuesto su seguridad y han terminado en la cárcel en nombre de todos nosotros; millares han abandonado el miedo y se han resuelto exigir lo que les pertenece y que otros han robado: su dignidad.

No tenemos armas. No tenemos forma de devolver la violencia con violencia. ¿Quién está regando la sangre? No somos nosotros quien tiene las fauces hambrientas de crueldad. No tenemos armas de fuego. Pero aún nos quedan aquellas que a ellos les encantan: las legislaciones. Aún podemos desplazarlos utilizando aquello en que se creen expertos, pero en las que no se han educado porque no han tenido la necesidad: la política. Ojalá que, en su ambición, al menos intentarán ser como Venustiano Carranza.

Los políticos de la actualidad no saldrán hoy a las calles a manifestarse contra el Estado. No existe un Otilio Montaño, un Belisario Domínguez, un Pino Suárez, un Felipe Ángeles entre sus filas. Los políticos de hoy son el Estado y correrán a esconderse; los políticos de la actualidad no tienen un papel preponderante en esta revolución.

Es 6 de diciembre del 2014. Hace cien años, 6 de diciembre de 1914, la Revolución tomó las calles de la Ciudad de México. Entonces ocurrió que la gente, los verdaderos habitantes, los que se merecían vivir en este país porque lo vivían a diario, emergieron de su cotidianidad para envolverse en la Historia.

Hagamos lo mismo.

Es nuestra historia la que estamos construyendo.

Es nuestra revolución.

Es nuestra toma de la Ciudad de México.

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Editor de contenidos en la Revista Consideraciones. Profesor de la UNAM y estudioso del comportamiento de los gatos. El lenguaje lo es todo.