Crónica: #20NovMx, el día que ardió el presidente
-Tres caravanas de padres buscando a sus hijos exigen justicia en el Zócalo…
Algunos dijeron que en la plancha del Zócalo capitalino se había reunido medio millón de personas, otros que menos. Pero lo cierto es que mientras ardía la efigie de Enrique Peña Nieto todavía llegaban contingentes de estudiantes, obreros, campesinos, normalistas, enfermeras, religiosos y demás a la Plaza de la Constitución.
El 20 de noviembre, 104 aniversario de la Revolución Mexicana, fue el día que concentró en la Ciudad de México la llegada, luego de un viaje a lo largo del país, de tres caravanas de padres de normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos.
La exigencia es la misma desde el pasado 26 de septiembre: la aparición con vida de 43 futuros maestros rurales secuestrados por las autoridades municipales de Iguala, Guerrero, y presuntamente exterminados por el crimen organizado.
Desde la mañana se vislumbraba un día difícil. Las actividades en el Senado de la República y la Cámara de Diputados fueron suspendidas. Una mal lograda sesión en San Lázaro terminó ante la negativa del debate sobre la Casa Blanca, la costosa, la de la esposa del presidente.
A media tarde, encapuchados y granaderos protagonizaron actos violentos en la Calzada Ignacio Zaragoza: cohetones, petardos, pedradas, encapsulamiento.
Pero nada de lo anterior minó la convocatoria de los padres de los hijos secuestrados. Acudieron al Zócalo –además de los contingentes habituales- amas de casa, Godínez de oficina, ciclistas, chavos de barrio bravo, curiosos, quienes con pancartas y gritos dictaron sentencia sobre el caso de los normalistas: Fue el Estado.
La marcha parecía no tener fin. El sonido del mitin estaba disminuido, pero se escuchó fuerte en la voz de los oradores la exigencia de justicia, el rechazo a la violencia y el ánimo de seguir con la causa: encontrar a los estudiantes desaparecidos.
Del 2012 a estas fechas algunas consignas han cambiado: del “fuera Peña” al “muera Peña”, una de las más sonadas mientras una mojiganga de Enrique Peña Nieto se consumía bajo el fuego. Lo último en arder fue la cabeza, pero no tardó en desplomarse y cayó sobre suelo con el efusivo aplauso de los manifestantes.
Había –además- velas, veladoras, globos de Cantoya que se elevaban al cielo oscuro. }
Acabados ya los discursos, centenas de personas se congregaron en las rejas metálicas de color verde colocadas alrededor del Palacio Nacional. Los elementos del Estado Mayor Presidencial que custodiaban el edificio fueron atacados con todo lo que pudiera representar un proyectil y el sonido de cohetones y petardos comenzó a estremecer el suelo y despertar la alerta.
De un lado y del otro, se asomaban encapuchados que luego se encaramaban a las rejas y empezaron a jalarlas hasta que éstas empezaron a ceder. Había tantas cámaras fotográficas y de televisión como mentadas de madre para los elementos policiacos.
Del costado izquierdo del Palacio salió un grupo de granaderos, lo que enardeció aún más los ánimos. Cuando comenzaron a caer algunas rejas iniciaron también varios simulacros de corretizas.
Por la calle 20 de noviembre, hizo su aparición otro escuadrón de granaderos, pero no los dejaron pasar, así que dieron la vuelta, entraron por Pino Suárez y tomaron posiciones frente a los manifestantes.
Sucedió otro intento de corretiza –de varios-, pero los gritos “no corran, somos más”, serenaron un poco los ánimos. Frente a la línea de los policías, la gente que ocupó el Zócalo se sentó, pero no duró mucho tiempo así.
Finalmente, la plancha fue desocupada ante los escudos y los toletes. En los alrededores del primer cuadro –como lo evidenciaron las redes sociales- hubo golpes, persecuciones, acoso a transeúntes y detenciones arbitrarias, tal y como acostumbra el gobierno del Distrito Federal cuando se pone al servicio de Los Pinos.
A pesar de todo lo anterior, las demandas permanecen: la aparición con vida de los 43 normalistas y la renuncia del Presidente de la República.
Del mandatario quemado nada quedó, sus cenizas desaparecieron.